jueves, 31 de enero de 2008

Un día como tantos - 2

Es posible observar, sin mayor dificultad, las puestas en escena de personas que con gestos amplios, teatralmente, justifican su soledad en un lugar tan público a través de ademanes exagerados de personas ocupadas. Alguno por ahí ve su reloj cada dos minutos con gran ceremonia, como para que todos sepamos que está esperando a alguien, aunque no aguarde más que la esperanza de ver personas conocidas.

Otros comunican públicamente su cansancio como poniendo barreras de defensa ante un imaginario aluvión de juicios que pululan por el ambiente ante el hecho de sentarse en una escalinata perdida a ver morir la tarde. El temor al ridículo, a la evaluación constante, a las miradas inquisidoras, se respira en cada sitio de esta ciudad y el ritmo de la vida resulta lo suficientemente estresante como para que algunos extenuados, incluso con la necesidad de tener una excusa para usufructuar del espació común, se hayan detenido brevemente a desconectarse de la realidad, a descansar de la locura de estar vivos hoy en día. El mundo está girando demasiado rápido, y no va hacia ninguna parte.


Hay poco más de 15 personas en el foro de la universidad, sentadas, leyendo, fumando o escribiendo, con una excusa perfecta para estar ahí, los otros tan rápido como llegan toman conciencia de que no tienen nada que hacer y se marchan. A la izquierda la facultad de derecho luce desierta, tras un árbol no muy grande iluminado por un sol moribundo. Alguno que otro ciclista, desafiando porfiadamente el suave viento polar, se pierde en dirección a la laguna. Resulta hasta bella la sincronización de exhalaciones humanas que indican una severa disminución de la temperatura ambiente.

No parece cierto que sea miércoles, que gran parte del plantel universitario esté en un paro indefinido de actividades, y que recién hace poco más de cuatro horas un importante contingente de jóvenes universitarios y liceanos combatiera deportivamente en una lucha desigual contra las impacientes y organizadas fuerzas de la policía uniformada, quienes haciendo uso de su superioridad logística y tecnológica abusan de la ingenuidad infantil de estudiantes con complejo de guerrilleros centroamericanos, que aún confían en la eficacia de un par de cócteles molotov y de una esporádica lluvia de piedras contra la efectividad del arsenal químico de Carabineros.

En fin, son las reglas del juego, y todos las conocen de antemano. Alrededor la fría calma de provincia inmóvil. Ya ni se siente el ácido nauseabundo del abundante gas lacrimógeno. Si al menos usaran gas hilarante, esta universidad sería más divertida.

A los costados, en los muros que bordean las escalinatas, rayados sugerentes que hacen pensar en un clima de agitación, confrontación y movimiento, propio de varios años atrás, donde la historia se fundía en el imaginario mítico de los ’60. Mas la realidad suele ser implacable y todo continúa mecánicamente en calma. La quietud invernal resulta más elocuente que cualquier sueño de revueltas de fábula.

El viento no detiene su afán de calar hasta los huesos. Se ven, a la distancia, mormones caminando con aparente despreocupación, como intentando hacer todos los esfuerzos para pasar desapercibidos, pero se ven demasiado formales y jóvenes a la vez, como para no levantar una sospecha de artificialidad, demasiado rubios y medio
nerds como para no reparar en ello.

(Continuará) 1998

Un día como tantos - 1

El traqueteo ruidoso del motor de un guardia de seguridad montado sobre su caballo de hierro interrumpe el silencio cómodo de una tarde fría y despejada, de un invierno austral. Fluye el día, como tantos otros, perdido en el anonimato de un calendario olvidado. Las informaciones incendiarias de los medios que hablan de agitación, disturbios y movilizaciones se contradicen con la calma, absolutamente carente de tensión, de un gélido atardecer apacible.

Una brisa suave, lentamente, helándolo todo y a todos, cuando el reloj aún no da las 17:00 horas y las sombras del ocaso se anuncian inevitables. Jóvenes por doquier continúan jugando a estudiar en las escalinatas al pie de la torre del reloj, fingiendo tomarse en serio la comedia post-adolescente de la universidad. Poca gente entrando y saliendo bajo el arco de la entrada principal, con una lentitud propia de las vacaciones. El sol intentando, estérilmente, invadir algunos rincones robados a las sombras invernales que lo dominan casi todo, resulta incapaz de contrarrestar el frío húmedo y penetrante que hace tiritar hasta los árboles desnudos que bordean el camino y las facultades situadas al costado de éste.

El frío, que tiende a hacer huir a todo el mundo en este perdido día de principios de invierno de esta remota universidad, deja en el olvido las típicas responsabilidades infantilmente auto impuestas para sentirnos grandes. La urgencia previa de hacer cosas y correr por el mundo, descansando en algún rincón del tiempo que se niega a pasar. Nada parece imperativo.


A lo lejos, como sentado en una tribuna fuera de este verde, húmedo y frío mundo austral, se ve a la gente seguir su marcha continua, mecánicamente interminable, a la que ha de sumarse luego. Tras el arco, pueden verse microbuses siguiendo eternamente su rutina habitual. Se escuchan palabras al viento que nadie alcanza a descifrar. Se ven personas cantando a públicos imaginarios. Perros arrancando en soledad. Caminantes incesantes con un incierto rumbo fijo.


(continuará) 1998

miércoles, 30 de enero de 2008

Primeras veces y algunas costumbres italianas


Un anuncio inquietante, leído en un diario vespertino a la bajada del tranvía la noche anterior, me levantó decididamente de la cama, aún antes de que diera la hora fijada en el despertador. Por suerte, porque al acabarse la batería no iba a sonar. Una ducha rápida, casi por inercia, y bajar como todos los días. Aun no daban las 8 de mañana y ya estaba sentado tomando el desayuno, que tempraneramente dejan listo las monjas dominicas que me albergan. Claro, tras una compensación de 30 euros diarios, pues mientras más cerca se esté de la Santa Sede, no se profundiza tanto la religiosidad como la visión comercial del asunto. En fin, pasaron rapidamente el jugo, el café y la nutella de rigor. Dejé la llave en el mostrador, y salí presto a tomar el tranvía lo antes posible.

El día de ayer se había anunciado una huelga general del transporte y los servicios públicos. Mi primera manifestación política en Italia. Pero claro, los temas son los mismos, los colores casi iguales, la producción similar, pero hay una diferencia radical. Pues aun cuando esuviesen discutiendo sobre los bajos salarios, la precarización del empleo, el aumento de los precios de los combustibles, y ese tipo de vicisitudes, y a pesar de que era una marea roja de proporciones nada despreciables; acá se tiene la costumbre de hacer hueglas y tomarse el espacio público, en un ejercicio bastante repúblicano, que a la mayoría tiene sin cuidado.

Y no hubo una crisis política, no bajó la bolsa, no hubo guanacos, zorrillos, cientos de detenidos, e histeria colectiva por la falta de orden público, no hubo un Ministro del Interior hablando estupideces, ni "pendejos" afiebrados quemando cuanta huevada pillaran o haciendo pedazos paraderos de micro. No ocurrió nada. Sólo una marcha, cantos, fiesta, una escolta policial importante eso sí, harto Carabinieri y "Poliziotto" dando vueltas, pero con boina, no con casco, y fumando relajadamente, como si fuera un día de campo. Caminaban casi al ritmo de los parlantes que venían más atrás.


