lunes, 25 de febrero de 2008

Sobre el origen de las cosas - 4

En fin, como dijo un periodista bostero por ahí, un verdadero hincha no “elige” un club (racionalmente o por un criterio de oportunidad), de algún modo misterioso es el club el que lo elige a él, el que lo encanta, lo fascina, lo envuelve hasta absorberlo definitivamente. Cuando se es hincha, uno no posée una cosa, uno es parte de algo; a uno no le “gusta” un equipo, uno se “hace del club”.


Es decir, como hincha del fútbol, me puede gustar como juega un equipo en algún momento particular de la historia, los magiares mágicos del '54, el Brasil del '70 o la Naranja Mecánica del '74 (aunque, no vi jugar a ninguno de ellos), o un jugador específico. Me gustaba ver jugar, por ejemplo, al bichi Borghi, al diablo Etcheverry o al cabezón Espina; a mi viejo le gustaba Bochini o el fino Toro, y a mi abuelo José Manuel Moreno.


Pero “hacerse” de un equipo es una cosa diferente, tiene que ver con un elemento constitutivo del ser. No con aquello que solo nos da placer, sino con aquello que nos da identidad. Es decir, ser hincha se relaciona con aquello que se es, no con aquello que nos gusta. Diferencia filosófica fundamental.


A partir de dicha diferencia, nos adentramos recién al entendimiento del embrujo que parece poseer esta fuente inagotable de sufrimientos y malos ratos, que implica ser hincha de fútbol. Se sufre la mayor parte de todo partido, y en caso de vencer, la tensión solo desaparece al final de 90 minutos de angustia. Aún en ese momento, solo se podrá disfrutar verdaderamente al final del torneo, si es que se tiene la fortuna de ser Campeón.


Pero antes, tendremos que pasar largos meses de agonía, hasta poder explotar en un efimero momento de alegría inconmensurable. Tanta trizteza y frustración, apenas interrumpida, por periódicas y grandes alegrías, afortunadamente para algunos como yo, que tenemos el tremendo privilegio de ostentar la condición colo-colina por la vida, es un trago menos amargo.


Si bien, no se puede experimentar alegría mayor en la vida que un gol que te da el campeonato, cuando se mantuvo la incertidumbre al hasta el final del partido, luego de meses de sinsabores. Quizás, como excepción a la regla, entre en esta categoría el tercer gol a Boca Juniors en la semifinal de la Copa Libertadores de 1991, el de Ruben Martínez levantándosela a Navarro Montoya en el minuto 82 y el Estadio explotando.


Pero bueno, vamos a los hechos. Considerando que solo gana 1 entre los 32 equipos profesionales que existen, que desde 1933 le ha correspondido dicho lugar a Colo-Colo en 27 oportunidades; que los otros 55 torneos se los reparten entre 13 equipos (en promedio 4,2 campeonatos por equipo); que el mayor dolor que puede existir en la vida es perder la categoría (bajar a segunda), y que Colo-Colo es uno de los 2 clubes a quien nunca le ha sucedido algo semejante; que Colo-Colo es el equipo que más partidos ha ganado, y el que más goles ha convertido. Considerando todo aquello, que suerte haber nacido colo-colino, y no tener que vivir haciendo una alegoría del fracaso, y buscando sentido en la frustración constante. Para eso ya tenemos a la selección.


Tal como para un brasileño o argentino, debe parecer de una tristeza tremenda ser chileno o peruano, pues nuestras selecciones juegan sabiendo que nunca ganarán algo realmente importante a nivel internacional. Lo mismo sucede con aquellos que no son colo-colinos, que tristeza haber nacido en un país como Chile y para colmo tener que conformarse con ser parte de algún otro equipo.


Solo así es posible comprender la eterna condena de algunos a quienes se les negó el camino de la virtud, la sobriedad, la hidalguía, y por cierto el empuje y el coraje, y aún así siguen siendo hinchas de sus equipos, y no dejan de serlo. No pueden dejarlo, aunque quisieran, porque son hinchas de verdad, se sienten parte de algo, son parte algo. Algo triste, pero algo al fin y al cabo. Aquella es la justificación, de todos aquellos que en la oscuridad y la confusión soportan su existencia peleándose en las sombras por sus colores, cuyo principio y final está marcado en función de la alba existencia de Colo-Colo, el eterno rival a vencer.

sábado, 23 de febrero de 2008

Sobre el origen de las cosas - 3


Ahí estuvo, frente a mí, siempre vecino y cercano. Siempre en silencio. Estuvo antes, y también en los apacibles días que se devanecían en la cabaña, como un bello paréntesis, entre el hastío de una ciudad inhóspita y una molesta sensación de irremediabilidad, como si se estuviera perdiendo algo. El único objeto que ha estado conmigo los últimos 15 años. El banderín de Colo – Colo, pero uno cualquiera, uno único, con historia.


