miércoles, 30 de enero de 2008

Primeras veces y algunas costumbres italianas


Un anuncio inquietante, leído en un diario vespertino a la bajada del tranvía la noche anterior, me levantó decididamente de la cama, aún antes de que diera la hora fijada en el despertador. Por suerte, porque al acabarse la batería no iba a sonar. Una ducha rápida, casi por inercia, y bajar como todos los días. Aun no daban las 8 de mañana y ya estaba sentado tomando el desayuno, que tempraneramente dejan listo las monjas dominicas que me albergan. Claro, tras una compensación de 30 euros diarios, pues mientras más cerca se esté de la Santa Sede, no se profundiza tanto la religiosidad como la visión comercial del asunto. En fin, pasaron rapidamente el jugo, el café y la nutella de rigor. Dejé la llave en el mostrador, y salí presto a tomar el tranvía lo antes posible.

El día de ayer se había anunciado una huelga general del transporte y los servicios públicos. Mi primera manifestación política en Italia. Pero claro, los temas son los mismos, los colores casi iguales, la producción similar, pero hay una diferencia radical. Pues aun cuando esuviesen discutiendo sobre los bajos salarios, la precarización del empleo, el aumento de los precios de los combustibles, y ese tipo de vicisitudes, y a pesar de que era una marea roja de proporciones nada despreciables; acá se tiene la costumbre de hacer hueglas y tomarse el espacio público, en un ejercicio bastante repúblicano, que a la mayoría tiene sin cuidado.

Y no hubo una crisis política, no bajó la bolsa, no hubo guanacos, zorrillos, cientos de detenidos, e histeria colectiva por la falta de orden público, no hubo un Ministro del Interior hablando estupideces, ni "pendejos" afiebrados quemando cuanta huevada pillaran o haciendo pedazos paraderos de micro. No ocurrió nada. Sólo una marcha, cantos, fiesta, una escolta policial importante eso sí, harto Carabinieri y "Poliziotto" dando vueltas, pero con boina, no con casco, y fumando relajadamente, como si fuera un día de campo. Caminaban casi al ritmo de los parlantes que venían más atrás.


Pues bien, a esa primera manifestación, le antecedió a su vez, la primer a lluvia. Más bien una pasadita mínima de agua, pero algo es algo. Más tarde, de vuelta ya de clases, luego de un almuerzo delicioso en una tratoria ubicada en una callecita adoquinada, de una buena conversación con una compañera y un investigador del Departamento de Estudios Urbanos de la Universidad; después de la vivista de rigor al "Ciber" (Internet Point) donde ya me he hecho medio amigo de los dependientes, dueños, empleados o socios, a decir verdad no entiendo muy bien su sistema, porque hay al menos 4 tipos jóvenes, sin aparente jerarquía, que se turnan, o se reempalzan al menos, (2 hombres y dos mujeres), 3 son italianos más una arquitecta alemana. Pero bueno, de vuelta del Ciber, me tocó también, la primera tormenta eléctrica. Sólida, violenta, pero con poca agua.


En fin, volviendo a la manifestación. En medio de la clase, el profesor, un doctor en Lingüistica (o algo así), decide hacer un break, conminándonos a tomar café afuera, a la calle. Pues, claro, muy en la U estaremos, pero es una costumbre italiana tomar café, y no cualquier café ordinario, aguado o de máquina cagona (tipo Vendomática). No. Tiene que ser un café de grano, en un Bar o cafetería, de preferencia un espresso, cappuccino o macchiato. Y uno, como anda de weon, les sigue la coriente, y se va a tomar el café. Para suerte de mi escualida economía, una de las pocas cosas que no son tan caras en Roma, es el café, por 0.7 euros (como 500 pesos) puede uno beber un espresso (pero de un tercio de taza chica).


Los tipos son relajados, tal como se toman las calles, y nadie se espanta; paran las actividades y salen a tomarse un café. Quizás como una forma de sintetizar el concepcto de la naturalidad de las costumbres. En el segundo que ibamos llegando al café por una calle, la marcha que iba por otra, se cruzó con nuestro camino en la esquina, y cada uno siguió su rumbo. Pero, ojo, tal es la costumbre de tomar café que algún pequeño brazo de la marcha, bandera comunista en mano, entró al café a tomar el espresso de rigor. Cual si todo fluyera con una naturalidad envidiable, en ningún momento se hizo presencia la sensación de tensión, de fuerzas contrapuestas, de la inevitabilidad del choque.


Nuestros pasos continuaron, volvimos a nuestros afanes univeristarios, volví a prender mi grabadora. Me concentré hasta el dolor de cabeza en comprender al profesor, a eso de las dos, fuimos a almorzar. Los manifestantes continuaron su lucha por un mañana mejor. Los buses, el metro y los tranvías comenzaron horas despues a pasar nuevamente. La noche cayó sobre Roma, bajo mis pies, un dejo de humedad guiaba mis pasos, rumbo al lugar exacto donde hace más de 2000 años cayera ultimado Julio César, para abordar el Tranvía. El número 8, por cierto.


9 de noviembre de 2007


1 comentario:

J. dijo...

Oh, pues que no es gracia esa del café... yo subí como 6 kilos el primer año. Debe haber sido de los nervios, porque nos metian en una sala casi de vidrio a redactar noticias para diario y lo unico que haciamos, como ratones de laboratorio, era tomar café y fumar... Aunque yo nunca fumé cigarros, porque nunca me ha gustado el sabor ni el olor ni nada. Pero bueno, el café de la cafeteria cuica era dulce y amargo, la mezcla perfecta de un adictivo café.
Y también, que rara la forma de manifestacion de alla... quizas no sea rara, pero cuando uno esta acostumbrado a ver manifestaciones con piedrazos, molotov y cuanta cosa más, cualquier acto de paz es impresionante.
Y si pues, estoy en el trabajo... mi manera de redactar es fenomenal. Cualquiera la envidiaria. Ahora empiezo la correcion de algun errorcillo minimo, leyendo en voz alta. No necesito café cargado y dulce, pues me basta con mi agua mineral congelada y sin gas. Nada de cigarros, por cierto.