jueves, 27 de marzo de 2008

Sobre el origen de las cosas - 5

Éramos, en la medida de lo posible, bastante felices en aquellos años. Corrían los primeros meses de los noventa. El sonido seco de la puerta despertó los airados gritos de la nana, quien nunca entendí muy bien porqué, siempre andaba de mal humor. Eran Gonzalo, con su rostro eternamente sonriente, y su permanente escudero, Pascual. Sorprendentemente, aquella inseparable pareja de amigos, quienes fueron las primeras personas con las que cruce alguna palabra en mi nuevo colegio, estaban parados en mi puerta.


¿Qué estás haciendo? – Preguntó.


Mmm... Nada – Balbucee, mirando de reojo la cara de desaprobación de la Rosa.

Ya, vamos a jugar a pelota con los huevones del B, y nos falta uno. No nos puedes fallar – Me dijo. Más bien, me ordenó.

El campo de juego, una polvareda convertida en barrial por las primeras lluvias de marzo, estaba a un costado de la laguna. La tarde, pese a la luz del sol, estaba más helada que de costumbre. Siempre muy ordenados, y más atléticos que nosotros, los del B ya se encontraban practicando tiros al arco a nuestro arribo.


El Flaco al arco, el Chino adelante con Gonzalo, Pascual y el Chicho al medio, y Javier y yo atrás, ese era nuestro sencillo planteamiento táctico, un extraño 2-2-2. Claro que en los partidos de a siete, siempre terminaban todos adelante, dejando sólo al arquero para repeler los contragolpes. La idea era sencilla, el primer equipo en llegar a 20 goles gana, claro que solía ocurrir que cuando la cuenta era pareja y cercana a los 15 goles, ya nadie se acordaba exactamente del resultado.


El caso es que aquel era un partido a muerte. En educación física los del B nos habían ganado por un penal que inventó el profe, acordando una revancha de verdad, lejos de los límites del colegio. El honor de todo nuestro curso estaba en nuestras manos, más bien en nuestros pies, situación que a los 14 años dista mucho de ser algo menor. Elegimos lado para quedar con el viento a favor en el segundo tiempo. Sobre nuestras cabezas unos cuantos cúmulos negros amenazaban con terminar de cubrir el cielo. Al costado un reguero de bicicletas, ropas y un par de perros ladrando, junto a unas cuantas compañeras siempre fieles que no cesaban de gritar.


El balón comenzó a rodar con la seriedad de una final de campeonato, la rivalidad se respiraba. Un partido áspero, de juego fuerte, no nos favorecía en absoluto. Pascual anotó el primero del partido con un tremendo cabezazo al ángulo. Increíble. Quien lo hubiera dicho, con lo tímido y callado que era. Lentamente fueron pasando los minutos, sucediéndose goles en ambos pórticos. No nos dábamos tregua. El final del primer tiempo nos pilló 10 a 8 abajo. Gonzalo estaba indignado, Pascual mirando el suelo sin decir palabra, yo simplemente intentando no desteñir le daba ánimos al resto.


El entretiempo era apenas el minuto y medio en que nos demorábamos en cambiar de lado, tomar un poco de agua, y cruzar un par de palabras. Había que seguir. Nuestra suciedad alcanzaba niveles inimaginables. El Flaco era un pedazo de barro de los pies a la cabeza, el resto no lo hacía nada mal tampoco. Avanzaba la tarde, comenzaban a extinguirse los últimos rayos del sol entre las nubes oscuras, y el viento aumentaba, arrastrando a su paso las primeras hojas amarillentas por las calles semi desiertas de la Villa San Pedro. De súbito, un par de gotas comenzaron a licuar aún más el lodo. Daba lo mismo. Estábamos 16 a 16, no había forma de parar el partido. Pero claro el clima por estos lados, y sobre todo en aquel tiempo, si no respetaba las estaciones, menos se iba a preocupar por un infantil partido de vida o muerte.


Luego de imperdonable error de la defensa rival, Pascual volvió a agarrar un rebote, y con un horrible golpe entre la canilla y el empeine metió la pelota en un ángulo inverosímil. Era la ventaja momentanea. Acto seguido, un trueno aterrador trajo consigo un violento aguacero, de esos que no dejan ver mucho más allá de unos cuantos metros. Salimos corriendo, como era de esperar, unos a las bicicletas, otros en dirección a algún árbol. Íbamos 17 a 16 arriba, y dejamos el campo, pese la furia incontenible de nuestros rivales, con la alegría inmensa de haber dado por finalizado el encuentro, y la excitación de estar completamente mojados. Después de todo la pelota era de Gonzalo. Habíamos ganado. Claro que de vuelta al hogar la falta de comprensión de nuestros padres nos hizo olvidar rápidamente nuestra sacrificada victoria.


