sábado, 26 de abril de 2008

La costumbre del vacío - 1

"Al tiempo se lo lleva el viento"

I

Aún sopla fuerte, como anunciando un vendaval, la tibia ventolera del medio día. Arrastra días enteros entre hojas humedecidas por la lluvia de anoche, y no deja oír nada más que su pasó furibundo. Escondido tras un ventanal, no atina aún a comprender como fue que el tiempo le arrastró hasta este punto. Está claro, no fue culpa de ella y tampoco de él. Bueno, tal vez, suya un poco. El teléfono cesó de sonar hace ya demasiados días, y parece querer guardar silencio por mucho tiempo. Posiblemente algo conspiró o jamás se dieron bien las cosas. - En realidad ya no tiene importancia - pensó, al momento que comenzaban a caer con violencia los primeros goterones.


No cabe duda que pudo ser hermoso, eso lo sabían todos. De vez en cuando, al detener el mundo su marcha acelerada, aún resuena en su conciencia el eco de lo que parecía inevitable y nunca se materializó. Resultaba difícil de creer, pero las diversas partes de la vida comenzaban a cuadrarse, luego de un período bastante poco gentil. Afuera el furibundo sonido de la lluvia, ahogaba cualquier esfuerzo de concentrarse en otra cosa. Cerró la ventana, y prendió un cigarro, cual si no hubiese nada más en el mundo y se paró a ver el azote invernal sobre las grises calles de la ciudad.


Divagando, con la mirada perdida en el aguacero, no cesaba de buscar una explicación. Al ritmo amargo de un par de desilusiones, en el cansancio de caminar en vano sin ningún destino, de súbito ciertas expectativas medio enmohecidas se despertaron con violencia tras la aparición inesperada de la belleza dando vueltas. Parecía posible, increíblemente factible. El invierno recién comenzaba, el tiempo comenzaba a cambiar con violenta rapidez. Si bien debía andarse con cautela para no quebrar tan frágil equilibrio, en esta oportunidad la sensación predominante era la inevitabilidad. Cual si hasta su torpeza recurrente fuese incapaz de evitarlo.


Rondando en su cabeza, ella. ¿Ella?, como siempre. Esquiva, alegre, distante. De pocas palabras. Dando la impresión de que la vida resbala por su piel bronceada sin afectarle y de que nada es lo suficientemente relevante como para tomarlo en serio. Hermosa y oculta a la vez. Con una facilidad casi exasperante para alejar de lo más profundo de su fragilidad a los incautos que creen ciegamente que, tras esa puesta en escena despreocupada e invulnerable, tras el brillo de una sonrisa amplia y una mirada silenciosa, se esconde la profunda belleza de una mujer sencilla y un tanto solitaria.


Él sabía bien que ciertas posibilidades se dan una sola vez. Las tomas o las pierdes. Pero, ¿qué diablos hacer?, los días no tuvieron la deferencia de dejar de correr arrastrados por el peso de estaciones impacientes. Diría que el destino nunca se puso de su lado, para dejar en sus manos la responsabilidad de concertar encuentros fugaces, inesperados y en condiciones envidiables. Lo hizo antes, cuando su ceguera aún perseguía otros afanes y ella parecía demasiado fuera del alcance de sus intenciones para tomarla en serio.


Ahora bien, ¿qué más se puede decir? Aún ante el escaso espacio abierto, el amor, dentro de las limitaciones que encontró, se filtró, como el agua por una grieta, con una fuerza inédita. Pero, ¿cómo enamorarse de lo que apenas se intuye? No basta pasarse días enteros esperando escuchar su voz, creer verla en todos lados, ni alimentar con molestia la incomoda vergüenza de saber que un simple sonido de una inofensiva palabra suya eran capaces de alegrarle un día completo. Aún no es suficiente levantarse cada mañana pensando que será de ella, y morderse la lengua para no pronunciar su nombre a cada momento. Algo dentro suyo, muy dentro. Una certidumbre inquebrantable, que lucha cotidianamente contra la última esperanza, adherida a la epidermis le recuerda cada noche que si bien pudo ser, ya no fue, y no será jamás.


Guardar silencio parece ser la única actitud posible, pues resulta estéril aburrir al mundo con su pequeña amargura adolescente y su palabrería lastimosa. En silencio. Mudo. Tragándose las agrias palabras que brotan espontáneas, envenenándole, no cesa de recriminarse el no haber tenido el valor de tomar la vida por sus manos. Era el momento. Por fin se habían cuadrado los astros. Luego de años, de paciente espera, la posibilidad de ser feliz con una mujer se vestía de certeza. Faltó decisión, los días se atropellaron hasta que acabaron con el año. Ella se hizo a un lado sin nunca haberse puesto al frente. La tarde avanza inexorable. El viento arranca sin contemplaciones las últimas hojas de los árboles. La furia del invierno ahogando cualquier esperanza de un amanecer despejado. Cierra las cortinas y se va.