Pues bien, a esa primera manifestación, le antecedió a su vez, la primer a lluvia. Más bien una pasadita mínima de agua, pero algo es algo. Más tarde, de vuelta ya de clases, luego de un almuerzo delicioso en una tratoria ubicada en una callecita adoquinada, de una buena conversación con una compañera y un investigador del Departamento de Estudios Urbanos de la Universidad; después de la vivista de rigor al "Ciber" (Internet Point) donde ya me he hecho medio amigo de los dependientes, dueños, empleados o socios, a decir verdad no entiendo muy bien su sistema, porque hay al menos 4 tipos jóvenes, sin aparente jerarquía, que se turnan, o se reempalzan al menos, (2 hombres y dos mujeres), 3 son italianos más una arquitecta alemana. Pero bueno, de vuelta del Ciber, me tocó también, la primera tormenta eléctrica. Sólida, violenta, pero con poca agua.


En fin, volviendo a la manifestación. En medio de la clase, el profesor, un doctor en Lingüistica (o algo así), decide hacer un break, conminándonos a tomar café afuera, a la calle. Pues, claro, muy en la U estaremos, pero es una costumbre italiana tomar café, y no cualquier café ordinario, aguado o de máquina cagona (tipo Vendomática). No. Tiene que ser un café de grano, en un Bar o cafetería, de preferencia un espresso, cappuccino o macchiato. Y uno, como anda de weon, les sigue la coriente, y se va a tomar el café. Para suerte de mi escualida economía, una de las pocas cosas que no son tan caras en Roma, es el café, por 0.7 euros (como 500 pesos) puede uno beber un espresso (pero de un tercio de taza chica).


Los tipos son relajados, tal como se toman las calles, y nadie se espanta; paran las actividades y salen a tomarse un café. Quizás como una forma de sintetizar el concepcto de la naturalidad de las costumbres. En el segundo que ibamos llegando al café por una calle, la marcha que iba por otra, se cruzó con nuestro camino en la esquina, y cada uno siguió su rumbo. Pero, ojo, tal es la costumbre de tomar café que algún pequeño brazo de la marcha, bandera comunista en mano, entró al café a tomar el espresso de rigor. Cual si todo fluyera con una naturalidad envidiable, en ningún momento se hizo presencia la sensación de tensión, de fuerzas contrapuestas, de la inevitabilidad del choque.


Nuestros pasos continuaron, volvimos a nuestros afanes univeristarios, volví a prender mi grabadora. Me concentré hasta el dolor de cabeza en comprender al profesor, a eso de las dos, fuimos a almorzar. Los manifestantes continuaron su lucha por un mañana mejor. Los buses, el metro y los tranvías comenzaron horas despues a pasar nuevamente. La noche cayó sobre Roma, bajo mis pies, un dejo de humedad guiaba mis pasos, rumbo al lugar exacto donde hace más de 2000 años cayera ultimado Julio César, para abordar el Tranvía. El número 8, por cierto.


9 de noviembre de 2007


martes, 29 de enero de 2008

Días extraños


Hoy fue uno de esos días extraños, que parecen similares a cualquier otro, pero que dejan una sensación inquietante, como si alguien lo hubiese emplazado en medio del calendario, deliberadamente. Todo comenzó a eso de las 7:54, es decir 16 minutos antes que sonara el despertador del celular con una insoportable invitación a "alzarsi". Desde el comienzo fue raro, no había jugo, ni yogurt, ni pan, ni nada para tomar desayuno, salvo un resto de café negro que había dejado preparado el francés.

Salí súbito, medio apurado, pero a tiempo. Esta vez no pase por la tabaquería de la cincuentona con complejo de Sofía Loren para comprar el boleto del autobus. Estaba helado, con un sol insípido y una molesta y brillante bruma matinal. Trayecto lento, hasta arribar a Termini. De ahí el Metro, sucio y con un aire al Bronx (de las películas). Enseñarle a una pareja de inoperantes a usar los torniquetes para acceder al andén. Ir como sardinas y bajarse una estación más abajo (literalmente). Faltaban 2 minutos para las 9:30, atravesé rápido la cuadra y media, y justo a las 9:31 minutos estaba en el tercer piso (Piano 2), frente al Aula 26, listo para la lección de hoy. La puerta estaba cerrada.

Vienen en retardo pensé. Nada más lógico, la puntualidad no es una característica italiana. Un par de vueltas por el pasillo, poca gente, algunas alumnas de arquitectura estudiando (o conversando), por ahí algún viejo con aire de profesor, y los minutos pasando. El teléfono marcaba las 9:42, cuando vi subiendo la escalera a Giula, al menos solo no iba a estar. Quizás sabe algo. No sabía nada, obvio. Fuimos a buscar la llave, dejamos las cosas en la sala, y partimos a tomar un café afuera, aprovechando el retardo general.

A eso de las 10:00 ante la insistencia de Giula, cuya procupación era básicamente el hacer esperar a los demás, pues teníamos las llaves de sala en nuestro poder, tuve que tragarme un "cornetto" (suena horrible, lo sé), una "media luna" mejor. Volvimos prestos a la facultad, y ahí estaban Viola y Claudia. Pero del profesor nada. Su rostro adormecido dejaba entrever que había algo anómalo en la situación. Efectivamente, la clase la corrieron para las 15:00. Sin salir de la perplejidad, fuimos a la sala Lombardi (la sala de los doctorandos), a revisar correos, "patear un poco la perra", y decidir que diablos hacer.

Voy a pasear, dije. Nos juntamos a amolzar. OK. Salí, deshice calles bien conocidas, hasta arribar frente a unas ruinas, como tantas otras, de un foro o templo, como tantos otros. Decidí sacar fotos casi compulsivamente como un turista japonés, pero sin mapa ni guía turístico. La luz era horrible, brillante, gris, plana, una mezcla de bruma, sol y nubosidad que recordaban los días de pre-emergencia en Santiago. Filo. Vamos me dije, total despues sacó más y borro éstas. Recorrí lugares ya vistos, volví a saludar al emperador Julio Cesar, a quien no "veía" desde mis días donde las monjas. Dando vueltas extrañas, hablando solo por la calle, emulando a la familia de "ching chang", arribé a otro montón de ruinas vecinas al río.

En un recodo, luego de ver por enésima vez hasta donde pueden llegar los límites de la belleza femenina, como si fuera una puesta en escena o una pasarela, pasó lento pero decidido, una belleza impresionante de color burdeos, elegante, inconfundible. Un Maserati, nuevo, impecable, y andando tranquilamente entre taxis y autobuses en una zona que en Santiago sería Plaza Italia, como si fuera normal. Sin salir del asombro, me topé con otro montón de ruinas. Más allá un edificio que en su enorme placa dice que fue inaugurado por Benito Mussolini.

Luego más ruinas, más japoneses descendiendo de buses de turismo, cerca de la Boca de la Verdad. Una estupidez de marca mayor a la que vienen millones de peronas todos los años y que no tiene niguna gracia particular, más allá de una leyenda que algún aburrido inventó alguna vez. Al frente un mendigo durmiendo su borrachera en el pasto, más allá un templo en restauración que daba la sensación de haber sido construido recién, para tener nuevas antiguedades que mostar el 2008.