(2003)

(Fotografía de Francisca Insunza)

jueves, 20 de marzo de 2008

Cuidado con los Centuriones

Cuando uno llega a estas tierras, y da la rápida una e inevitablemente vuelta por los lugares "imán", uno se asombra rapidamente de varias cosas. Primero, y evidentemente, soprenden los lugares en sí, la imponencia del Coliseo, la extensión del Foro, la monumentalidad del Vittoriano, la sutiliza de la fontana di Trevi, y así sucesivamente; y al cabo de unos días no se puede sino reconocer que esta ciudad guarda sitios maravillosos y fascinante repartidos por todas partes.

Paralelamente, llaman la atención la infinidad de cosas que se venden: postales, poleras, ceniceros, réplicas, dibujos, calendarios, lápices, encendedores, tazones, delantales de cocina, calzoncillos, sostenes, pareos, prendedores, aros, bufandas, poñolines, crucifijos, rosarios, libros, folletos, gladiadores, adornos inútiles, soldados de juguete, gorros, jockeys, polerones, juguetes, y muchas otras cosas; todo con alguna referencia a Roma, el Imperio Romano o el Vaticano.

Llama la atención también quienes los venden, generalmente hindúes, pakistaníes, bangladesíes o cingaleses, quienes parecen ser quienes más saben de Roma y su historia, a tal punto que cuando cae la primera gota de agua, ellos saben exactamente de donde sacar multitud de paraguas, y parecen estar siempre preparados para vender cualquier cosa, con una gran e insistente sonrisa.

Es imposible, a su vez, sustraerse del espectáculo que ofrecen las largas delegaciones de "asiáticos de ojos rasgados", que acá son siempre japoneses aunque vengan de China o Corea; de gringos de Estados Unidos que para los italianos son siempre "americanos". Llama la atención como los acarrean, en buses o a pie, como el curso de un jardín de la mano de la Tía Guía Turístico.

Y como no, unos de los fenomenos más llamativos, son los Centuriones. Unos guatones decadentes, generalmente altos, que merodean por el Coliseo y la via dei Fori Imperiali, sacándose fotos con los turistas, fumando y rascándose la panza. Son y parecen actores en escena, y los turistas suelen sacarse fotos con ellos, jugando a la parodia del Galdiador en decadencia.

Sin embargo, a pesar de todo ello. Uno no alcanza ni a vislumbrar toda la suciedad que se oculta bajo la maravilla económica de la industria del turismo de masas. Cada vez que vemos una delegación de "americanos" o "japoneses", olvidamos que son llevados por una acompañante, que deliberadamente lleva a los turistas a determinados negocios, donde previamente ha negociado una comisión lucrativa por cada compra que haga su "grupo", sin importar la calidad de la comida, el servicio o los recuerdos. Y como buena actividad en el país del Padrino, todo esto se hace de palabra, sin regulación, impuestos o legalidad, es decir, en "negro". Todo se basa en las relaciones de respeto y confianza.

Claramente, tampoco notamos, que esta acompañante debe subordinarse a un personaje que está por encima en la escala de status, y que hace y dice lo que se le viene en gana: la Guía Turístico. Aquella que recibe entre 350 y 500 (al menos) por un par de horas explicando la historia del Coliseo o algún otro sitio histórico, y quienes, obviamente no permiten que ninguna otra se entrometa en su territorio. Existen unas cuantas autorizadas y listo. De esta forma, si por desconocimiento uno hace de guía improvisado, misteriosamente aparece la policía y se lleva una gran multa, que puede andar en unos 2 mil Euros.

Evidentemente, tampoco notamos como se pelean las guías entre ellas, y como están atentas a denunciar a los neofitos que tratan de profitar del lucrativo negocio sin permiso. Pero ellas no son las únicas. Están los "fotógrafos oficiales", quienes no permiten a ningún guía o acompañante que saquen fotos a los grupos, y les cobran 8 Euros a cada turista, por las "fotos oficiales".

Y por su supuesto están los Centuriones, aquellos gorditos simpaticones que hablan fuerte y de modo vulgar, que juegan entre ellos y parecen en estado de ebriedad permanente. Gorditos que en general lucen como recién sacados de alguna prisión, y varios de ellos efectivamente anduvieron por ahí. Al no poder encontrar otro trabajo se calzaron el trajecito romano, para cobrarle dos euros a cada incauto "americano" o "japonés", por una foto frente al Coliseo, o frente a cualquier piedra.