Continuará (2002)

martes, 22 de abril de 2008

Algunas romanas aclaraciones


Una de las cosas que sabe casi todo el mundo es que Roma es la capital de Italia, nada más evidente, como decir que París es la capital de Francia. Pero, ¿desde cuándo es la capital? Se sabe que Roma es muy antigua, por algo le dicen la ciudad eterna. Pero exactamente cuándo se tranformó en la capital de este país.

Según la leyenda, un buen día, hace ya muchos años, una pareja de hermanos, abandonados al nacer, decidieron edificar una ciudad en el mismo lugar donde fueron encontrados por una loba de nombre Luperca, cuando aún eran unos lactantes. Tal hecho habría ocurrido hace unos 2.761 años, en un lejano abril de 753 AC, de acuerdo a los calculos de algunos antiguos historiadores romanos. Pues bien, estos hermanos se pelearon, como suele suceder en las historias antiguas, y uno mató al otro. El que sobrevivió, Rómulo, le dio su nombre (una derivación de él) a la ciudad, aunque el nombre del otro, también era bastante parecido.

A partir de aquel momento se instauró una monarquía de la cual fue la ciudad principal, o capitālis. Por ahí, más o menos, por el 510 AC, estos avanzados descendientes del hombre de la loba, decidieron constituirse en República. La cual, como fiel representante de los valores republicanos y democrático-helénicos, no encontró mejor forma de promover su novedosa forma de gobierno que extender sus dominios desde la Lusitania (Portugal) a Syria, y desde la Galia a Cyrenaica (en Libia). Para aquel entonces, la expansión era tal, que parecía evidente lo que debía ocurrir. El 31 AC, un señor de nombre Augusto (que en verdad se llamaba Caius Octavianus, y más sería conocido como Caius Iulius Caesar Octavianus Augustus) llegó al poder, y transformó esta "prospera" república, en lo que ya era de hecho, un Imperio.

Así pasaron los años, la ciudad de Roma, capital del Imperio, se consolidó definitivamnte como la ciudad más importante del "mundo" (según los Europeos y Mediterraneos, que escribían la historia). En su condición de "centro del mundo civilizado", fue fermento de toda clase tendencias venidas del exterior. Pasaron toda clase de estilos, modas y costumbres helénicas, así como también, en el siglo II, se puso de moda "lo egipcio" y se traían animales exóticos de África, obelicos, se construían pirámides, entre otras cosas. Años más tarde, se convertiría en el centro de una nueva religión, que seguía las ideas de un hebreo helenizado de pelo largo, cuyos seguidores morían devorados por los leones en el Coliseo.

Así como todas las modas, y todas las miradas, apuntaban a Roma, también los "bárbaros" de pelo rubio se vieron embelesados por el encanto romano, y decidieron darse una vuelta por la ciudad. Primero, un escandinavo señor de nombre Alarico entró con sus hordas a las ciudad, y la sequeó por 6 días. De ahí en más, ya nada era igual, y se sucedieron diveros visitantes "extrangeros". Hasta que un día 4 de septiembre del año 476, un señor de modales toscos, germano y de nombre Odoacro, destituyó definitvamente al último emperador romano, quien paradojalmente se llamaba Rómulo. Rómulo Augusto.

A partir de ese día, la ciudad perdió su antiguó esplendor. Dejo de ser el centro del mundo, y la capital del mundo civilizado. De hecho, en aquel tiempo quedaba muy poco mundo civilizado. Continuaron pasando los años, y los siglos. Se estableció en estas tierras, en el 756 un nuevo estado, gracias a la gentileza de un tal Carlomagno, que le quitó de las manos tan preciado trofeo a unos señores que se hacían llamar Lombardos. Es nuevo estado, se instaló, construyó edificios, iglesias, catedrales, y palacios, usando los antiguos como canteras, y continuó disfrutando de la ciudad aproximadamente por unos 1.100 años. En verdad, aun resiste en un pequeño barrio de la ciudad, bajo el nombre de Ciudad del Vaticano.

Pues bien. Corrían los últimos años del siglo XVIII, y un pequeño general francés amante de los caballos (de quien ya hemos hablado), decidió tomarse unas vacaciones en Roma. Hay una película llamada Roman Holiday, de 1953, con Gregory Peck y Audray Hepburn (una de las mujeres más hermosas que han existido), donde se los ve recorriendo los distintos destinos turísticos de la ciduad, pero claramente se refiere a otro tipo de vacaciones.