Miro el reloj, cansado, con más de 100 fotografías en la cámara, son las 13:10. Es hora de volver, si mucha pulcritud, deshaciendo el mismo camino. En varios lugares restos olvidados, cuidadosamente dispuestos, del pasado fascista, por aquí unos fascios di combatimento, o allá una alusión al Duce, mas acá un aguila imperial, luego más fascios, todo ante la indiferencia de casi todos, romanos, turistas e inmigrantes.

Vuelvo a la universidad. Son las 13:50. No hay nadie. Mis compañeras ya se fueron a almorzar. Pido la llave, dejo mis cosas, y parto donde el señor de Calabria a comer un panino con prosciutto, mozzarella y funghi. Me encuentro con Rafel, un chileno que llegó hace 3 días, tomamos un café. Aparece Carlotta, con el rotro hinchado por la muela del juicio. Llego atrasado a clases, y obvio, había olvidado que había que traer un pequeño texto donde se explique sobre que se va a escribir un artículo, que tiene como hilo conductor "la problemática del centro histórico".

Piensa rápido. Primero guardar un silencio sepulcral, ¿y después?. Lógico, engrupir, inventar un tema en el acto. ¿Cuál va a ser la dificutad?. Simple, no es lo mismo engrupir en italiano. Hablo de centros, ruinas, tradiciones inventadas, la construcción de la identidad, un poco de Europa, otro poco de Latinoamérica. Al final, un lapidario, "has dicho una serie de cosas ambiguas y no necesariamente ciertas", de boca del director del doctorado. Silencio. Nada que decir. Era cierto.

Luego una breve reunión entre los 5 doctorandos, recibo la tibia solidaridad de mis compañeras, acordamos una estrategia común con respecto al artículo. En el pasillo conversamos un poco con una estudiante de arquitectura que habíamos conocido en Turín, me invita a ver una presentación, le digo que estoy cansado y me marcho. Está helado. Voy a una librería, con una extraña tendencia a los libros sobre regimenes totalitarios. Luego a ver un rato el coliseo de noche.

Tomo el metro en Cavour. Nuevamente como sardina. Bajo en Termini, me subo al autobus 86. También como sardina y me bajo en el Supermercado. Debo comprar yogurt y jugo, si el día vuelve a comenzar sin yogurt, nada bueno saldrá de él, pienso. Exhausto, vuelvo a casa con cierto malestar corroyendo mi orgullo, y la sensación de repetir errores antiguos.

28 de enero 2008

domingo, 27 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 6

VI

Si anidase la soledad en algún pueblo, probablemente elegiría un lugar como este. A casi 3.700 metros de altitud, donde se levantó en un tiempo inexacto Enquelga, entre cerros despoblados y rebaños de llamas, bajo el golpe inclemente del sol y de un viento seco.

Si no fuese por un par de parroquianos sacados de un libro de viejas historias andinas que aparecen de tanto en tanto a ver la novedad que significa un grupo de viajeros en este rincón olvidado, sencillamente este sitio pasaría por pueblo fantasma, cual resabio de una era extinta.

La tarde, que bien podría ser de cualquier año, descansa adormecida por la luz del sol, ante la vigilante mirada de enormes volcanes y montañas apenas nevadas. Entre la polvareda y el bofedal poblado de auquénidos pastando eternamente ajenas al paso de los años y las estaciones, la vida parece haber olvidado continuar su paso en estas lejanías.

Como extranjeros en una lejana y olvidada región del pasado, aplacamos nuestro apetito acompañados por un anciano surgido de la profundidad del polvo y la nada, cual si no existiera. Del mismo modo que esta pequeña aglomeración de casas, que rodea a una vieja iglesia estucada con cal, que insisten en denominar pueblo.

Se respira la sequedad infinita, bajo un halo de atemporalidad que no deja de sorprender. La inmensidad árida del desierto aguarda nuestro regreso desde los confines del tiempo. Los años se olvidaron de pasar por el altiplano, a tal grado, que no sorprendería toparse con una caravana de conquistadores españoles del siglo XVI, mientras permanecemos aquí, en silente espera, quemándonos, esperando saciar nuestra falta de buena alimentación, para proseguir adentrándonos hacia el fin del reino del tiempo extinto.



VII


Rugen bravías y pausadas al unísono, una y otra vez, las heladas aguas del océano pacífico, como si quisieran quebrar el sueño inmutable de los cerros. Mudos testigos del paso del sol calcinando la sequedad del mundo, hasta que desgastado ahoga su impotencia anaranjada más allá del horizonte.

Permanecemos sentados, tendidos, sin más que hacer que dejar pasar las horas. Al final de este viaje, como dijiera alguien por ahí, en la soledad de las playas atacameñas, con el rumor permanente del pacífico, y el cansancio convertido en serenidad.

El golpe eterno de las olas contra la paciencia de las rocas, adormece cualquier humanidad detenida a contemplarlo. Entre la proliferación angulosa de roqueríos ennegrecidos, la ruidosa monotonía del mar nos recuerda cuan innecesario es apresurar la marcha de los acontecimiento. Tal como alguien dijo una vez en la Patagonia, durante el viaje que nunca existió –
El que está apurado en estas tierras, pierde el tiempo.

FIN
(2003)





sábado, 26 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 5

V


Cae la noche sobre los brumosos cielos de la ciudad de la eterna primavera. Nos aprestamos a subir 4.500 metros de altitud en sólo unas horas. Hemos dado comienzo al lento regreso a nuestro punto de partida. Atrás quedó la expectación de lo desconocido, el temprano deslumbramiento de la increíble aridez de todo cuanto nos rodeaba, cuando las energías aún permanecían intactas.


Días que ya no volverán. Con sus interrumpidas conversaciones que jamás llegaron a algún puerto, extraviadas en la sequedad de un tiempo efímero. Presas de su imposibilidad, condenadas a una muerte prematura. Días de vistas maravillosas, de sorprendentes rincones y animales donde pareciere no haber sino perpetua esterilidad. Sus personajes fabulescos sacados de conversaciones ajenas, como aquel ruso que solitario venía viajando desde Moscú a España, de donde pasó a Nueva York, luego a México y de ahí a Perú, para terminar recalando 40 días más tarde en San Pedro de Atacama, y junto a él cuantas otras historias que fueron deambulando entre nuestro peregrinar por el norte. Hasta llegar aquí, lejos, donde escasea el aire y abunda el silencio.


En este confín gélido y limpio, más cercano al cielo que a cualquier otra cosa. El brillo del sol reflejando ancianos volcanes gigantescos sobre el azul del algo, adornados de cúmulos que fácilmente podrían traer nieve, granizo o lluvia, ante la indiferencia cancina de rebaños de llamas y manadas de vicuñas.

Sentados, a ver pasar la mañana de una noche heladísima, sobre pircas o mesones, junto a lauchones orejudos, pájaros cometocino, gaviotas andinas, unas ranas minúsculas y negras, y con la vista puesta en taguas que a lo lejos parecen luchar por despegar del agua para sacudirse del rocío enceguecedor de la mañana.

Los momentos tienden a desvanecerse en una carencia de eventos singulares, perdiendo importancia el paso de las horas. El mundo, en silencio, apenas interrumpido por aleteos lejanos, nos brinda uno de sus hermosos minutos de paz. Perdiendo relevancia, definitivamente, todo lo demás, cual si quisiera hacernos saber que lo verdaderamente importante es bastante más simple de lo aparente, y que muchos de nuestros afanes no tienen más sentido que la absurda manía humana de despilfarrar el tiempo.