Pero la cosa no es tan simple. Si uno mañana decide calzarse las medias, ponerse el casquito y la armadura, para jugar al soldado romano, va a aprecer algún gentil y robusto sujeto de 1:90 para invitarte a abandonar rápidamente el lugar, pues ese "territorio" ya tiene dueño. Del mismo modo, es impensable no darle los 2 euros al centurión, a menos que uno quiera recibir como mínimo un "rosario" de improperios en italiano y algún manotazo de parte de un iracundo y desgarbado legionario.

En resumen, todo es una mafia. Los acompañantes que te llevan donde ellos quieren aunque sea pesimo, por una comisión. Las guías que funcionan como mafía, quienes se mezclan con la mafía de los vendores callejeros, los fotografos o la mafía de los centuriones. Quienes dicen que solo defienden se trabajo. Pero ¿qué es un monopolio, sin mayor regulación formal, basado en relaciones de confianza y donde para entrar, debes ser autorizado por un "capo", sino una Mafia?

Ahora bien, si hablamos de mafia del turismo, podemos mirar a los pies del Vesubio. La mafía de los porteros y vigilantes de Pompeya, es otra historia, bastante más sabrosa y peligrosa aún, pero ya hablaremos de ella más adelante, cuando andemos por Nápoles.

Marzo, 2008.

viernes, 14 de marzo de 2008

¿Qué ciudad es?

Es curioso. Más allá de realidades concretas, es finalmente en la mente donde configuramos la realidad, donde le damos forma y sentido. Le prestamos atención a ciertas cosas, mientras pasamos por alto otras, seleccionamos y olvidamos a discresión todo el tiempo. Por ello podemos tener algo frente a nuestras narices, pero no lo vemos, a menos que posea algún referente que despierte nuestros imaginarios. ¿Por qué somos así?, no lo sé, pero sé que en gran medida solo vemos lo que queremos ver, y seleccionamos sólo aquello que refuerza nuestras creencias.

La pregunta era sencilla, pero tan solo un 7% le apuntó (1 persona). Claramente la foto en cuestión es de Santiago de Chile, hacia fines del siglo XIX, específicamente es la calle José Victorino Lastarria esquina Padre Luis de Valdivia (barrio Lastarria). Digo claramente porque quienes conocen el barrio habrán visto alguna vez la iglesia de la Veracruz, terminada de consrruir en 1852 y monumento histórico desde 1983. Claro como correspondía, en el siglo XIX tenía un revestimieno de cal (blanco), y en la actualidad luce un característico color "rojo colonial", pero básicamente es la misma construcción sin cambios estructurales.

Ahora bien, por qué en el imaginario de la mayoría una antigua ciudad estilo colonial, con casas de adobe de una planta y tejas "coloniales", calles de tierra y una atmósfera medio rural, corresponde a ciudades en Perú y Bolivia, es un misterio. Quizás no creemos que sea posible que Santiago haya sido así alguna vez, y hace tan poco (un siglo y cuarto, mas o menos). Quizás asociamos arcaico, colonial, rural e hispánico, con Perú o con Bolivia, porque ahí aun se conservan centro históricos con esas características en algunas ciudades, quién sabe. Lo cierto es que el 84% elegió alguna de las opciones en Perú o Bolivia. Un 35% dijo que la foto era de Arequipa, un 35% que era de La Paz y un 14% que era de Lima.

Miren la segunda foto, es Santiago, en la misma época, calle Moneda mirando hacia el cerro Santa Lucía, que rural, ¿no?. Con el clásico muro perimetral de adobe, las fachadas continuas, el caballo afuera de la casa. Qué ocurrió con la ciudad, sus ritmos y sus caballos. ¿Dónde fue a parar Santiago de Nueva Extremadura?

La respuesta es simple, desde mediados del siglo XIX hasta al menos la crisis del '29, destruyeron casi toda la ciudad (digo casi, porque aún queda la Casa Colorada), con su apacible aire provinciano e hispánico-colonial, y construyeron en su lugar Santiago de Chile, una ciudad "más moderna", más Europea y "menos" latinoamericana, (tal como los vecinos hicieron con Buenos Aires), que dieran la impresión de una sociedad al ritmo de los tiempos que corrían. Alejada de la ignorancia, la ruralidad, lo arcaico, la imagen de simbólica del atraso cultural. Se estaba construyendo el mito de una nación y se necesitaba una capital acorde con ese relato. Cuando quisieron recuperar los vestigios de ese pasado arcaico donde su supone que descansa el "origen" de la nación, ya era demasiado tarde.