En 1798, montado sobre uno de sus corceles, Napoleón entró a la Ciudad Eterna, mandó al papa exiliado a Francia y proclamó la República Romana. La cual tuvo una breve duración de 1 año y med
io. Como los enredos con el poder son extraños, el pequeño general le devolvió la ciudad al papa, y éste lo reconoció como Emperador de Francia, pero años más tarde conquistó la ciudad de nuevo. Una vez derrotado definitivamente, la coalición victoriosa le devolvió en pleno derecho la ciudad a la iglesia. Sin embargo, el pequeño francés había metido el "bichito" de la "autodeterminación" y el "nacionalismo" entre los relajados italianos.

Así continuó el convulsionado siglo XIX, hasta que llegó el año de La Primavera de los Pueblos, 1848. A raíz de la crisis económica, política y social, se sucedieron revolucionaes en toda Europa. evidentemente Roma no podía ser la excepción, y un grupo de intelectuales romanos fundaron una nueva República en 1849. Con una duración de apenas 6 meses, finalizó luego de que unos los franceses y austríacos decidieran invadir la ciudad y devolvérsela al papa. No pasaría mucho tiempo más, hasta que siguiendo al incansable Garibaldi y sus camisas rojas, derrotaron a austríacos, napolitanos y sicilianos, y sobre la base del Reino de Piamonte y Cerdeña, crearon el Reino de Italia en 1861. Como aún Roma estaba en manos de la iglesia, que era defendida por el Imperio Francés de Napoleón III, decidieron instalar la capital de Italia en Turín, de donde venía el Rey y su corte real. Casi como deslizándose, lentamente la capital comenzó a caminar hacia el Sur. Estuvo unos años en Florencia.

Nueve años más tarde, aprovechando el debilitamiento de los aliados de la iglesia por la Guerra Franco-Prusiana, el 20 de septiembre de 1870 los soldados de Garibaldi, un grupo de Bersaglieri, lograron vencer la resistencia de la amurallada ciudad de Roma en Porta Pía (hay que reconocer que eran bien pocos los soldados de la iglesia) y conquistaron la ciudad. De este modo, el Reino de Italia proclamaba a la ciudad de Roma como Capital del país, y el Estado Pontificio se declaraba "prisionero del Vaticano". Recién en 1929, poco tiempo después que los camisas negras hiceran su famosa marcha sobre Roma en 1922, tomándose el poder (felizmente entregado por el Rey), y luego de un acuerdo entre el papa Pío IX y Benito Mussolini, la Iglesia Católica reconoció la existencia del Estado Italiano y a Roma como capital.



domingo, 20 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 9

El tiempo ya se deshizo, consumido en las brasas de su paso vertiginoso. El agrio aroma a final invade los diversos rincones de la oficina, abandonados ya por la frescura inaugural de la esperanza de un par de meses atrás. Volvieron el frío y el viento, los días con serias señas otoñales. El cigarrillo cómplice del aburrimiento de sus ideas recurrentes. Siempre latentes los deseos de salir huyendo lejos, a años y vidas enteras del hastío cotidiano de ver nacer y morir los días con negligencia.


Días que arrastran el aroma de un tiempo extinto. Febrero bien avanzado, esperando la amarga y violenta llegada de marzo, en silencio. El tiempo lineal enredado en una espiral revuelta. Empieza a carecer de sentido la idea de un inicio, antecedido por un final previo. Más bien, se dan multiplicidad de comienzos confundidos en la agotadora atmósfera de un ocaso global, cual si ya nada pudiese volver a cobrar sentido alguna vez.


Quisiera poder, aunque sea por un instante, escribir algo certero. Poderosamente humano e incontrarrestablemente real. Quisiera poder transmitir la elocuencia de la sequedad espiritual de esta ciudad, el vacío absoluto y abundante de su esterilidad. Cuanto le pertenecemos y que poco sacamos de ella, cuan ajena y distante luce, pero a la vez que natural se nos hace el imperio frío de su halo grisáceo. El tiempo continúa su recorrido plano y decidido, con su estructura torcida y cíclica. La espera se torna interminable, dando la impresión de que no acabará jamás. Se abre el ascensor, y en una aceleración del tiempo, casi sin notarlo, vamos de vuelta a Antuco, una vez más, mecánicamente, en silencio.


El mismo camino. Rincones y recodos archiconocidos de la ruta a Cabrero. La ausencia de la excitación o novedad de comienzos de diciembre, suplida por la monotonía repetitiva de cada salida. Las palabras que jamás se dijeron, como una barrera infranqueable que impide pronunciar ninguna más. Frente a ellos, la inexorabilidad del último viaje, el vacío aflorando en los espacios que se abrieron, sin atreverse a llenarlos. Palabras corteses, y un pálido beso de adiós.


