viernes, 18 de enero de 2008

Siamo arrivati al Piemonte - 4


El resto de la jornada continuó igual, al mismo ritmo pero, de diverso modo, entre la recuperación de espacio baldíos, industrias abandonadas y la materialización inesperada de planos reguladores. Desciendan, recorran, escuchen, observen, suban y continuemos, que la ciudad es grande. Una pasada fugaz por el Estadio Olímpico (antiguo Stadio Mussolini) , y las ruinas del antiguo estadio del Torino F. C., de una decadencia irrecuperable y en un estado de abandono maravilloso, como si fuera apropósito. Definitivamente saben construir ruinas en Italia, incluso con edificios que no pasan los 80 años.


De ahí en más el cansancio apoderándose, para desembocar después en un almuerzo completo (entrada, segundo, vino y café) por tan sólo 6 euros en una de las zonas recuperadas, en una charla sobre un tema que apenas logré retener, mientras mis ojos traicioneros insistían en cerrarse pesadamente. Quizás siguiéndole el juego a varios otros que dormían tranquila y descaramente, mientras un gentil profesor universitario del tipo resabio de Mayo '68, nos explicaba con una gran sonrisa el compromiso social que implicaba el plan de recuperación urbana de Turín.


Tarde eterna, somnolienta, deambulando medio extraviado, de un barrio a otro, con el cansancio a cuestas, la comida haciendo efecto y el cuerpo exigiendo una pausa. Faltaba el último “quartiere”, uno bien popular y tradicional, de gente sacada de películas de los años '50, obreros italianos, antiguos operarios, viejitas orgullosas de haber resistido al fascismo, sea cierto o no, y de continuar aquí. Gente sencilla, orgullosa de su pasado, vieja y simple, habitando en bellos edificios de 4 pisos, generando pequeños jardines, plazoletas y callecitas, pero que conocieron los ascensores y los baños en cada departamento en los últimos 20 años.


Al momento que caía la noche, cuando la tarde recién pasaba de las 4:30, y el sueño había dado paso a un estado de cansancio generalizado que impide dormir, comenzaba a aflorar ante mis ojos, lentamente, la cara oculta de la vieja Europa. La antigua dignidad de la pobreza urbana, organizada, cierto tipo de pobreza enraizada. Aquella que no alcanzó a huir al sur cuando sobrevino la crisis de la industrialziación en los '70 y comenzaron a mover las industrias al tercer mundo. Una pobreza anónima, donde no son los “stranieri” quienes reciben un salario injusto y deben conformarse con las migajas del Estado para sobrellevar una vida precaria.


La sociedad global en su ritmo centrífugo, va dejando restos por todos lados. En todos los rincones del mundo, en unos lados más en otros menos, pero cada vez queda más claro quienes son los que sobran en este mundo. Mientras el Estado, la región o la ciudad, los va juntando en Ghettos, bajo el eufemismo de darles soluciones comunes a los más necesitados, los va condenando, encerrando en barrios miserables.


Finalmente el cansancio venciéndo a la porfía, con los oídos ansiosos de oir los recuerdos de la guerra de bocas felices de haber sido consideradas parte de algo, por un momento, ante la indiferencia amable de varios de los estudiantes que pululaban en torno mío. Con la suciedad instalada como sensación, imaginario y realidad objetiva, nos despedimos de este pequeño residuo intrascendente de la historia, en parte conmovidos por los sinceros gestos de agradecimiento.


Luego de 8 horas y 18 minutos en tren, de 30 horas desde la última ducha, 10 horas recorriendo la ciudad y de 41 horas desde la última vez que me acosté en una cama decente. Finalmente, era el momento de retirarse a descansar, a lavarse la cara y botar los huesos por ahí. Quien sabe, tal vez comer algo, cruzar un par de palabras y dormir.


Sobre un cerro, al costado este de la ciudad, en la rivera opuesta del río Po, tras una pequeña subida serpenteante y rodeado de casa señoriales y jardines llenos de grandes árboles, se encuentra nuestro alojamiento, a unos 10 minutos a pie del puente Vittorio Emanuele I. Luego vendría un sueño reparador. El teléfono con su acostumbrado e insoportable sonido: “sono le 7, è ora d'alzarsi”. La mañana comenzaba tranquila, pero eso ya es parte de otra historia.


FIN




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