2008

miércoles, 12 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 6

Era ella. Sola, en medio de la creciente oscuridad. La siguió, en silencio, apurando un poco su marcha pero sin atreverse a ir rápidamente a su encuentro. Un extraño temor le impedía abrir la boca para llamarla. El anonimato, la oscuridad, la falta de resolución, todos cómplices para evitar verse obligado a tomar la iniciativa. Saliendo de la facultad por la parte superior, en dirección al “Plato” (un edificio de aulas con forma de nave espacial), se acercaba a cada segundo un par de centímetros.


La tenía ahí, a dos metros. Ella viró hacia el teléfono público, a un costado de la cafetería. Él sin atreverse a nada siguió su marcha, con una profunda sensación de estupidez, hacia la biblioteca. Esta vez afloró, inexorablemente, la pétrea inmovilidad de su alma. El temor al ridículo, la timidez más intensa, la molesta sensación de no estar manejando las situaciones y ser sólo una triste hoja arrastrada por el viento, el cual, a cada segundo acarreaba nubes aún más oscuras sobre el cielo de Concepción.


Sin atinar a comprender su actitud, pasaron demasiado rápido los breves minutos que le dio la vida para revertir lo que siempre ha parecido inevitable. Pensó en volver a buscarla. Pero la actuación que traía preparada, se había desmoronado. Si apenas podía aguantarse él, qué habría podido decirle. - Hola, sabes que te seguí, pero me dio miedo hablarte, y salí arrancando como un imbécil. - Pudo haber sido, quizás lo hubiese encontrado tierno. Pero su imagen de hombre despreocupado, y desenvuelto hubiese quedado colgada en la colección de los más ridículos fraudes.



Sin saber, donde ir, que pensar o a quien culpar, siguió caminado cabizbajo. Sentía una rabia enorme hacia sí mismo. Extraña mezcla, indignación, vergüenza, impotencia, en un torbellino que lejos de aplacarse iba en crecimiento. Cual si se incubara una tormenta en su interior. Con que cara la voy a mirar cuando la vuelva a ver, es obvio que se dio cuenta que yo estaba ahí, y por algo comenzó a caminar más lento. Eran las 7:25 PM. - Soy un imbécil – Se dijo en voz alta, y subió al auto.

Lo demás una anécdota. El frío creciente. Las nubes que terminaron de cubrir el cielo de la ciudad. El temporal que se anunciaba. La radio a todo volumen. La impotencia presionando el acelerador, cual si se pudiesen expiar las culpas, y descargar la ira, acelerando. El zigzagueo a los automóviles, haciendo caso omiso de las luces de los semáforos. La calle jabonosa, por la llovizna que comenzaba. El puente de una pista en mal estado, como siempre. El río cargado de agua de lado a lado. Él a 120 kilómetros por hora.

En sus oídos retumbando la canción “
Wake up”. En sus manos un cigarrillo, y en su semblante una seriedad desacostumbrada. El niño que cruzó sin mirar a la salida del puente. El bus doblando por el otro lado, al que apenas le hizo el quite. El bendito poste que partiéndose en la base pudo frenar la carrera del vehículo, evitando una tragedia mayor. Todo en un abrir y cerrar de ojos. El líquido fluido de su sangre, mezclándose con las primeras gotas de lluvia, sobre el pavimento helado. Las sirenas. Los vidrios repartidos por todas partes. Las luces centellantes, relampagueando en sus parpados mientras daba su último respiro. La certidumbre de que la vida, no es más que la suma de pequeñas momentos, segundos inevitables y casualidades incomprensibles. Sobre el puente, un embotellamiento enorme.


FIN
(1998)

martes, 11 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 5

Debía apurarse, tenía clases de francés en 15 minutos. De pronto, recordó que su automóvil estaba aparcado en la universidad, sin pensarlo mayormente tomó un taxi rumbo al centro. Si bien, estaba a sólo 10 cuadras del Instituto, no tenía intención de retrasarse. A siete minutos de entrar a clases, y a media cuadra de la entrada, justo en la escalinata de acceso al Alianza Francesa, se detuvo. Una amplia confusión de sensaciones, ideas, la imagen de aquella joven mujer deambulando por su conciencia, y una rara necesidad de volver a verla. Todo junto fundiéndose en un impulso irrefrenable. Rápidamente, echó marcha atrás deshaciendo sus pasos, rumbo a la universidad.