FIN

sábado, 19 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 8

Los minutos se aceleran. El café hirviente temblando en sus manos. Llegó el momento, lo sabe. Cierto temor controlado se irradia desde su rostro, en su ausencia de sonrisa y en el extravío de su mirada. Está serio, preocupado; pero tranquilo. No va a ser la primera vez, de hecho ayer ya le había tocado. Pero, ¿y si su tradicional suerte irónica le tiende una broma?


Otra vez, como tantas otras veces, sale a la calle. Se para a espaldas del edificio mira al cielo, como si evaluase algo y se pone los lentes de sol. Todo el trayecto hasta el paradero, y el recorrido del microbús, con una preocupación presente pendiendo como una espada de Damocles sobre su cabeza. ¿Sí llega a pasar algo?


Se baja. Sus pies ya conocen el camino, y se echan a andar sin esperar una orden del cerebro. El centro de Concepción desierto, aburrido. El mes de enero está pronto a llegar a su fin, y sinceramente le parece que poca debe ser la gente que aún permanece recluida entre sus grises límites urbanos. Llega al lobby del edificio. Con un inquietante cosquilleo en la boca del estómago, mezcla de incredulidad y temor. Está en parte feliz, pero nervioso. Aún espera que un imprevisto lo saque de allí, o que todo se suspenda por “razones de fuerza mayor”.


La espera final. Sabe que esta vez estarán solos, no llegará ni el procurador ni la secretaria – chofer. Los ascensores se abren una y otra vez, entra y sale gente, siempre con apuro, y nada. Un cuarto de hora más tarde, su nivel habitual de atraso, aparece la joven figura de su jefa dentro de un ceñido vestido azul, quien con apurado ademán lo llama a bajar al estacionamiento. Lo coge del brazo y parten. Caminan despacio, en silencio, y le pasa las llaves.


De vuelta a la ciudad. El trayecto pareció más un viaje de vacaciones que de trabajo. Olvidando su acostumbrada seriedad, ella se veía radiante, despreocupada y feliz, como si en vez de laboral su relación fuera de amistad. ¿Qué importancia tenía un asentamiento más o uno menos? El sol, anaranjado la tarde ofreciendo sus últimos rayos en el horizonte y marca al mismo tiempo el fin de un día añejo, y el comienzo de una nueva noche encerrados trabajando en su oficina.


Con la vista puesta en la pantalla del computador hace caso omiso de las innumerables insinuaciones que le hace para dejar de trabajar. La atmósfera distendida en apariencia, ambos fumando y conversando animadamente sobre cualquier cosa, en el límite de cruzar un umbral tejido con cuidadosa pulcritud. La tensión se siente, pero aún no incomoda. Ella, ligeramente más directa. Él, negándose a leer entre líneas. La posibilidad de algo carente de certezas, rondando. Roces leves, movimientos suavemente calculados. La naturalidad entremezclándose con asomos de intimidad. Ambos, sin el valor de decidirse a hacer algo o dar el primer paso.


Continuará - 2002


jueves, 17 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 7

Un nuevo día. El hiriente brillo del sol por la mañana, parece querer quemarle la retina. Son recién las 7:30 y apenas puede mantener lo ojos abiertos, enceguecido por la luz. Cabizbajo y somnoliento se arrastra de la cama a la cocina. En una mano un café cargado y dulce, en la otra un cigarro. Se tiende sobre la cama, esta vez no está atrasado como de costumbre. Afuera, lloran los cachorros de la perra de la casa vecina, se escucha el pasar de los automóviles y las bocinas de los microbuses como atizándolo a salir pronto a la calle. La reunión es a las 9:30, y ya ha perdido media hora donde vueltas inútiles. En vez de estar perdiendo el tiempo en urgencias sin importancia debería estar despertando viendo la majestuosidad de las torres del Paine, sin otra ocupación que perderse en su contemplación, sacar fotografías y recorrer sus senderos.


Algo confuso. De un sitio aún inconcebible, me quieren extirpar de la vitalidad de este frío rincón del planeta. El mar sin violencia, pero con asombrosa energía sumerge de cuanto en cuando las negras arenas de este confín. Abrigada al amparo húmedo de la tierra oscura, una rústica construcción de piedra laja y techo de paja alberga el sueño de alguien a quien llaman “Odín”, que no atina a despertar. La brevedad de un invernal día boreal llega rápidamente a su fin. En el lejano horizonte, dibujado por suaves y tristes lomas verdes, el destello de un atardecer rosado y damasco se pierde en la negrura de nubes densas que ofrecen un final inminente. Sobre la playa, enterrando suavemente sus pies descalzos en la arena, ella viene a mi encuentro. Simple y jovial. Silenciosa y decidida, me toma de la mano con una sonrisa infantil y me sumerge en la oscuridad confusa del oleaje manso. Y el ruido siempre ahí. Constante. Indeterminado. Repetitivo, Alejándolo de este gélido paraje de ensueños.