(continuará) 2003

miércoles, 23 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 4

IV

Es raro. Estoy sólo a miles de kilómetros, y apenas a semanas de ti, y dentro mío se afianza una extraña sensación, como si jamás hubieses existido. Aquí conmigo. Nunca había sentido con tanta claridad que el carril de tu vida se extiende por senderos muy distintos a los míos.


Sobre mi cabeza un cielo despejado, escaso de estrellas, adornado en un costado por la marca sutil de una luna naciente. La momentánea soledad del principio de nuestra última noche en el extremo norte del país, internados unos metros valle adentro. Lejanos se oyen perros descontentos, murmullos apenas perceptibles de árboles de mangos, paltas, una higuera y dos palmeras, alternando con unos cuantos pájaros que se aprestan a dormir.


No sabría como explicarlo, pero ya no soy el mismo que me fui, ya no siento el pasar de los días de la forma que acostumbraba. Y tu ahí, en un rincón de mi recuerdo, igual a como te dejé. Viviendo la contundencia de la rutina, con el horizonte cercenado por la materialidad de los compromisos y el día a día. Mientras yo, cada vez más lejos, sólo pienso en seguir corriendo y perdiéndome en la inmensidad ajena de este mundo, como siempre y a vidas enteras de ti.


Es triste pensar que en apenas un mes la certeza de la ausencia de futuro se ha instalado en mi, presa de la búsqueda de un presente perpetuo. Trato de buscarte, pero la tierra sabia me dejo claro que mi vida y la tuya se separaron antes incluso de conocernos. Sólo la porfía podría torcer el sentido de lo inevitable.



(continuará) 2003

martes, 22 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 3

III

Hoy las altas cumbres cubren su seriedad habitual con blancos cúmulos, cual sombreros de paja en las cabezas ancianas de nuestros antepasados. Una extraña energía emanada de la profunda aridez de la tierra nos arrastra lejos, a internarnos en las entrañas olvidadas del altiplano, a sentir el viento frío de las altas cumbres, quemándonos la piel, en extraña alianza con un sol libre y juvenil.

Se siente el cosquilleo clásico de cualquier nuevo comienzo. Definitivamente, no se puede pensar por más tiempo, en la vida que veníamos soportando con su dejo resignado de inmovilidad. Racionalícese o no, ya no es posible volver a sentir la vida del mismo modo. Estamos quietos, frente a la increiblemente inmóvil enormidad de los Andes atacameños, con una única perspectiva hacia el futuro, estirando un horizonte ya demasiado gastado, eras enteras hacia delante.


Muchas veces hemos pensado en el comienzo del fin de cualquier cosa, ahora sólo es posible pensar en el advenimiento del fin de un comienzo. Del inicio de todo un tiempo por delante.


Algo de la magia inerte, dormida entre las rocas calcinantes del desierto, en quebradas y laderas, se ha pegado a la suela de nuestros zapatos. Lentamente, a veces de un modo abruto también, aletazos de luz parecen devolverle el sentido al paso de los días. Estamos en medio de la pretemporada de una nueva era, por ahora sólo resta vivir, correr, salir a enfrentar un rato la mundo, sentir, conversar, andar, ver, oír.


Luego vendrán largos y fríos días donde nos abandonemos al pensamiento, meses enteros para la asimilación. En este minuto, cuando el calor parece querer adormecer cualquier pensamiento, sólo tenemos a nuestro haber la enorme responsabilidad de la contemplación.


(continuará) 2003

domingo, 20 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 2

II

Extraviado del mundo, sin otro motivo que perder la vista en la inmensa soledad atacameña. Sin otro sonido que el azote permanente del viento. La sequedad eterna, muda, estéril, dormida, ahoga cualquier asomo de palabra. Miles de cabezas desiertas, golpeadas por la fría aridez de la ventolera incansable, esconden el océano de sal entre sus cuerpos erosionados, areniscos, y la silente magnificencia de las cumbres andinas.

Con la paciencia de las rocas golpeadas por el mar, las piedras rojizas muerden el polvo gris de un tiempo extinto. Aguardando un final anunciado hace siglos, sin emitir palabra alguna, ahogando los quejidos amargos del paso inútil de los días, sin más novedad que el eco fugaz del rebaño humano invadiendo su descanso perpetuo.

Tierra condenada al silencio, a la soledad desnuda, seca. La paciencia infinita de cambios glaciares. La sequedad salina de llanuras blancas, apenas resguardadas por la elegancia frágil de flamencos asustadizos y negligentes.

Sentado. Absorto. Las palabras apenas son capaces de balbucear una idea, en la incontenible marea de sensaciones que esta extensión interminable de desiertos, valles y quebradas desnudas, con llagas de miles de años sobre su epidermis resquebrajada, es capaz de evocar. Salen a borbotones por cada poro, como un torrente ansioso, millones de sensaciones indescriptibles, tras cada cambio de color, giro de sombra o montaña en silencio.

Quisiera que estas hojas pudieran, al menos llevarse un trozo, una imagen, una sensación. Temo que después de este minuto no vuelva ser capaz de articular palabra alguna. Quien sabe, quizás el ahora es sólo sentir, vivir, dejar llevar el proyecto íntimo lo más lejos posible, sin pensar. Cerrar los ojos, olvidar el vacío y lanzarse abrazando al viento, simplemente a vivir la vida.

El sol continúa su marcha inexorable, en todos lados las infinitas tonalidades café, amarillas, rojizas, blanquecinas, grises, ocres, liliáceas y anaranjadas, van mutando, alargando sombras, cual si la tierra hubiese decidido echarse a dormir cubriendo silenciosa y paulatinamente el escenario perfecto para cualquier fin.

Todos aquellos que por aquí andamos, corremos, de cerrar la boca y dejar ir la vista hacia el horizonte eterno, el serio riesgo de perdernos, más allá de nuestra vida, dejando un trozo de nuestro espíritu errando lentamente y para siempre, por la increíble inmensidad del desierto en silencio.

(continuará) 2003

sábado, 19 de enero de 2008

Perdido en la inmensidad - 1

I

Se levanta el sol tras el grueso muro de los Andes. Comienza, en un despejado día primaveral, el amanecer de toda una era, luego del largo ocaso de la desesperanza.

Está lejos. Quieto al fin. Como un ave al final de la tempestad. Decidido a volver, deja arrastrar su cuerpo por la suave fuerza del ferrocarril, desde la capital a su hogar, o a los escasos vestigios que aún queden de él.


Luce tranquilo, ligeramente adormecido, con la mirada perdida en las breves cumbres de Angostura, y el recuerdo de unos cuantos kilómetros al norte.



El día límpido, calido, acariciando cerros, montes, espinos, álamos, chacras y campos con un tibio manto de luz, parece más una promesa que un día de verdad. En cada rincón de este remoto país la mañana descubre una multiplicidad de detalles, formas y sombras tan fugaces como el paso de este tren.

(continuará) 2003

viernes, 18 de enero de 2008

Siamo arrivati al Piemonte - 4


El resto de la jornada continuó igual, al mismo ritmo pero, de diverso modo, entre la recuperación de espacio baldíos, industrias abandonadas y la materialización inesperada de planos reguladores. Desciendan, recorran, escuchen, observen, suban y continuemos, que la ciudad es grande. Una pasada fugaz por el Estadio Olímpico (antiguo Stadio Mussolini) , y las ruinas del antiguo estadio del Torino F. C., de una decadencia irrecuperable y en un estado de abandono maravilloso, como si fuera apropósito. Definitivamente saben construir ruinas en Italia, incluso con edificios que no pasan los 80 años.