- Que importa perder un día de clases -, pensó. El reloj marcaba las 6:50 PM. Sobre su cabeza, la tarde moribunda dejaba a aparecer algunas nubes, desde la profundidad del océano. Caminaba apurado, sin pensar. Preso absoluto de una misteriosa energía, el tradicional autocontrol comenzaba a quebrarse. Sin pensar en la tontera que estaba haciendo, siguió caminando con franca resolución. Tomar un bus, para bajarse y volver caminando casi al mismo punto de donde salió, no es muy inteligente. Eso sin considerar que va a perder clases, y que no le consta que ella siga en la universidad. Da igual, más que un capricho era una necesidad. Por extraño que le pareciese había tomado una decisión hace un par de horas, alterando su frágil equilibrio interno, y debía hacer algo para recobrarlo.


La ambigüedad de su encuentro, le dejó la incomoda sensación de haber quedado en nada. - No fue nada en realidad, o fue mucho, no lo se -. Esa inquietud, lo arrastró, irreflexivamente de vuelta a los prados, ahora ensombrecidos por el atardecer, de la universidad. Sin saber realmente por qué, la alegría de su optimismo inicial se iba pudriendo en la misma medida que las nubes del ocaso cubrían los últimos rincones despejados. - ¿Quién era el sujeto con quien se sentó en el pasto? -, justo en el momento que él abandonada la facultad por el costado contrario. Comenzaba a correr un desagradable viento frío.


La Casa del Arte a la vista, ya estaba aquí. - Piensa en una excusa -, se dijo. - Obvio, vienes a buscar el auto que dejaste estacionado en la Facultad de Economía, nada más natural. Impecable. Si la ves, la llevas para su casa, total, según te dijo, ambos viven en San Pedro. Perfecto. - Siguió caminando, algo más tranquilo. A un ritmo lento, pausado, cómo si lo de él fuese la falta de preocupaciones y tuviese todo bajo control, caminó por el borde de la universidad, pegado a la calle, hasta la altura de la biblioteca.


Estaba asustado. Se sentía aún más imbécil que hace un par de horas. Era tarde, lo más probable es que se haya ido a su casa, sin embargo debía dar una vuelta por los ya oscuros pasillos de la facultad para salir de la duda. Como el absurdo ritual de un maniático. Nadie caminando. Apenas un par de luces prendidas en algunas oficinas y en la entrada de los baños. Cuando se acercaba a la escalinata de la entrada principal, titubeó. La sombra de una mujer salía del baño.


(Continuará) 1998

sábado, 8 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 4

Salen juntos. En silencio. Se miran intermitentemente, como buscando algo. No dicen nada. Sonríen. Lucen levemente incómodos. Es extraño andar uno al lado del otro cual si viviesen otras vidas. Se despiden torpemente, sin saber que decir. Se va por la dirección contraria a la de ella, caminando rápido. Son casi las 5:30, su amiga lo va a matar.


Pensamientos difusos, inconexos, risas infantiles, imágenes, sentimientos intensos, sensaciones intranquilizantes, todo mezclado en su mente mientras recorre la diagonal entre su facultad y la biblioteca a pasos cada vez más largos. Quiere volver, ir donde ella, debe andar por ahí aún. Sigue de largo. Cada vez más rápido, casi corriendo. No quiere pensar. No puede evitarlo. Se detiene en el foro mirando la hora en el campanil, con una exhausta risa en su rostro. Da igual. Sube las escalinatas, prende un cigarro, y pierde su mirada sobre la entrada del Arco de Medicina.


Intenta articular un par de pensamientos coherentes. No lo logra. Baja corriendo. Si bien se siente como un idiota, al menos es como un idiota feliz. Se detiene un segundo. Mira alrededor. Una amplia sonrisa se dibuja en su rostro. Increíblemente, la esperanza comienza a transformarse en convicción. El sol en descenso alargando las sombras de la tarde imperceptiblemente, hasta cubrir toda la salida de la universidad. Apura la marcha, y se dirige raudo al departamento de su amiga, donde sabe lo esperan para colgarlo. Nada importa.


Suena el citófono. La puerta de acceso al edificio se abre con violencia. El ascensor se demora más que de costumbre en subir los 6 pisos, así le parece al menos. Su sonriente cara de niño cometiendo una cándida travesura, contrastaba notablemente con la seriedad iracunda que lo recibe, luego de casi tres de espera. Sobre la tosca superficie del comedor, un individual, y sobre él un frío plato de comida.