Abre lo ojos. Son las 8:30. El sol, hiriente como siempre, encegueciéndolo. Está sudado. La mañana recién inaugura otra jornada de trabajo y ya es sofocante. Está atrasado. Salta de la cama, se ducha, afeita y viste, mecánicamente en quince minutos sin pensar en lo que está haciendo, por simple costumbre. La mente en blanco, como si buscara volver a quedarse dormido. Toma un café y parte resignado a la calle. El autobus demora tan sólo el instante eterno en que por fin logra despertar en llegar al centro.


La sala de reuniones está más vacía que de costumbre, se alegra. Luce cansado. No se preocupa, sabe disimular bien. Otros, sin embargo, a vidas enteras de él, donde debiera estar sentado en silencio y con la mirada perdida, cargándose de energía en el frío magnetismo de la torres del Paine. Entrega el reporte de su grupo de trabajo, las comunas de Santa Bárbara, Yumbel y Antuco, están casi cubiertas, y han avanzando más que ningún otro grupo. Palabras al oído. Sonrisas. Lee la satisfacción de su joven jefa en una leve agitación de sus manos y una sutil expresión de su rostro. Su mente en otra parte, tal como ha estado desde que comenzó el viaje que jamás será llevado a cabo. Pero, ¿qué hacía ella en mis sueños? – piensa.


Continuará (2002)

martes, 15 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 6

Los días siguen su rumbo mecánico, como un engranaje imparable. Se suceden reuniones, salidas, informes, balances, rendiciones de cuentas, como parte de una puesta en escena involuntaria, casi por inercia. En el rostro, la acostumbrada sonrisa controlada, que no deja ver nada más. Es la clave, pocas palabras pero corteses, expresiones controladas pero amables, emociones guardadas en el departamento, y los sueños olvidados a vidas enteras de aquí.


Aún así, siguen presentes lo deseos de estar lejos, entregado al placer de conocer los secretos del alma humana o, simplemente, ver otras gentes, otras vidas que le den breves bocanadas de aire puro. Preocupante. Cada noche, más solitaria que la anterior, como si fuera posible; y lo de siempre, sentarse en la ventana a ver pasar la vida y recordar. Pederse mirando las pocas estrellas que se dejan ver, con un par de cigarrillos y música, acostándose, luego, cada vez más tarde.


Cierto orden de expectativas, acuñadas en el tiempo en que parecía que las cosas iban a resultar bien, a pesar de la contundencia de los antecedentes, siguen guardadas en el ropero o empolvándose en cajas bajo la cama. Hubo un tiempo en que se abría cada día con una novedad, alimentando sueños. Luego vino el largo y pausado período en que se aquietaron las aguas, pero con la presencia viva de la esperanza, flotando por la habitación, reviviendo con cada llamada telefónica. Hasta que el tedio cubrió con su fina capa de sarro polvoriento cada pliegue de todo cuanto le rodea haciendo perder hasta la capacidad de asombro. De la efervescencia de ir descubriendo posibilidades pasaron en silencio, haciendo oídos sordos a los delirantes llamados del mundo, a repetir una y otra vez la ritualidad vacía de ser humanos en un mundo imposible de cambiar. Formateado y organizado de antemano.


Amaneció un nuevo día. El aburrido imperio del sol suplantó a la melancólica presencia del invierno veraniego, recalentando el cemento bajo los pies, reflejándose en vidrios, ventanas y autos. Encegueciendo y regalándoles tras cada atardecer la suavidad de noches sin frío, en las que sin nada más que hacer, se dejan pasar las horas con negligencia a la espera de un nuevo día. En el cual, sabe con antelación que nada dará un giro radical, y todo continuará tediosamente igual. Así sucesivamente hasta que terminen de consumirse los meses. Quizás sea mejor irse a dormir, a pesar de las evidencias esta esterilidad vital no puede ser eterna.



Continuará (2002)

sábado, 12 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 5

Y siguieron pasando los días. Prontamente, los pajaritos que dan la bienvenida al sol, volvieron a entonar sus alegres melodías. Una fresca luminosidad matinal, fue dejando en el olvido la somnolencia gris del amanecer de unos días atrás. Con ella, el velo oscuro de la desesperanza fue dejando paso a la soleada resignación de la soledad.


Pasaron ante sus incrédulos ojos, que al cerrarse se ven cruzando el estrecho de Magallanes rumbo al sur a perderse en la “Finnis Terrae”, toda la intrascendencia de sábados, en los que por fin está empezando a despertar sin resaca. Tras ellos, domingos aletargados, con sus partidos de fútbol de ligas que no apasionan por estas tierras y que bien poco le importan a la gente. Horas completas frente al computador preparando un informe, y dejando irse a los pies a cruzar las zonas residenciales que lo separan de la casa de alguna buena amiga.