De ahí en más el cansancio apoderándose, para desembocar después en un almuerzo completo (entrada, segundo, vino y café) por tan sólo 6 euros en una de las zonas recuperadas, en una charla sobre un tema que apenas logré retener, mientras mis ojos traicioneros insistían en cerrarse pesadamente. Quizás siguiéndole el juego a varios otros que dormían tranquila y descaramente, mientras un gentil profesor universitario del tipo resabio de Mayo '68, nos explicaba con una gran sonrisa el compromiso social que implicaba el plan de recuperación urbana de Turín.


Tarde eterna, somnolienta, deambulando medio extraviado, de un barrio a otro, con el cansancio a cuestas, la comida haciendo efecto y el cuerpo exigiendo una pausa. Faltaba el último “quartiere”, uno bien popular y tradicional, de gente sacada de películas de los años '50, obreros italianos, antiguos operarios, viejitas orgullosas de haber resistido al fascismo, sea cierto o no, y de continuar aquí. Gente sencilla, orgullosa de su pasado, vieja y simple, habitando en bellos edificios de 4 pisos, generando pequeños jardines, plazoletas y callecitas, pero que conocieron los ascensores y los baños en cada departamento en los últimos 20 años.


Al momento que caía la noche, cuando la tarde recién pasaba de las 4:30, y el sueño había dado paso a un estado de cansancio generalizado que impide dormir, comenzaba a aflorar ante mis ojos, lentamente, la cara oculta de la vieja Europa. La antigua dignidad de la pobreza urbana, organizada, cierto tipo de pobreza enraizada. Aquella que no alcanzó a huir al sur cuando sobrevino la crisis de la industrialziación en los '70 y comenzaron a mover las industrias al tercer mundo. Una pobreza anónima, donde no son los “stranieri” quienes reciben un salario injusto y deben conformarse con las migajas del Estado para sobrellevar una vida precaria.


La sociedad global en su ritmo centrífugo, va dejando restos por todos lados. En todos los rincones del mundo, en unos lados más en otros menos, pero cada vez queda más claro quienes son los que sobran en este mundo. Mientras el Estado, la región o la ciudad, los va juntando en Ghettos, bajo el eufemismo de darles soluciones comunes a los más necesitados, los va condenando, encerrando en barrios miserables.


Finalmente el cansancio venciéndo a la porfía, con los oídos ansiosos de oir los recuerdos de la guerra de bocas felices de haber sido consideradas parte de algo, por un momento, ante la indiferencia amable de varios de los estudiantes que pululaban en torno mío. Con la suciedad instalada como sensación, imaginario y realidad objetiva, nos despedimos de este pequeño residuo intrascendente de la historia, en parte conmovidos por los sinceros gestos de agradecimiento.


Luego de 8 horas y 18 minutos en tren, de 30 horas desde la última ducha, 10 horas recorriendo la ciudad y de 41 horas desde la última vez que me acosté en una cama decente. Finalmente, era el momento de retirarse a descansar, a lavarse la cara y botar los huesos por ahí. Quien sabe, tal vez comer algo, cruzar un par de palabras y dormir.


Sobre un cerro, al costado este de la ciudad, en la rivera opuesta del río Po, tras una pequeña subida serpenteante y rodeado de casa señoriales y jardines llenos de grandes árboles, se encuentra nuestro alojamiento, a unos 10 minutos a pie del puente Vittorio Emanuele I. Luego vendría un sueño reparador. El teléfono con su acostumbrado e insoportable sonido: “sono le 7, è ora d'alzarsi”. La mañana comenzaba tranquila, pero eso ya es parte de otra historia.


FIN




miércoles, 16 de enero de 2008

Siamo arrivati al Piemonte - 3


La ciudad fría, con aire centroeuropeo, y un dejo afrancesado, recordándonos la cercanía de los Alpes, de Francia y Suiza. Con las cumbres alpinas nevadas de fondo, largas galerías escondidas bajo fachadas continuas de 5 o 6 pisos, y una insipiente nube de smog que no puede sino resultar familiar.


Saliendo de una noche interminable, luego de haber cruzado media Italia, comenzaba un día eterno. Tras 8 horas y 18 minutos sobre un tren regional, en un viaje que en el Eurostar demora harto meno, pero claro ahí se explica la diferencia de 42 euros ida y vuelta contra los casi 130 del Eurostar, dabamos inicio a nuestro periplo en el capital del Piamonte.


Primero un café, como siempre, espresso y servido a la mitad de la taza chica. Perfecto, bien cargado, bien chico, bien italiano, junto a una facturita rellena con chocolate como dirían en Buenos Aires, un cornetto como dirían en Roma, pero un croissant en estas afrancesadas tierras italianas del nor-oeste.


De ahí en más la sucesión de lugares por visitar, las remodelaciones urbanas, diversas recuperaciones de antiguas áreas industriales en una ciudad que intenta re-inventarse luego de la merma demográfica que implico la crisis de la Fiat y el proceso de des-industrilziación, que terminó luego de 10 años con una ciudad que tenía 500 mil habitantes menos.


Afuera de la estación con esperaba un bus. Primero nos llevó a espina 3, de ahí a la zona internacional de la villa construida para los Juegos Olímpicos de invierno de 2006, una especie de mercado de concreto y vridrio que ahora está desocupado. Estructura usada por solo unos meses durante la preparación y celebración de la máxima de los deportes de invierno. Permanece ahí, en silencio, a la espera, no como un vestigio de un momento de gloria, sino como una simple escenografía que aguarda su turno para salir a escena, empolvándose tras bambalinas.


Luego, atravesando la enorme e insipida curvatura de una pasarela que cuelga sobre una infinidad de líneas ferreas muy propia de la arquitectura desterritorializada, se llega al Lingotto, con su recuerdo permanente de los días de gloria de la "Fabbrica Italiana di Automobili Torino" (FIAT), su escala desproporcionada, las líneas fascistas de su diseño, la rampa para acceder a la pista de prueba de los autos en el techo de la construcción, como un fósil viviente de la época de esplendor del modernismo italiano. Sin embargo, la nostalgia, el recuerdo, todo está travestido, convertido en su antítesis. Lo que era un lugar de producción, hoy en un lugar de consumo.


En medio de la colosal estructura industrial se alza un centro comercial, junto a una sala de exposiciones, entrelazadas con una facultad universitaria, en una aparente contradicción que no hace sino reafirmar simbólicamente el principio rector de la actualdiad, tornándolo sumamente coherente.

(continuará)




martes, 15 de enero de 2008

Siamo arrivati al Piemonte - 2

El vagón número 8, del tren regional, presenta el típico caos generado por una delegación en gira, acentuado por la reducción de personal de aseo de la empresa de ferrocarriles recientemente privatizada. Aquel grupo, la extraña mezcla de estudiantes de un ramo de la carrera de arquitectura con los estudiantes de doctorado, partieron todos junto rumbo a Turín como si se conocieran de siempre. Quizas con algunos de ellos así sea, pero por mi parte estoy como poroto en ensalada de luchugas, o bien como una balsa en la corriente, si cachar mucho pero siguiendo más menos lo que indica la intuición.