- Ya comí. Si quieres, puedes calentarte la comida – Le dijo visiblemente molesta sin dirigirle la mirada.


- Ya, gracias. – Haciendo caso omiso de su enfado evidente.


Torpemente, haciendo gala de su falta de sutileza, intentó justificar su retraso contándole su reciente aventura. Cual si constituyese la osadía más relevante del mundo. Desconocedor absoluto de la psicología femenina, se extrañó cuando en vez de recibir una cálida comprensión, la molestia de su buena amiga derivó en toda clase de muestras de indignación, mezclnándose en un celoso sermón unilateral sobre la falta de respeto.


¿Y por una mujer a quien ni siquiera conoce?. Inaceptable. Como si cualquier mujer fuese más importante que ella, la única que de verdad ha manifestado algún nivel importante de preocupación hacia él. Sin atinar a comprender como funcionan los intrincados recovecos del pensamiento femenino, se marchó visiblemente confundido, una hora más tarde. No sin antes, beber un café, y lavarse los dientes.


(Continuará) 1998

jueves, 6 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 3

Como suele ocurrir, las horas se le hicieron minutos rellenando el espacio inútil, dejado por un ir y venir de miradas eternas, con palabrería vacía e irrelevante. Podía percibirse a kilómetros la sensación de alivio que lo inundaba. Lentamente el temor a ser rechazado violentamente se disipaba en cada sorbo helado de su café. En fin, son pocas las personas a quienes les puede desagradar ser cortejadas por algún alegre desconocido a quien ven de vez en cuando, para dar sentido a una solitaria tarde aburrida. ¿Quién no necesita alimentar su ego?.


El reloj aceleradamente marcaba las 5 de la tarde, las sombras alargadas dejaban en evidencia el incesante paso del tiempo. Se sentía todo un conquistador, ajeno a cualquier otra consideración posible. A ella el peso de la incredulidad, o la falta de energía, no la dejó actuar con un mínimo de decisión, por un segundo lo evaluó, pero finalmente se cansó de sólo pensar en correr el riesgo.


Ambos se pusieron de pie, casi como si estuvieran de acuerdo, y deshaciéndose en inexplicables justificaciones y palabras corteses de despedida, se marcharon. Había muchas cosas que hacer, era tarde y ninguno se atrevió a pronunciar alguna palabra que rompieran el frágil equilibrio entre la seducción y el anonimato. Ninguno se atrevió a tomárselo en serio. Sabían que volverían a cruzar sus miradas alguna vez en los prados universitarios, y cualquier insinuación podía dar lugar a más de alguna incomodidad.


Aquello sólo podía existir en el frágil reino de los sueños. Cada uno tenía demasiada vida real que vivir, como para darse tiempo de creer en cuentos de hadas. Es hermoso un paréntesis con un amor platónico tomándote un café, siempre y cuando sea asumido como realidad virtual. Fue bello, sutil, atemporal, pero faltó mayor dosis de valor para ser atrevidos, al fin y al cabo sólo se vive una vez, y cada día que pasa las oportunidades escasean más.


Frío. Vidrios empañados. Ruido de bocinas. El ronroneo de un motor en mal estado. 8:00 PM. Lentamente la hilera infinita comienza a moverse. A lo lejos en la entrada el puente luces rojas acompañan el ruido de las sirenas. En su regazo, multitud de papeles colgando desordenados en un par de cuadernos. El mundo parece haberse despertado, de pronto muchos ruidos se hicieron presentes.


Cada segundo la oscuridad haciéndose más profunda, a medida que comienzan a caer las primeras gotas, las últimas del invierno. La imposibilidad de hacer otra cosa que no sea esperar a seguir la corriente de vehículos que avanzan lentamente hacia el sur, alimenta la sensación de que son pocas las cosas sobre las que realmente se tiene alguna influencia. El resto es sólo la ilusión de decidir verdaderamente algo, o de tener la capacidad de cambiar el rumbo de las cosas.


Se siente atrapada. Inmóvil. Inútil. Nada que hacer. Quizás deba olvidar este día, y esperar a cruzarse con el tipo de la cafetería otra vez. Esboza una sonrisa. Al otro lado del vidrio que sostiene su desanimo, un automóvil destrozado contra un poste, repartió millones de cuadraditos de vidrio sobre el pavimento. Junto a él, a los pies de un oficial de carabineros, un cuerpo inerte cubierto por un capa negra, le recuerda la fragilidad de cada momento.


