sábado, 26 de abril de 2008

La costumbre del vacío - 1

"Al tiempo se lo lleva el viento"

I

Aún sopla fuerte, como anunciando un vendaval, la tibia ventolera del medio día. Arrastra días enteros entre hojas humedecidas por la lluvia de anoche, y no deja oír nada más que su pasó furibundo. Escondido tras un ventanal, no atina aún a comprender como fue que el tiempo le arrastró hasta este punto. Está claro, no fue culpa de ella y tampoco de él. Bueno, tal vez, suya un poco. El teléfono cesó de sonar hace ya demasiados días, y parece querer guardar silencio por mucho tiempo. Posiblemente algo conspiró o jamás se dieron bien las cosas. - En realidad ya no tiene importancia - pensó, al momento que comenzaban a caer con violencia los primeros goterones.


No cabe duda que pudo ser hermoso, eso lo sabían todos. De vez en cuando, al detener el mundo su marcha acelerada, aún resuena en su conciencia el eco de lo que parecía inevitable y nunca se materializó. Resultaba difícil de creer, pero las diversas partes de la vida comenzaban a cuadrarse, luego de un período bastante poco gentil. Afuera el furibundo sonido de la lluvia, ahogaba cualquier esfuerzo de concentrarse en otra cosa. Cerró la ventana, y prendió un cigarro, cual si no hubiese nada más en el mundo y se paró a ver el azote invernal sobre las grises calles de la ciudad.


Divagando, con la mirada perdida en el aguacero, no cesaba de buscar una explicación. Al ritmo amargo de un par de desilusiones, en el cansancio de caminar en vano sin ningún destino, de súbito ciertas expectativas medio enmohecidas se despertaron con violencia tras la aparición inesperada de la belleza dando vueltas. Parecía posible, increíblemente factible. El invierno recién comenzaba, el tiempo comenzaba a cambiar con violenta rapidez. Si bien debía andarse con cautela para no quebrar tan frágil equilibrio, en esta oportunidad la sensación predominante era la inevitabilidad. Cual si hasta su torpeza recurrente fuese incapaz de evitarlo.


Rondando en su cabeza, ella. ¿Ella?, como siempre. Esquiva, alegre, distante. De pocas palabras. Dando la impresión de que la vida resbala por su piel bronceada sin afectarle y de que nada es lo suficientemente relevante como para tomarlo en serio. Hermosa y oculta a la vez. Con una facilidad casi exasperante para alejar de lo más profundo de su fragilidad a los incautos que creen ciegamente que, tras esa puesta en escena despreocupada e invulnerable, tras el brillo de una sonrisa amplia y una mirada silenciosa, se esconde la profunda belleza de una mujer sencilla y un tanto solitaria.


Él sabía bien que ciertas posibilidades se dan una sola vez. Las tomas o las pierdes. Pero, ¿qué diablos hacer?, los días no tuvieron la deferencia de dejar de correr arrastrados por el peso de estaciones impacientes. Diría que el destino nunca se puso de su lado, para dejar en sus manos la responsabilidad de concertar encuentros fugaces, inesperados y en condiciones envidiables. Lo hizo antes, cuando su ceguera aún perseguía otros afanes y ella parecía demasiado fuera del alcance de sus intenciones para tomarla en serio.


Ahora bien, ¿qué más se puede decir? Aún ante el escaso espacio abierto, el amor, dentro de las limitaciones que encontró, se filtró, como el agua por una grieta, con una fuerza inédita. Pero, ¿cómo enamorarse de lo que apenas se intuye? No basta pasarse días enteros esperando escuchar su voz, creer verla en todos lados, ni alimentar con molestia la incomoda vergüenza de saber que un simple sonido de una inofensiva palabra suya eran capaces de alegrarle un día completo. Aún no es suficiente levantarse cada mañana pensando que será de ella, y morderse la lengua para no pronunciar su nombre a cada momento. Algo dentro suyo, muy dentro. Una certidumbre inquebrantable, que lucha cotidianamente contra la última esperanza, adherida a la epidermis le recuerda cada noche que si bien pudo ser, ya no fue, y no será jamás.


Guardar silencio parece ser la única actitud posible, pues resulta estéril aburrir al mundo con su pequeña amargura adolescente y su palabrería lastimosa. En silencio. Mudo. Tragándose las agrias palabras que brotan espontáneas, envenenándole, no cesa de recriminarse el no haber tenido el valor de tomar la vida por sus manos. Era el momento. Por fin se habían cuadrado los astros. Luego de años, de paciente espera, la posibilidad de ser feliz con una mujer se vestía de certeza. Faltó decisión, los días se atropellaron hasta que acabaron con el año. Ella se hizo a un lado sin nunca haberse puesto al frente. La tarde avanza inexorable. El viento arranca sin contemplaciones las últimas hojas de los árboles. La furia del invierno ahogando cualquier esperanza de un amanecer despejado. Cierra las cortinas y se va.


Continuará (2002)

1 comentario:

F dijo...

"Y sigo.. gil"... decía una canción...