El viaje es largo, de aquellos que la incomodidad del vagón convierte en eternos. Pues intentar dormir 6 personas en un compartimiento sin camarotes, con dos corridas de asientos una enfrente de la otra y con una luz sobre la cabeza, no es tarea fácil.


Primero pasó Civitavecchia en medio de conversaciones influidas por el cansancio colectivo, seguido prontamente por Grosetto en el extremo sur de la Toscana, poco rato despues de haber decidido entrelazarnos, ordenándonos como un puzzle, intercalando 3 cabezas y tres pies por lado, e intentar dormir. Luego vinieron Livorno y Pisa, y así sucesivamente muchas paradas, entre sueños y despertares; entre un cansancio que insistía en cerrarme los ojos, y una incomodidad que hacía de todo por abrirlos.


De esa forma, y luego de poco más de 6 horas desperté en Génova a las 6:20. Quizás sea mucho decir, desperté en Génova. Pero una luz cobriza, intensa y punzante, colándose por entre las persianas del carro, y que lograba filtarse por entre las pestañas dormidas me hizo abrir un ojo primero y el otro después. Frente a ellos una estación casi desierta y un letrero que indicaba el famoso puerto ligur, donde se supone nació Colón, pero vaya uno a saber en verdad.


Saliendo de la Liguria entre cerros, túneles y periferias, amparado en los últimos estertores de la oscuridad, intenté volver a conciliar el sueño, pero sin mayor éxito. Un par de pestañazos de 5 minutos y basta, mientras una claridad argentina iba develando la niebla matinal de los campos piamonteses. Esbozos de bosques, colinas sinuosas, casas de campo dormidas, y pronto entramos a Alessandria, justo cuando porfin lograba cerrar los ojos por un rato respetable. De ahí en más fue imposible. Pasar de largo por Asti y lo demás solo los descuentos hasta llegar a Turín.

(continuará)

lunes, 14 de enero de 2008

Siamo arrivati al Piemonte - 1

Con el peso de un viaje agotador, luego de toda una jornada recorriendo diversos puntos de la geografía urbana turinesa heme aquí, luego de casi 24 horas, listo para echar mis huesos a dormir.


No alcazaban aún a ser las 10:30 de una fresca noche romana, cuando salí corriéndo del departamento, volé por las escaleras de marmol, con la sensación de haber olvidado algo y la típica dispósición que se adopta cuando se está atrasado.


Sin haber alcanzado a comprar un ticket, subí el primer bus que pasó, sabiendo que es imposible pagar arriba y esperando que esta vez no fuera a aparecer el inspector, aunque no tendría porqué, si no lo ha hecho jamás desde que estoy aquí.


Bajé en Piazza Venezia, confiando en que la suerte seguirá de mi lado, está vez es más importante, pues tengo una cita a una hora determinada. Luego de 5 minutos pasa el bus de rigor, nuevamente sin dinero, y sin la presencia de inspector. ¿No estaré tentando a la suerte?.


Arribo a la Estación Ostiense, a unos 400 metros de la piramide, a la hora acordada, ni un minuto antes ni uno despues, y ya casi todos estaban ahí. Tres de mis cuatro compañeras de doctorado y un monton de veinteañeros estudiantes de arquitectura, preferentemente mujeres, junto a un par más que bordean o exceden los 30. Se suceden conversaciones varias, exalaciones de frío, expresiones de lamento por encontrarse cerrada la cafetería, cigarrillos liados y cierta tranquila expectación.


(continuará)

domingo, 13 de enero de 2008

Recuerdos perdidos (4° Parte)

Perdido. Extraviado. Con el dolor mezclándose con una extraña culpa, se lanzó lejos, sin pensarlo. Su vida resquebrajandose, e importándole un bledo. Ya no era el principio del fin, sino declaradamente una caida inexorable. Esta vez sin discursos, planes ni justificaciones, tomó cuanto pudo, cogió a la que tenía al lado, y decidió huir una vez más. Ya no estaba, quizás, en condiciones de dar ni recibir amor, como se suponía que ocurriría una vez, pero no pareció importar.


Tras el fracaso de los sueños. Tras la derrota de los sentimiento puros. Con el colapso, la amistad se hizo añicos, cada uno cogió sus cuatro trozos dispersos y partió a buscar algún camino lejos del lugar de origen. Finalmente el único que siguó siendo amigo de todos, fue aquel que partió de verdad. Los demas renunciando a la belleza, al sincero placer de la amistad honesta, se concentraron en sí mismos, cada uno en su huída, cual si no hubiera otra forma de encarar la vida.


Así fue como partió a San Antonio, desarmó su vida, desechó sus rutinas, canceló sus compromisos, dejó en el olvido a sus amigos, y desplazó los placeres mundanos por la seguridad de una mujer. La vida siguió cosechando tragedias, pero ya no había tiempo para mirar atrás. Era el momento del mañana, del dejar de pensar, parar de soñar, y comenzar a vivir, una vida entera, un tanto formateada, ocupada, complicada y vacía.


Ya no fueron 8 meses como antes. A unos iniciales 6 meses, le correpondió un período más largo aún en Santiago. En la fuente misma de todos sus desagrados, en lugar donde se gestó la huida original, tras la primera hecatombe de su vida. Al lugar donde había jurado que no volvería jamás, y del que renegó escupiendo al cielo, negándolo 3 veces, y que no se cansa de quitarle las energías. Volvió para enrostrarse su falta de consecuencia, para constatar cada día que está lejos de ser lo que se suponía, para confirmar su falta de valor.


Más de dos años tuvieron que pasar, para que volviera a gestarse la última huida, quiza la definitiva (lo mismo ha pensado en cada una). Aquella que pone una lápida definitiva al deambular en busqueda de algún sentido, y tiñe de canas las sienes. Ahora dejará los restos de su juventud desparramados entre los adoquines, las calles y las ruinas de Roma.


FIN


jueves, 10 de enero de 2008

Recuerdos perdidos (3° Parte)

Así comenzaron a pasar diversos senderos bajo sus pies, la inmesidad silenciosa del desierto más seco del mundo, la extraña atmósfera de puertos nortinos, los senderos del imperio inca, o la inmesidad infita de la pampa patagónica, y los fríos rincones de la tierra del fuego, todos aquellos parajes que en su caso, forman parte del viaje que nunca existió. Suiguieron los breves recorridos por las cercanías, la infinidad de proyectos y planificaciones varias. La vida aún ofrecía atisbos de esperanza, de recuperar el camino, y por momentos parecía posible. Pero de pronto, cayó la noche en forma brutal. En efecto, aun cuando venía anunciándose desde hace un tiempo, notaron su presencia cuando ya era demasiado tarde.


El mundo a su alrededor se derrumbó con una fuerza que nunca había experimentado. Incomprensiblemente la vida comenzó a manifestar su realidad con brutalidad. Sin posibilidad alguna de escapar al sino de lo inexorable, comenzaron a aferrarse a lo único que tenían a su alcance. Se multiplicaron los desaciertos, el sentido se evaporó como la niebla de la mañana en un día de sol. Sin saber donde ir, ni menos que hacer, seguían por ahí, deambulando, arruinando lo poco que quedaba inmaculado. Hasta que lo inevitable se hizo presente, el día más temido, el que parecía inverosimil, llegó. Arrastrando como una nube negra con lo poco que quedaba con vida. Las últimas lágrimas que alguna vez vertió, las arrojó en esos días, desde el cual, inevitablemente, nunca nada más volvió como solía.