(Continuará) 1998

lunes, 3 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 2

Sol, inmovilidad. Todo apacible y perezoso. Ideal para dormir una siesta. Poca gente puebla esta universidad para ser las 15:00 horas. Los mismos estudiantes de periodismo de siempre que se apropiaron de nuestra mesa de ping-pong. Nadie en la fotocopiadora. Los pasillos al aire libre semi desiertos. Uno que otro sujeto caminando sin apuro. El eterno y sucio desorden del centro de alumnos, que a esta hora descansa de la locura normal. En medio de tanta quietud de jueves después de almuerzo un tipo camina, como si buscara algo. Entra a la desierta sala directo al teléfono.


- Hola pequeña, vas a estar ahí?... y almorzaste ?... Almorcemos entonces... Seguro, como en 15 minutos... Sí, no me voy a atrasar. Chao - Colgó sin el menor apuro. Una idea fija rondando en su cerebro, nada específico, más bien una inquietud. Caminó lento, seguro estaba de que debía partir de inmediato si pretendía llegar a la hora convenida, pero algo dentro de él, cierta insatisfacción, lo conducía a la inmovilidad o a otros rumbos. Quizás, queriendo perpetuar un medio día que avejentado ya proyectaba la perspectiva del ocaso de la jornada.


Algo tan incontrolable como indescriptible, capaz de superar incluso el enorme apetito que a esa hora lo embargaba. Salió a los pasillos. Nadie caminando. El sol, adormeciéndolo todo, envolvía en un manto de quietud los prados desiertos de la facultad. Se dirigió mecánicamente, por simple costumbre, a la cafetería con la certidumbre de que no encontraría nada en su interior, nada nuevo al menos. No atinó a entrar, siguiendo lentamente hasta la mesa de ping-pong sin despegar la mirada del interior del recinto vacío. Tan sólo una mujer y sus cuadernos con pose de persona enormemente ocupada, quizás para justificarle al mundo su soledad, bajo los pesados rayos del sol.


Una persona parada por tanto tiempo mirando fijamente el interior de una cafetería casi vacía perecería un idiota si no entra luego - pensó. La mujer, una desconocida de rostro familiar, era una de tantas caras que deambulan su rutina por los mismos espacios de todo el mundo. Nunca le habló, pero su figura se paseó largamente por los mismos senderos universitarios que él anduvo. Delgada, con un extraño aire afrancesado y misterioso.


Era casi una oportunidad de esas que escasean. Sin pensarlo demasiado, entró directo a la caja. Haciendo uso de todo el tiempo del mundo, se demoró absurdamente en elegir que tomar o comer, mientras miraba de cuando en cuando, con cierto aire de desenvuelto al par de ojos café que ya habían reparado en su presencia. Parecía relajado, como siempre. La cínica y teatral táctica, algo envejecida, que al menos un par de veranos atrás daba ciertos resultados. Reconocerlo constituiría una humillación flagrante, pero en el fondo no tenía la más remota idea de que hacer. Ella no se iba a acercar, de eso sí tenía certeza absoluta. ¿Qué hacer?. Por lo pronto pidió un café cortado y esperó, apoyado en la barra, con un falso aire de hombre resuelto. Casi como si esto conquistar mujeres fuera pan de cada día.


Tanta extraña soledad en un recinto normalmente bullicioso le infundía cierta dosis de valor. Después de todo, pase lo que pase y ante cualquier cosa nadie se va enterar - se dijo a sí mismo. Con un café en la mano derecha y un azucarero en la izquierda caminó con cierto titubeo hacia una mesa conjunta a la de la joven estudiante de periodismo. La inseguridad medio suicida de su decisión se plasmaba en su pulso, haciendo bailar la frágil taza de café. El sol tornaba todo lento y acogedor, digno de unas vacaciones. Día sin bullicio, tan sólo se oía el leve rumor del viento en los bosques cercanos. Hizo el ademán de sentarse a escasos dos metros de la joven sin despegar su mirada de los ojos de ella. Dándose cuenta de lo ridículo del acto procedió a situar su naturaleza en su mesa.