Si bien, lago Blanco aún no puede concebirse en su falta de memoria, con su implacable viento gélido y sus temperaturas polares, ¿cómo imaginar lo que apenas se intuye?, al menos el teatro volvió luego de mucho tiempo por estos lugares, a endulzar un instante los espacios de vida de quienes se quedaron engrillados a la realidad.


Como suele suceder, con sus imperceptibles ritmos, la vida continúa. Ocaso tras ocaso, las horas se deshacen en noches cada vez más largas. Lentamente, como si el verano durase para siempre, transcurren los días despreocupadamente sin detenerse a pensar en cuan rápido pasaron al olvido.


Una frecuente sensación de aire rancio, tornando mustia la atmósfera de estos días inútiles. El mundo en standby. Cada uno de los que siguen andando por estas calles, cada mañana, apurados y serios, cual si fuese relevante seguir dándole cuerda a la vida cotidiana, con una mueca rígida en el semblante continúa adelante, sin parar, tediosamente con la sospecha de estar viviendo días usados, repetidos y cansados, sacados de un calendario reciclado. Aquellas jornadas que sobraron en la fabricación de cosas interesantes. Helos aquí viendo quemar sus jóvenes arrugas en el más extendido de los anonimatos. Cientos, miles, entrando y saliendo de multitud de oficinas. Realizando incontables trámites y gestiones, sin mayores rasgos de utilidad, en la eterna búsqueda de dotar de sentido al vacío.



Continuará - 2002


viernes, 11 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 4

El día despertó tarde. La sensación de tristeza y soledad lejos de aplacarse, alcanzó su peak. Las negruscas masas nubosas, que trajo la vaguada costera, se compactaron de tal modo que se aguardaba inminente un aguacero. Casi como si el clima supiese de sus estados emocionales, le dio un día acorde con ellos. Se levantó cansado, esperando ver cuantos se acordarían de él y, sabiendo que, por diversos motivos, serían pocos este año, se resignó de antemano.


Se respiraba una extraña falta de alegría. Sea porque se sentía, irremediable, cada vez más anciano, o porque por primera vez en su ya no tan breve existencia fue consciente de que el tiempo no solo pasa, sino que se pierde para siempre. En cada uno de sus movimientos controlados, la sensación de vacío, fracaso y soledad, fueron tiñendo desde el inicio aquel deprimente viernes de enero.


Al menos no debía trabajar. Claro que la falta de ocupación le ofrecía un día estéril, inútil, vacío, hasta caer en cuenta que casi no tenía vida. Esperando, nadie sabe bien qué; negando, sin asumir la contundencia del paso de las estaciones, se marchitó la gran mayoría de todo lo que anduvo sembrando por ahí. De frente a la ventana de su pieza, a medio vestir, no dejaba de pensar en ello. Sabía bien, que cuando debió dar ciertos pasos adelante, cerró los ojos. Se sentía más negligente que nunca, como desde hace muchos años no lo hacía. ¿De donde venía toda esta ausencia de sentido?


No habría que subestimar la posibilidad de que lejos de su pequeña rutina pueblerina, a cientos de kilómetros de su ahogo, tal vez no habría tanto espacio dado a la desesperanza, y que ella sólo aflore cuando los pies dejan de andar, cual si decantara la suciedad de un caudal en el lecho de la conciencia. Quizás sólo necesite aire y algo de oxígeno para renovar sus energías, bocanadas de aire fresco, ventoleras venidas de otras tierras, o derechamente ir a pederse a otras latitudes.


Quien sabe, quizás ha de deambular, como lo debe estar haciendo parte de su alma, por los rincones de la tierra del fuego. Entrar a Cerro Sombrero, y recorrer sus pequeñas calles en busca de algún vestigio que el hable del paso de su primer amor por aquellas australes tierras, hace casi 20 años, cuando apenas se abría a la vida. O perder la vista tras la estela de polvo dejada por la huida aterrada de familias de ñandúes.


Está consciente que en buena parte es sólo cansancio existencial, por no haber sabido resolver aún los dos grandes temas que arrastra desde hace años, y que parecen haberse petrificado en el ultimo tiempo: La independencia y el amor. Da un breve suspiro, cierra la ventana, apaga la música, se ata los cordones de los zapatos, y sale al encuentro de una mañana moribunda y grisácea, con un cigarrillo en la boca. Para darle algo de sentido a un día que sabe, va a ser muy largo.



Continuará (2002)

miércoles, 9 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 3

Hoy, mientras debería estar cruzando la inmensidad de la pampa patagónica, se hace más patente que nunca, que definitivamente para que “3 sí”, definitivamente debe haber “1 que no”. Sea por lo que fuere, los caminos de la vida son intrincados, y sin siquiera notarlo lo destinos se van separando unos de otros como una metáfora del “Big Bang”, hasta que es inevitable y ya nada puede volver a ser como solía. Lo desagradable de encontrar la felicidad tan luego, es no saber como hacer para conservarla con el tiempo, pero ello, es parte de otra historia.