Un dolor profundo, cercano al vertigo, clavándose en el pecho, hasta el límite de lo soportable. Llegando al punto de quedar inmóviles, petrificados. Una tarde eterna, seguida de una noche culposa. En el último segundo flaqueó, y no se lo va a perdonar, la última noche, a eso de las 1 de la mañana se marchó pues necesitaba del consuelo amable de un cuerpo tibio y unos labios sueves. Unas 4 horas más tarde, le avisaron del desenlace y no estuvo ahí. Por ceder a las debilidades del corazón humano, dejó de estar quizás en el segundo más trascendental de la vida de un hombre, en este caso de su amigo. El sabe que ese dolor lo desgarró, hasta el punto de no poder volver a sentir de manera semejante, pero también sabe que no estuvo cuando había que estar, y ello nada podrá remediarlo jamás.


(continuará)

miércoles, 9 de enero de 2008

Recuerdos perdidos (2° Parte)

Primero vino Chiloé, con su magia sencilla y pueblerina, sin sentirse como una huída, hasta llegó a ser percibida como una excentricidad. Pero él sabía muy bien, que desde el día en que definitivamente cogió el bus de ida en Collao, en aquel lejano abril de 2000 ya nada volvería a ser igual. Y así fue. A su regreso, los ritmos nunca más volvieron a encajar del modo que venían haciéndolo. De cierto modo era el comienzo del fin de una era maravillosa, la mejor de su vida, y cada nuevo paso que se daba para perpetuar ese momento, lo iba alejando irremediablemente.


Las notas musicales continúan, insistentemente, trayendo de regreso atmósferas y aromas, de cuando, por ejemplo, fumaba por placer y no por angustiosa costumbre; cuando perdía la mirada por horas buscando puestas de sol sobre el Bio-Bío, con absoluta negligencia, y con un placer irrepetible. Los tiempos de los proyectos, los sueños, la tranquilidad y la amistad sincera. Días de poco dinero, pero bien empleado. De tardes enteras tendidos al sol en los pastos de la universidad conversando sobre la vida, días en los que de verdad se preocupaban por quienes tenían al lado, sin hacer cálculos mezquinos. Días en que las promesas de amor verdadero, ofrecían una alegría mucho mayor que cualquier realidad concreta posterior y eran tan frecuentes como intensas.


Luego vino un periodo más o menos largo, donde intentando recobrar el equilibrio perdido, comenzó a extraviarse de sí mismo, viéndose extraño y hasta absurdo. Pero algo aún seguía ahí vivo. Algo, suficientemente poderoso, como para permitir la construcción de una amistad asimétrica entre 4 grandes amigos, los que siempre fueron 3 sí y uno no. Juntos daba la sensación que el mundo se abriría a sus pies, rendido; que con un poco de perseverancia y constancia, lograrían cualquier cosa.


(continuará)

Recuerdos perdidos (1° Parte)

En los oídos se escuchan ritmos antiguos, de un tiempo en se abría algo así como todo un horizonte frente a él. De un tiempo simple, con aroma a tierra humeda y días de sol. De un tiempo en el que si bien las cosas distaban bastante de ser perfectas, al menos todo parecía posible. Estaba más relajado y bastante más cerca de ser feliz que nunca antes en su vida, y nunca después. Las calles se deshacían bajo sus pies sin apuro, las conversaciones se hacían eternas y sobraba tiempo para apreciar atardeceres irrepetibles. Daba la sensación que eran eternos, aquellos hermosos tiempos, justo antes de la huida final. La última, la peor de todas, la que esta vez lo alejó de lo poco verdadero que construyó, de lo poco real e inmaculado, de lo poco realmente suyo.


Nunca se entendió muy bien. ¿Por qué dejó de hacer ciertas cosas en el momento en que los astros se alineaban a su pasó?, por qué se negó a cosechar lo que por años había pacientemente sembrado y comenzó a escapar cada vez más lejos y por más tiempo. Hubo un momento en que conoció el cariño más desinteresado y la pasión más intensa, la amistad completa y la lealtad más profunda. Hubo un tiempo, en que se podía dar la espalda con la confianza aboluta en que siempre iban a estar ahí, y estaban. Hubo una era verdaderamente honesta, pero una fuerza telúrica comenzó a llevarlos por caminos diversos, que nunca comprendió muy bien porque siguió. Siempre preso de sus opciones, sin poder logar lo que andaba buscando, así sus pasos comenzaron a alargarse y la sombra que proyectaba se perdió, hasta desvanecerse.


(continuará)

martes, 8 de enero de 2008

Eclécticos, snobs y visionarios

Con cierto cansancio a cuestas, caminaba tranquilamente de vuelta de la universidad hacia el centro. Andando un tanto a ciegas, se topó de pronto con una intersección importante, por un lado los muros de la ciudad antigua tras las cuales está el cementerio donde yacen los restos de Gramsci, en el costado contrario se alza un edificio de grandes columnas. En medio de los muros del cementerio, casi como una maqueta, había una Pirámide. No era Keops, pero era una piramide, de verdad, y de una edad respetable (2019 años). No se trata de una de cristal hecha recién, porque no saben en que gastar la plata. No. Era una sólida, densa, de casi 40 metros de alto, hecha en marmol, tallada con inscripciones en Latín; y la gente pasando al rededor como si fuera lo más normal del mundo tener una piramide emplazada justo al medio de una calle.


Sin salir aún del asombro, miró al frente y estaban al restos de una construcción eclesiastica pero que a la vez constituía una puerta, cerrada con un par de tumbas y unos frescos que dan hacia la calle, pero estos “restos” estaban al medio de una plaza. Como si fuera un residuo, un saldo, algo que se les olvido ahí. O en el mejor de los casos la única cosa que pillaron para suplir la falta de una fuente, o una estatua. A un costado de eso, cruzando la calle, una placa en recuerdo a los partizanos que combatieron a los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Todo eso en una simple intersección de calles. Un poco de egipcios antiguos, romanos, católicos y partizanos. Y para colmo, a 30 metros estacionado un Maseratti Spyder azul, brillante, cromado, con unas llantas de lujo y un perfil bajísimo, absolutamente increíble y nuevo. Ahí comprendió, si en el siglo 1 A. de C. construian piramides tipo "egipcias" porque Egipto estaba de moda (no es broma), no es de extrañar que gasten su dinero en autos deportivos de lujo (114.000 euros) en el siglo XXI, habran pasado dos mil años, pero los majaretas son los mismos.


Pero bueno, finalmente comprendió tres grandes cosas. Que ser ecléctico da estilo; que es posible vivir en un museo; y también que da la sensación que alguien está fabricando antiguedades y las está emplezando en la ciudad. Porque es mucho. Si con el coliseo y un par de iglesias se daba por pagado. Pero esta ciudad es excesiva. En este camino eterno desde San Paolo, pasó por el Circo Massimo (el mismo lugar donde Ben Hur corrió la carrera de carros, y que inspiró la carrera que ganó Anakin Skywalker en el Epidsodio 1 de Star Wars), y siguió tranquilamente su camino, cual peregrino siguiendo las estaciones de la historia, hasta detenerse frente al arco de Constantino. Ahí fue donde su sufrió una revelación, y lo comprendió todo. ¿Por qué son tan buenos los arqueros y defensas italianos?, porque tienen que evitar que les hagan goles en unos arcos enormes, y bueno, porque llevan fabricando arcos desde hace como 2.500 años, y saben como evitar que el resto se acerquen a ellos, obvio.


