jueves, 31 de enero de 2008

Un día como tantos - 2

Es posible observar, sin mayor dificultad, las puestas en escena de personas que con gestos amplios, teatralmente, justifican su soledad en un lugar tan público a través de ademanes exagerados de personas ocupadas. Alguno por ahí ve su reloj cada dos minutos con gran ceremonia, como para que todos sepamos que está esperando a alguien, aunque no aguarde más que la esperanza de ver personas conocidas.

Otros comunican públicamente su cansancio como poniendo barreras de defensa ante un imaginario aluvión de juicios que pululan por el ambiente ante el hecho de sentarse en una escalinata perdida a ver morir la tarde. El temor al ridículo, a la evaluación constante, a las miradas inquisidoras, se respira en cada sitio de esta ciudad y el ritmo de la vida resulta lo suficientemente estresante como para que algunos extenuados, incluso con la necesidad de tener una excusa para usufructuar del espació común, se hayan detenido brevemente a desconectarse de la realidad, a descansar de la locura de estar vivos hoy en día. El mundo está girando demasiado rápido, y no va hacia ninguna parte.


Hay poco más de 15 personas en el foro de la universidad, sentadas, leyendo, fumando o escribiendo, con una excusa perfecta para estar ahí, los otros tan rápido como llegan toman conciencia de que no tienen nada que hacer y se marchan. A la izquierda la facultad de derecho luce desierta, tras un árbol no muy grande iluminado por un sol moribundo. Alguno que otro ciclista, desafiando porfiadamente el suave viento polar, se pierde en dirección a la laguna. Resulta hasta bella la sincronización de exhalaciones humanas que indican una severa disminución de la temperatura ambiente.

No parece cierto que sea miércoles, que gran parte del plantel universitario esté en un paro indefinido de actividades, y que recién hace poco más de cuatro horas un importante contingente de jóvenes universitarios y liceanos combatiera deportivamente en una lucha desigual contra las impacientes y organizadas fuerzas de la policía uniformada, quienes haciendo uso de su superioridad logística y tecnológica abusan de la ingenuidad infantil de estudiantes con complejo de guerrilleros centroamericanos, que aún confían en la eficacia de un par de cócteles molotov y de una esporádica lluvia de piedras contra la efectividad del arsenal químico de Carabineros.

En fin, son las reglas del juego, y todos las conocen de antemano. Alrededor la fría calma de provincia inmóvil. Ya ni se siente el ácido nauseabundo del abundante gas lacrimógeno. Si al menos usaran gas hilarante, esta universidad sería más divertida.

A los costados, en los muros que bordean las escalinatas, rayados sugerentes que hacen pensar en un clima de agitación, confrontación y movimiento, propio de varios años atrás, donde la historia se fundía en el imaginario mítico de los ’60. Mas la realidad suele ser implacable y todo continúa mecánicamente en calma. La quietud invernal resulta más elocuente que cualquier sueño de revueltas de fábula.

El viento no detiene su afán de calar hasta los huesos. Se ven, a la distancia, mormones caminando con aparente despreocupación, como intentando hacer todos los esfuerzos para pasar desapercibidos, pero se ven demasiado formales y jóvenes a la vez, como para no levantar una sospecha de artificialidad, demasiado rubios y medio
nerds como para no reparar en ello.

(Continuará) 1998

1 comentario:

F dijo...

Es una foto.. hermosa, se advierte el Sur.. se siente la calma, los extraños y conocidos... el café que huele... se asoma, las carreras de mañana... nunca tan aceleradas, los rincones para mi recientes... nacientes... la embergadura de un comienzo.