La ciudad fría, con aire centroeuropeo, y un dejo afrancesado, recordándonos la cercanía de los Alpes, de Francia y Suiza. Con las cumbres alpinas nevadas de fondo, largas galerías escondidas bajo fachadas continuas de 5 o 6 pisos, y una insipiente nube de smog que no puede sino resultar familiar.
Saliendo de una noche interminable, luego de haber cruzado media Italia, comenzaba un día eterno. Tras 8 horas y 18 minutos sobre un tren regional, en un viaje que en el Eurostar demora harto meno, pero claro ahí se explica la diferencia de 42 euros ida y vuelta contra los casi 130 del Eurostar, dabamos inicio a nuestro periplo en el capital del Piamonte.
Primero un café, como siempre, espresso y servido a la mitad de la taza chica. Perfecto, bien cargado, bien chico, bien italiano, junto a una facturita rellena con chocolate como dirían en Buenos Aires, un cornetto como dirían en Roma, pero un croissant en estas afrancesadas tierras italianas del nor-oeste.
De ahí en más la sucesión de lugares por visitar, las remodelaciones urbanas, diversas recuperaciones de antiguas áreas industriales en una ciudad que intenta re-inventarse luego de la merma demográfica que implico la crisis de la Fiat y el proceso de des-industrilziación, que terminó luego de 10 años con una ciudad que tenía 500 mil habitantes menos.
Afuera de la estación con esperaba un bus. Primero nos llevó a espina 3, de ahí a la zona internacional de la villa construida para los Juegos Olímpicos de invierno de 2006, una especie de mercado de concreto y vridrio que ahora está desocupado. Estructura usada por solo unos meses durante la preparación y celebración de la máxima de los deportes de invierno. Permanece ahí, en silencio, a la espera, no como un vestigio de un momento de gloria, sino como una simple escenografía que aguarda su turno para salir a escena, empolvándose tras bambalinas.
Luego, atravesando la enorme e insipida curvatura de una pasarela que cuelga sobre una infinidad de líneas ferreas muy propia de la arquitectura desterritorializada, se llega al Lingotto, con su recuerdo permanente de los días de gloria de la "Fabbrica Italiana di Automobili Torino" (FIAT), su escala desproporcionada, las líneas fascistas de su diseño, la rampa para acceder a la pista de prueba de los autos en el techo de la construcción, como un fósil viviente de la época de esplendor del modernismo italiano. Sin embargo, la nostalgia, el recuerdo, todo está travestido, convertido en su antítesis. Lo que era un lugar de producción, hoy en un lugar de consumo.
En medio de la colosal estructura industrial se alza un centro comercial, junto a una sala de exposiciones, entrelazadas con una facultad universitaria, en una aparente contradicción que no hace sino reafirmar simbólicamente el principio rector de la actualdiad, tornándolo sumamente coherente.
(continuará)
1 comentario:
Excelente relato, quizás es el mejor de los tres... de esta aventura a Turin (hasta el momento). El asombro es algo evidente, y se agradece, cuando las letras te acercan a una experiencia tan personal y aveces tan difícil de manifestar. Habiendo tenido ya algunas experiencias, pienso, que quizás uno de los eventos mas motivantes, es el poner a trabajar los sentidos en lugares nuevos e inimaginables, aun cuando la historia y el conocimiento nos vayan abriendo camino... la presencia... en aquello nuevo, nos muestra un horizonte distinto... y por supuesto, muchas veces quedamos desnudos frente ala ignorancia... sorprendidos...
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