Primero vino Chiloé, con su magia sencilla y pueblerina, sin sentirse como una huída, hasta llegó a ser percibida como una excentricidad. Pero él sabía muy bien, que desde el día en que definitivamente cogió el bus de ida en Collao, en aquel lejano abril de 2000 ya nada volvería a ser igual. Y así fue. A su regreso, los ritmos nunca más volvieron a encajar del modo que venían haciéndolo. De cierto modo era el comienzo del fin de una era maravillosa, la mejor de su vida, y cada nuevo paso que se daba para perpetuar ese momento, lo iba alejando irremediablemente.
Las notas musicales continúan, insistentemente, trayendo de regreso atmósferas y aromas, de cuando, por ejemplo, fumaba por placer y no por angustiosa costumbre; cuando perdía la mirada por horas buscando puestas de sol sobre el Bio-Bío, con absoluta negligencia, y con un placer irrepetible. Los tiempos de los proyectos, los sueños, la tranquilidad y la amistad sincera. Días de poco dinero, pero bien empleado. De tardes enteras tendidos al sol en los pastos de la universidad conversando sobre la vida, días en los que de verdad se preocupaban por quienes tenían al lado, sin hacer cálculos mezquinos. Días en que las promesas de amor verdadero, ofrecían una alegría mucho mayor que cualquier realidad concreta posterior y eran tan frecuentes como intensas.
Luego vino un periodo más o menos largo, donde intentando recobrar el equilibrio perdido, comenzó a extraviarse de sí mismo, viéndose extraño y hasta absurdo. Pero algo aún seguía ahí vivo. Algo, suficientemente poderoso, como para permitir la construcción de una amistad asimétrica entre 4 grandes amigos, los que siempre fueron 3 sí y uno no. Juntos daba la sensación que el mundo se abriría a sus pies, rendido; que con un poco de perseverancia y constancia, lograrían cualquier cosa.
(continuará)
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