sábado, 31 de enero de 2009

Una mañana en el mundo - 2

Quién hubiese pensado, en medio de tanta quietud, que las semanas se iban a hacer días deshaciéndose en conflictos absurdos, rezagando esperanzas y olvidando problemas reales, que se vuelven invisibles de lo inabordables que se han tornado.

Sentado en bus, en una mañana sin tiempo, acompañado de anhelos remotos e imágenes inconexas, atraviesa un momento que ha permanecido aquí por siempre. Dándole la impresión de haber ya vivido este instante, perdido entre sus apuros cotidianos y los proyectos de siempre. Inmóvil. El mismo cielo, las mismas nubes, un villorrio extraído del siglo 19 y abandonado en el camino para recordarle la multiplicidad de niveles del tiempo.

Se siente vacío. No es hambre esta vez. Los días, las estaciones y los años pasaron con prisa. Junto con todo lo que iba a ser, los sueños de castillos en el aire y futuros maravillosos, de viajes a regiones que no existen y con gente de fábula. Todo ello perdido en algún recoveco del mundo, en alguna calle, en algún bar, en algún “sendero entre hojas llevadas por el viento". (como diría Rilke)

O en alguna playa, en un otoñal atardecer sobre el océano anaranjado, sobre la arena fría o las rocas húmedas. O quién sabe en que lugar. Aquí y ahora. Un cuerpo fatigado, vaciado, con la avidez vencida, rumbo al mismo lugar de siempre, alimentándose con desgano de campos, prados sembrados, colores primaverales y animales pastando. Campiña en permanente transformación, pero que permanece eternamente igual.

En él todo sigue igual, aunque algo opacado. Sus ideas empolvadas, los pantalones gastados, sus permanentes reacciones incoherentes, el clásico look infantil bastante envejecido y enmohecido. Ya van casi 23 años, y no parece desprenderse aún del lastre tedioso de los 18 rebeldes de todo el mundo.


domingo, 25 de enero de 2009

Una mañana en el mundo

Tombstone shadow” en los oídos fatigados. La inercia de un fin de año agotador, arrastrándole hasta Los Ángeles en busca de algún descanso. La necesidad de un respiro, torna imperativo abandonar la capital regional.


El día se abre precioso. Una mañana perdida en la fugacidad de los primeros días de un diciembre cualquiera, en un fin de siglo cualquiera, se colma de luz. Poco falta para que el reloj de las 10. Las plantaciones forestales alineadas uniforme y sutilmente, encaramándose en laderas y quebradas, dando cierta sensación de orden y europea inmovilidad.


Sobre las cabezas un cielo celeste rasgado por delgados cirros blancos en lo más alto, parece feliz de ver la destellante luminosidad matinal. Todo aquí, en medio de ninguna parte, rumbo a las tierras mas allá del salto que se quedó sin agua por la sequía, es luz. El sol quiso, hoy, salir con más bríos que de costumbre, cegando en parte las somnolientas miradas que se han asomado tímidas a recibir un día que amaneció aceleradamente.


Oleadas de luz jugueteando en un interminable ir y venir de sombras y colores, interrumpen la brumosa parquedad de pacientes bosques de pinos, que pareciese quisieran preservar su atesorada oscuridad de fin de mundo, de la implacable caricia cálida de una primavera de esas que pasan tan rápido como eternas parecen haber sido.


Desde la infancia, mucho tiempo pasó hasta poder volver a detenerse y observar entre bosques, el andar de una primavera así, tan verde y seca como un verano, tan corta como un domingo de Marzo, tan vertiginosa y quieta a la vez. Todo luce en fotográfica inmovilidad. Un momento eterno, plasmado en tan sólo un instante, visible únicamente desde un bus en marcha, da una impresión de petrificación. Cual si desde hace siglos no se modificara un árbol, no se moviera una rama, esperando el paso de estos viajeros de entre sueños.


Todo ahí. Aguardando. Prados, gentes perpetuas, colinas amarillentas, pinos opacos y de mal humor golpeados por aletazos de luz, álamos alegres vigilando el paso de los días, una carretera interminablemente corta. Música invadiendo la intimidad de sus oídos. Casas, cabañas, chozas, pocilgas, gallineros ruinosos, el recuerdo triste de un antiguo bosque nativo, la esperanza de un verano inolvidable que aún no comienza, pero que se esfuerza por hacerse presente, el canto de gorriones y zorzales. Todo ahí. Todo eterno.