Luego, al ver a unos cuantos guatones vestidos de Legionarios, Guardias Pretorianos y Gladiadores, fumando, sacándose fotos con turistas, saludándose teatralmente, y representando la farsa del circo romano, entendió dos nuevas cosas. 1° ¿Por qué cayó el Imperio Romano?, simple, guatones así no lo iban a sostener mucho tiempo más, si en el fondo solo querían "webiar", y guerreros de verdad se colaban por todas partes, como hoy los turistas gringos y japoneses. 2° Entendí por qué los romanos son en apariencia desordenados, gritones y flojos, porque ellos saben que todo el mundo viene para verlos, para sentir su ritmo, para escucharlos gritar, para ver como manejan, para ver donde se estacionan, para comerse sus comidas, para verlos gesticular. Les importa un bledo, porque saben, que ellos son el espectáculo.


Pero no se detuvo ahí, faltaba aún la mayor revelación todas. El coliseo, claramente se adelantó a su época. Mírese por donde se lo mire, es un estadio de fútbol, y bueno como no había futbol aún, los romanos, que estaban majaretas, se dedicaron a reproducir batallas, meter barquitos (eso aun me cuesta concebirlo), hacer pelear algunos giles, matar cristianos, alimentar animales salvajes con carne humana, etc. Esperando miles de años hasta que por fin se decidieran los ingleses a inventar el fútbol Pero claro, en ese entonces los británicos eran un montón de salvajes, que se pintaban la cara, se vestían con trapos y cueros y jugaban a enterrar piedras enormes.


Algo trataron de hacer al respecto los fiorentinos, al inventar el calcio en el siglo XV, pero lo que le sobraba en barbarie, le faltaba en calidad y talento. Para cuando finalmente se inventó el futbol, los muy pelotudos habían hecho mierda el Coliseo. De hecho las ruinas romanas las usaron como canteras para la construcción de nuevos edificios, palacios e iglesias, durante muchos siglos. Les sacaban los distintos tipos de marmol, y otras piedras y las iban haciendo mierda, lentamente.


En síntesis, como dice el dicho, en todas partes se cuecen habas. Para valorar el patrimonio primero deben pasar muchos siglos en que lo destruyen, y luego cuidar las ruinas de ese patrimonio. Finalmente, es imposible no imaginar a Colo Colo siendo vitoreado por las masas, al salir al campo de juego. Claro que primero, tienen que arreglar la cancha. Quizas no lo sabían pero los romanos construyeron el Coliseo con la esperanza que algún día existiera un club como Colo Colo, que honrara el recinto con su presencia. Pues, no son sino, la hidalgia y el coraje, los valores que han de defenderse en la arena, y los mismo que inspiran al club.


Noviembre, 8 - 2007

lunes, 7 de enero de 2008

Las primeras 24 horas en Roma

Es extraño escribir estas palabras. Puede ser más extraño aún, sin consideramos cuando odia el ejercicio de egolatría que implica largarse a contar las venturas y desventuras de la estancia de ciertas personas en tierras lejanas. Pero bueno, una necesidad irrefrenable lo sentado tiene aquí, justo frente a esta panatalla, escribiendo, intentando reroducir todo lo que dejaron estas primeras veinticuadro horas en Roma.


Está sentado, las piernas cruzadas, con el cansancio cayendo sobre sus hombros y los pies ardiendo. Fue un día duro, atina a pensar. Pero atengámonos a los acontecimientos. Luego de un viaje excesivamente largo, por fin el avión, el tercero al que subió en su ruta de ida, y el quinto en 1 semana, aterrizó luego de pequeñas turbulencias en el Aeropuerto Leonardo Da Vinci, en Fiumicino. Hasta ahí todo nomal, predecible.


Se suponía que luego de todas las dificultades que encontró, de cada uno de los contratiempos, de la infinidad de barreras que se sortearon, de los plazos que se acabaron, de los días que pasaron demasiado rápido, incluso despues de que ya casi sin fuerzas lo logró, por fin, cuando ya no lo creía posible. Luego de todo ello, y más, se suponía que las cosas iban a darse modo fácil, que lo difícil era llegar. Que contrario a lo que decían los nervios, una vez pisada estas históricas tierras todo iba a resultar con asombrosa fluidez, casi como si estuviese predestinado. Pero claro, olvida uno que cuando se ha remado contra la corriente, cuando la porfía le ha doblado la mano al destino, todos los triunfos deben surgir únicamente del esfuerzo y la perseverancia.


Pareciera que el destino quiere verlo fracasar, pues de algún modo su perseverancia viene a quitarle protagonismo, cual si no tuviera mucho que hacer. Pues, si todo lo que queramos lo lograremos a fuerza de voluntad, la idea de un sino trágico o maravilloso, va quedando en el olvido. En este estado de cosas, el destino se encarga de poner obstáculos en el camino, como diciendo “tu no deberías estar aquí”, y él continua luchando.


A pesar que de pronto ya no queden alojamientos, o sus precios sean inalcanzables, y la única persona que te iba a ayudar, debió viajar fuera de la ciudad y de paso recibió visitas. O que el único pariente que tengas, sea del tipo cada uno mata su piojo, y te ofrece una hipotética ayuda en la medida que no le entorpezca la vida cotidiana, y si te las puedes arreglar solo, mejor aún. Está demás decir que seres con inteligencia, un poco de dignidad y una dosis prudente de orgullo, siempre terminan arreglándoselas solos, aunque no necesariemente de la mejor forma. A pesar de todo ello, nada es aún suficiente para hacerlo desistir. Si en su vida ha dormido en lugares inimaginables, desde recodos del camino, terminales de buses, hasta bancas de iglesia, no tener donde descansar los huesos un día, no debiera ser gran cosa. Pero lo es, hoy en día lo es, de hecho siempre lo ha sido.


Pero bueno, será el berrinche del destino contra la perseverancia, será la simple casualidad que esta vez no se dio. Vaya uno a saber que es, pero lo innegable es que desde hace ya mucho tiempo que la fortuna no se hace presente por su vida. Los pequeños y breves milagos que alegraban los días han desaparecido, nada es horrible, pero ya nada es bello. No hay mala suerte, pero tampoco buena, Finalmente la magia de la vida despareció, dejar de ser un ser único, para pasar a ser un número en un registro.


Nuevamente el sueño de un despertar maravilloso empolvándose, arrumado entre bosquejos desechados, y colillas de cigarro. Las promesas hechas, cual pago existencial por el favor concedido, no se han traducido en los resultados esperados, todo lo que sacrificó para lograr algo que le iba a abrir las puertas de todo un mundo por descubrir, parace haber sido en vano. Da igual si es allá, aquí o en cualquier lugar, sea con un dependiente hindú, un amigo chileno, un vecino italiano o un transeunte africano, esa pequeña magia, simple y cotidiana, dejó de estar presente en su vida.


La ciudad puede ser hermosa, y lo es. La gente puede ser amable, el clima puede ser agradable, las condiciones favorables, pero cuando la vida nos quitó la gracia de su ser, no queda más remedio que resignarse a que nada será facil, nada fluira como predestinado y siempre habremos de encontrar más obstáculos de los esperados, hasta el final de los tiempos.


Noviembre, 2007.