Otra vez Yumbel, ahora con más movimiento que de costumbre, gracias al imán popular que constituye el santo. Una pequeña figura de madera del santo perforado con flechas antiguas, atrae cada año a miles de gentes de infinidad de lugares, en procesiones diversas, y a su vez, el gentío, a cientos de comerciantes. Todo en un clima festivo, caluroso, muy sudamericano y caótico, con chocantes escenas de fervor que rayan en el fanatismo, en medio de una brisa caliente y una temperatura de 36 o 38 grados a la sombra, sobre la aglomeración agobiante, de una multitud incontrolable, que sobrepasa los estériles esfuerzos de carabinaros, autoridades y voluntarios eclesiásticos por normar y regular la situación.


Tomada la vía a Yumbel – camino a Laja – ruta 5, para sortear los eternos arreglos en el acceso sur a Concepción, nos dirigimos a toda velocidad a paliar nuestro atraso imperdonable. A ambos lados bosques de pinos insigne de plantaciones forestales. En la vía, poco tráfico. El camino áspero, pero aceptable. Ya deberíamos estar en Antuco al pie de los Andes, y nos queda al menos 1 hora de viaje. La chofer impertérrita, escondiendo su actitud de sumiso malestar en el buen ánimo de siempre, descubriendo en silencio nuevas rutas para llegar al mismo lugar, en medio de reconvenciones permanentes.

Continuará (2002)

lunes, 7 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 2

Con cierto apuro, cuyo halo lejano despierta una tímida sonrisa por aquí, han de haber dejado las inmediaciones del Nahuel Huapi en dirección al atlántico. A cruzar la linealidad infinita de la pampa, probablemente por la ribera del Lago Gutiérrez, tomando la ruta 258, rumbo a Esquel. San Carlos de Bariloche debe haber lucido maravillosa, con su aire estival y su plaza con perros San Bernardos. Pese a la depresión que asola al país, algo de su habitual encanto debe permanecer incólume. Sus tentadoras chocolaterías, heladerías artesanales y restaurantes, el permanente gusto por la vida al aire libre, los automóviles, el deporte y las mujeres hermosas, que por aquellas tierras no escasean.

Frente al carro imaginario se debe abrir la pampa abrumadoramente despoblada, inmensa, dibujando una inalcanzable línea más allá lo imaginable. Por doquier, pequeños arbustos amarillentos increíblemente similares entre sí, la fuerza de un viento indomable que corre libre por las extensiones interminables de la soledad y cúmulos dispersos, que tienden a perderse por el este en las fauces del Atlántico.


Primero hasta Esquel, a casi 300 km al sur, luego tomar una diagonal de mil kilómetros hasta alcanzar la línea del mar, a velocidades constantes, de no más de 95 km por hora, para no arriesgar el rendimiento de combustible. El jeep empeñado, como un caballo ciego, en su inagotable marcha en línea recta, mientras la pampa continúa impertérrita, como un escenario petrificado, haciendo caso omiso a la rabietas, sueños, planes y canciones de quienes se afanan en tocar la costa este de Sudamérica.


Los esperaría Comodoro Rivadavia, probablemente llegarían a posar su cansancio a una villa de veraneo cercana, saldrían a recorrer un poco si el ánimo así lo indicase. Quien sabe, tal vez conocerían a alguien o irían a tomar y comer algo por ahí, para partir prontamente al día siguiente rumbo al estrecho de Magallanes, hasta arribar al atardecer a Punta Arenas.


Despertar. Otra vez aquí, saliendo de la monotonía grisácea del frío matinal. Curvas, bosques de pinos, camiones madereros, caseríos ínfimos, y otra vez el sol del interior, luego de la cortina de cerros, contrastando con la pálida sepultura que cubre Concepción cada mañana al salir de ella. Es difícil concebir esta ausencia absoluta de nubes y frescura a sólo 10 minutos de la tristeza invernal que domina la atmósfera desierta de la ciudad, desde que llegó aquel día, esperado como pocos por casi un año entero.


Concebido en las mentes ávidas de cuatro que se rigen por la lógica de “3 sí y 1 no”, cuando aún no acababan de volver de un raid por el norte, allá por febrero de un año que parece haber nunca pasado. Todo un año inútil esperando, imaginando, planificando, sacando cálculos y juntando dinero, y de pronto el tiempo se contrajo. El día que parecía no legar jamás se hizo presente, arrastrando otros planes, con más problemas que soluciones, sin responder a gran parte de las expectativas que habíanse cifrado como prerrequisito de su arribo.


