martes, 29 de enero de 2008

Días extraños


Hoy fue uno de esos días extraños, que parecen similares a cualquier otro, pero que dejan una sensación inquietante, como si alguien lo hubiese emplazado en medio del calendario, deliberadamente. Todo comenzó a eso de las 7:54, es decir 16 minutos antes que sonara el despertador del celular con una insoportable invitación a "alzarsi". Desde el comienzo fue raro, no había jugo, ni yogurt, ni pan, ni nada para tomar desayuno, salvo un resto de café negro que había dejado preparado el francés.

Salí súbito, medio apurado, pero a tiempo. Esta vez no pase por la tabaquería de la cincuentona con complejo de Sofía Loren para comprar el boleto del autobus. Estaba helado, con un sol insípido y una molesta y brillante bruma matinal. Trayecto lento, hasta arribar a Termini. De ahí el Metro, sucio y con un aire al Bronx (de las películas). Enseñarle a una pareja de inoperantes a usar los torniquetes para acceder al andén. Ir como sardinas y bajarse una estación más abajo (literalmente). Faltaban 2 minutos para las 9:30, atravesé rápido la cuadra y media, y justo a las 9:31 minutos estaba en el tercer piso (Piano 2), frente al Aula 26, listo para la lección de hoy. La puerta estaba cerrada.

Vienen en retardo pensé. Nada más lógico, la puntualidad no es una característica italiana. Un par de vueltas por el pasillo, poca gente, algunas alumnas de arquitectura estudiando (o conversando), por ahí algún viejo con aire de profesor, y los minutos pasando. El teléfono marcaba las 9:42, cuando vi subiendo la escalera a Giula, al menos solo no iba a estar. Quizás sabe algo. No sabía nada, obvio. Fuimos a buscar la llave, dejamos las cosas en la sala, y partimos a tomar un café afuera, aprovechando el retardo general.

A eso de las 10:00 ante la insistencia de Giula, cuya procupación era básicamente el hacer esperar a los demás, pues teníamos las llaves de sala en nuestro poder, tuve que tragarme un "cornetto" (suena horrible, lo sé), una "media luna" mejor. Volvimos prestos a la facultad, y ahí estaban Viola y Claudia. Pero del profesor nada. Su rostro adormecido dejaba entrever que había algo anómalo en la situación. Efectivamente, la clase la corrieron para las 15:00. Sin salir de la perplejidad, fuimos a la sala Lombardi (la sala de los doctorandos), a revisar correos, "patear un poco la perra", y decidir que diablos hacer.

Voy a pasear, dije. Nos juntamos a amolzar. OK. Salí, deshice calles bien conocidas, hasta arribar frente a unas ruinas, como tantas otras, de un foro o templo, como tantos otros. Decidí sacar fotos casi compulsivamente como un turista japonés, pero sin mapa ni guía turístico. La luz era horrible, brillante, gris, plana, una mezcla de bruma, sol y nubosidad que recordaban los días de pre-emergencia en Santiago. Filo. Vamos me dije, total despues sacó más y borro éstas. Recorrí lugares ya vistos, volví a saludar al emperador Julio Cesar, a quien no "veía" desde mis días donde las monjas. Dando vueltas extrañas, hablando solo por la calle, emulando a la familia de "ching chang", arribé a otro montón de ruinas vecinas al río.

En un recodo, luego de ver por enésima vez hasta donde pueden llegar los límites de la belleza femenina, como si fuera una puesta en escena o una pasarela, pasó lento pero decidido, una belleza impresionante de color burdeos, elegante, inconfundible. Un Maserati, nuevo, impecable, y andando tranquilamente entre taxis y autobuses en una zona que en Santiago sería Plaza Italia, como si fuera normal. Sin salir del asombro, me topé con otro montón de ruinas. Más allá un edificio que en su enorme placa dice que fue inaugurado por Benito Mussolini.

Luego más ruinas, más japoneses descendiendo de buses de turismo, cerca de la Boca de la Verdad. Una estupidez de marca mayor a la que vienen millones de peronas todos los años y que no tiene niguna gracia particular, más allá de una leyenda que algún aburrido inventó alguna vez. Al frente un mendigo durmiendo su borrachera en el pasto, más allá un templo en restauración que daba la sensación de haber sido construido recién, para tener nuevas antiguedades que mostar el 2008.

Miro el reloj, cansado, con más de 100 fotografías en la cámara, son las 13:10. Es hora de volver, si mucha pulcritud, deshaciendo el mismo camino. En varios lugares restos olvidados, cuidadosamente dispuestos, del pasado fascista, por aquí unos fascios di combatimento, o allá una alusión al Duce, mas acá un aguila imperial, luego más fascios, todo ante la indiferencia de casi todos, romanos, turistas e inmigrantes.

Vuelvo a la universidad. Son las 13:50. No hay nadie. Mis compañeras ya se fueron a almorzar. Pido la llave, dejo mis cosas, y parto donde el señor de Calabria a comer un panino con prosciutto, mozzarella y funghi. Me encuentro con Rafel, un chileno que llegó hace 3 días, tomamos un café. Aparece Carlotta, con el rotro hinchado por la muela del juicio. Llego atrasado a clases, y obvio, había olvidado que había que traer un pequeño texto donde se explique sobre que se va a escribir un artículo, que tiene como hilo conductor "la problemática del centro histórico".

Piensa rápido. Primero guardar un silencio sepulcral, ¿y después?. Lógico, engrupir, inventar un tema en el acto. ¿Cuál va a ser la dificutad?. Simple, no es lo mismo engrupir en italiano. Hablo de centros, ruinas, tradiciones inventadas, la construcción de la identidad, un poco de Europa, otro poco de Latinoamérica. Al final, un lapidario, "has dicho una serie de cosas ambiguas y no necesariamente ciertas", de boca del director del doctorado. Silencio. Nada que decir. Era cierto.

Luego una breve reunión entre los 5 doctorandos, recibo la tibia solidaridad de mis compañeras, acordamos una estrategia común con respecto al artículo. En el pasillo conversamos un poco con una estudiante de arquitectura que habíamos conocido en Turín, me invita a ver una presentación, le digo que estoy cansado y me marcho. Está helado. Voy a una librería, con una extraña tendencia a los libros sobre regimenes totalitarios. Luego a ver un rato el coliseo de noche.

Tomo el metro en Cavour. Nuevamente como sardina. Bajo en Termini, me subo al autobus 86. También como sardina y me bajo en el Supermercado. Debo comprar yogurt y jugo, si el día vuelve a comenzar sin yogurt, nada bueno saldrá de él, pienso. Exhausto, vuelvo a casa con cierto malestar corroyendo mi orgullo, y la sensación de repetir errores antiguos.

28 de enero 2008

1 comentario:

F dijo...

Hay días donde aquel pié derecho al bajar de la cama, inconcientemete se transforma en izquierdo. O que nos olvidamos, como diría Serrat en colocar esa pata de conejo en nuestro bolsillo... Pero nada de ello tiene real importancia cuando el día ya esta encima, y sobre todo cuando las cosas se tornan inevitablemente incontrolables... y se transforman en un caos, volviendonos a una ambiguedad misteriosa algo incluso ininteligible de la realidad.
Comparto otra cita:
"Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre, Que humillación incomparable, que vertigo!"
Ayer publique uns historia.... que quizas te haga sentido.