Ella. Haciendo como si su papeleo fuera el asunto más relevante del planeta, y todavía con la discusión de hace una hora en la cabeza, levantó la vista con fingida displicencia, y accedió a ser acompañada. Los nervios lo consumían. ¿Qué hacer ?, ¿ qué decir ?, que imbécil, soy debería ir a almorzar , ... ya estoy aquí habrá que salir airoso de esta.... piensa ¡ . Ya sé, a ti también te da lo mismo, además estás acostumbrado a conversar con medio mundo. Sin segundas intenciones te acercaste a conversar con ella por que era la única persona aquí y tu necesitabas tomar un café después de almuerzo (no he almorzado aún, da igual, no tiene por qué saberlo). Te aburre estar solo, querías hablar con alguien... Es sólo un breve descanso, .. listo. Un poco más sereno dibujó una suave, y enormemente fingida, sonrisa como queriendo sepultar su nerviosismo.


- ¿Te molesta si te acompaño? - Le dijo con los intestinos haciéndole un nudo.

- No, para nada, siéntate. - contestó desganadamente, con aire de falsa sorpresa.

- Permiso - Posando su café entre la multitud de papeles.

- Además, si no te hubieses sentado acá me hubiera visto en la obligación de sentarme en tu mesa – con un tono evidentemente cínico, casi sarcástico.


Las torpes trabas de un inicio sin saber como justificar su presencia en esa mesa fueron prontamente superadas con la decidida colaboración de la joven. A quien le complacía ser cortejada, aunque toscamente, por un alegre veinteañero que con su inexperiencia algo cándida le devolvía tonos de color un tanto más vivos a su vida resignadamente ensombrecida a los 24. Particularmente en un día como ese.


(Continuará) 1998


sábado, 1 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 1

Todo se reduce a una abrupta oscuridad. La de la tarde que repentina quiso ser noche, y la del espíritu que de alegría contagiosa se transformó en cosa de minutos en desesperanza. La mirada perdida. Un embotellamiento interminable que pereciere querer hacer colapsar la añosa estructura del puente viejo. Bocinas. Nubes amenazantes. Cansancio colectivo. Sentimientos confusos, cercanos a un día de furia. La noche nos calló de golpe, tal como los sucesos de la tarde en la conciencia. Aun no entiende su reacción. La primavera recién anuncia su próxima llegada y amenaza con ser tediosa.”


Sentado. Inmóvil. La ya clásica mirada en un horizonte que parece diluirse en el fresco y transparente mosaico del mediodía. Gente caminando sin apuro aparente. Sol. Brisa. Lo de siempre ahí por septiembre. Está inquieto. Ciertos malos hábitos recurrentes, cosas que no atinan a suceder y una paciencia cada vez menor.


En momentos que la vida amenaza con tornársele asfixiante, recurre a la vieja costumbre de sentarse en el pasto, apoyado en algún árbol de cara al sol, simplemente a ver pasar el día. Exhausto, ávido de momentos sutiles y agradables, como si quisiera cargar baterías para seguir viviendo, tiende su cuerpo a la sombra de un viejo abeto. Evitando, de paso, la tensión que provoca el tomar alguna clase de decisión.


Al igual que en los últimos años, fluye espontáneamente, atento a las señales de la vida, pero con la más completa falta de planificación. Nada se organiza, simplemente se sueña con la esperanza de ver los anhelos cumplidos algún día. Nunca ocurre, por lo demás, aunque esté de sobra recordarlo.


Cuanto puede llegar a suavizar a una tarde exasperante un brillante momento de sol, una breve brisa, la eterna inmovilidad primaveral y el armónico sonido de unas notas musicales (Atom - Heart - Mother ; recomendable, en particular la canción “If”), pensó mientras se desparramaba en el suelo.


Los postes se suceden con una lentitud interminable. Destellos cobrizos adormecen una oscuridad que repentina se dejó caer en una tarde que prematuramente se ha ensombrecido. Sobre su cabeza densos nubarrones insisten en que no olvidemos al invierno agonizante. Bajo los tacos de sus zapatos, un río enorme se desliza silencioso. El bus atraviesa lento, en medio de una procesión interminable de vehículos, la vieja y larga estructura del viejo puente rumbo a San Pedro.

Por todos lados los reflejos sobre el agua, palafitos luminosos que mágicamente parecen sostener la cuidad a ambos lados del río. Sombras confusas, luces de industrias remotas, el hastío instalado, la circulación detenida en medio del puente. Todo se funde a las 7:45 de la tarde en medio de un embotellamiento infinito.


Mas allá de los últimos cerros y las más lejanas luces, se dibujan formas extrañas, presagiando grandes tormentas y desastres que nunca ocurren. Amenazan traer grandes cantidades de agua y mucho viento, en un sinfín de matices oscuros que a cada momento van mutando, casi como si estuvieran vivas.”


(Continuará) 1998