Y nada. La realidad elocuente y árida pudo más. Para sueños está la adolescencia. El viaje que nunca será llevado a cabo comenzó sin él, en un día de verano en el cual un extraño dejo de tristeza instaló la humedad invernal de la melancolía, desplazando la alegría despreocupada de los días de sol. Como suele suceder, las nubes alimentan la nostalgia de lo que nunca se ha tenido, y aun así se perdió para siempre.


Continuará (2002)

viernes, 4 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 1

El golpe seco de las cuatro puertas del auto, al unísono, marcó el inició de una nueva salida. La mañana gris, arrastraba la extraña sensación de haber ingresado irremediablemente a una bifurcación de la vida. Lo que se aprestaba a ser, según los planes de un par de meses atrás, carece hoy de vigencia. A medida que las cuadras se deshacen bajo las ruedas, la vida alrededor parece dibujar la molesta sonrisa de la ironía; en cada rincón, en cada rostro, que se cruza por su campo visual. Habrá que conformarse con la soledad.


Pasado el primer tramo de la cortina de cerros que separan al valle del mar, el sol ya se hace complemente presente, sin los titubeos previos. La pereza del campo extendida hasta un horizonte no tan lejano, se ve poblada de innumerables corridas de álamos sin un orden aparente. Por todas partes salpicadas, entre diversos sembradíos, casas escondidas entre breves aglomeraciones de pinos añosos, canales colmados de aguas límpidas, y maizales entre praderas que cobijan la lentitud de las vacas.


Frente a ellos una carretera recta, doble, eterna, somnolienta, e inmóvil, cual si no avanzara hacia ningún lado. Cada metro similar a los cientos de kilómetros anteriores. Pocos autos. El día, sin brisa, se abre completamente soleado en las cercanías de Los Ángeles, prometiendo un calor sofocante. Un sol calcinante, que en la lentitud de Antuco parece aún más cercano. Se confabula el clima con la falta de sueño, para hacer de esta jornada, un tedio larguísimo.


Como era de prever, el día continuó agotador. Se sucedían, una a una, hileras de personas ante nuestros ojos. Sencillos. Desconfiados, algunos. Cargados de problemas y conflictos. Sentados, mecánicamente, repitiendo una y otra vez la rutina aprendida, pretendiendo sin querer realmente, responder la procesión inacabable de dudas. En sus miradas silenciosas se lee la desconfianza, extraída desde tiempos remotos, de que nada de esto servirá realmente. Como una especie de resignación aprendida.


Afuera el sol abrasador, una notable carencia de nubes y la plástica figura del volcán con tan sólo unos hilos de nieve tras un par de cerros grises. Lejos, mas allá de cualquier asomo de materialidad, donde la vida se escapa con sueños irrealizados, desde los fértiles valles de la fantasía, partió una parte su vida, cruzando un par de regiones, varias ciudades y muchos desvíos a lagos.


La tarde comienza su irrefrenable camino al ocaso. El sol, moribundo, aún quema. De vuelta al lugar de origen dejamos atrás Los Ángeles y Cabrero. Las sombras se alargan sobre la paciencia infinita del pavimento. Los campos de maíz se confunden con interminables plantaciones de pinos. La soledad de un verano olvidado sintiéndose por todos lados. En la carretera vacía y en la ciudad desierta.

Uno a uno pasa, enorme e incontenible una procesión de camiones en sentido contrario. Detenido, esperando que finalice la caravana en silencio, a la espera de que les den la luz verde; pierde su mirada más alla de la hilera de autos. Unos metros más allá del cruce a Yumbel, justo pasado el boldo que da la bienvenida al hogar de San Sebastián, el camino se entrampa en arreglos tan lentos como recurrentes. Ante la mirada curiosa de un caballo que ve pasar las últimas horas de la tarde tras las rejas de su hijuela.


La marcha se retoma. Concepción cada vez más cerca. Aunque claro, a estas alturas ya debería estar en territorio argentino, o al menos cruzando el paso internacional Puyehue. Quizás contando la conocida sucesión de chistes fomes, o quien sabe, rememorando viajes anteriores o comiendo en algún servicentro de carretera. Con la mente puesta en lo que ha de venir y planificando, sacando cuentas. ¿Cuántos kilómetros por litro estará dando el Jeep?, ¿Cuan caro será el petróleo en Bariloche?.


El sol aún no acaba de caer, sin embargo lo anaranja todo, suavizando cada loma que acaricia como un bostezo, iluminando las copas de los pinos que como niños se yerguen a recibir los últimos rayos del día. El repetitivo acceso sur a Concepción llegando a su fin. Finalmente ha comenzado el resto de la vida, los sueños se fraccionaron y abandonaron su cuerpo para emprender por su cuenta el maravilloso viaje que nunca fue llevado a cabo.




Continuará (2002)