Poco después de haber ganado de haber ganado la Copa Libertadores, un buen primo que por esos años acompañaba nuestro andar por la vida, fue con su curso del Colegio al Estadio Monumental a visitar al plantel que había logrado lo imposible. Romper con empuje, coraje y fútbol, el maleficio impuesto por unos diablos rojos de un barrio llamado Avellaneda, al otro lado del "cerro", el cual había sentenciado a mediado de los '70s: “Chilenos, para ustedes la Copa se mira y no se toca”.


En dicha visita, recibió en sus manos un banderín. Un simple banderín con 17 estrellas (hoy ya van 27) rodeando la insignia del club sobre fondo blanco, con una línea negra bordeando toda la supeficie, a modo de marco. En la parte superior, se leía la leyenda “Campeón Copa Libertadores de América”, abajo se remataba simplemente con la palabra “Chile”, y repartidas uniformemente por toda su superficie las firmas de algunos jugadores.


Pues bien, sin dimensionar el nivel de objeto que tenía entre sus manos, el dichoso banderín pasó de mi equivacado y “chuncho” primo, a las manos de mi hermano menor, y yo en un decidido y arbitario gesto de envidia, amor y necesidad, me lo apropié. Luego comprendería porqué. A pesar de la indignidad que reviste el robarle a tu hermano de 8 años (yo andaba en los 15), esto era superior a mí. Estaba seguro que debía ser mío, que nadie más comprendería su valor, ni disfrutaría tanto de tenerlo en su poder y legarlo a una nueva generación años más tarde.


De algún modo mi colo-colinidad, aquella condición ineludible e inalienable de pertenercer a este club, me obligaba a arrebatar tamaño tesoro de los infantiles dedos, de un neofito y poco convencido “colo-colino” por inercia. A pesar de sus divertidas e inolvidables diatribas garrerísticas en las albas tribunas del estadio.


El tiempo me dio la razón. Yo partí, banderín en mano, a buscar la vida a Concepción. Luego de unos años mi hermano abandonó su “eterna demanda de restitución de la propiedad” al descubrir que, en verdad, lo suyo era la vieja y querida albiceleste. La gloria del pasado, el sufrimiento del presente y la hidalguía por encima de cualquier vicisitud, que caracteriza al cuadro de la carabela y la bandita en las tribunas.


(Continuará)

viernes, 22 de febrero de 2008

Sobre el origen de las cosas - 2

Hoy. Tendido, en la tibia comodidad ajena de la capital italiana, no puedo si no pensar, ¿qué me queda de todo aquello cargué ese lejano día conmigo?. Probablemente nada. Los libros volvieron a Santiago, aún cuando les prometí que jamas volverían a hacerlo. La ropa, los zapatos y los accesorios se desvanecieron, junto a sábanas y frazadas, delatando su temporalidad. Los recuerdos, las colecciones, las cartas y las fotos se quedaron encerrados en cajas, empolvándose inúltilmente, junto a revistas arrumadas en rincones. Los documentos se vencieron, mutaron y fueron renovados, como un ave fenix burocrática. Las botellas, las latas, y algún mueble por ahí, perdieron la vida en el trajín de unos días medio inquietos.


Luego de poco más de una década, de todo aquello no resta nada. Salvo por un detalle, y un pequeño y gran objeto. Lo único que portaba conmigo ese caluroso día de febrero, y que hoy me acompaña aquí en la ciudad Eterna. Aquello que me ha acompañado a cada rincón donde he decidido, o me he visto obligado, a anidar. Me acompañó en cada departamento, casa, pieza o cuchitril, en el que viví alguna vez en San Pedro y Concepción. Partió conmigo a Chiloé, el año que decidí ir a “buscarme”, y terminé extraviándome. Estuvo conmigo, de vuelta, cuando traté de reencontrar los días que había dejado junto al Bío-Bío.


Años después partió conmigo a Algarrobo, y luego a San Antonio, cuando jugando a ser ejcutivo y grande, acepté un trabajo en el empresa portuaria de la ciudad, y me embarqué con una mujer en una relación seria, como si fuera adulto. También, estuvo conmigo cuando no muy convencido, apelé nuevamente al lado pragmático, y sin hacer mucho caso de las sensaciones, temores y deseos de volver corriendo a recorrer las calles de mi ciudad, opté por permanecer en Santiago, en vez de retornar a mi hogar en el sur. El amor es más fuerte, dicen.


(Continuará)

jueves, 21 de febrero de 2008

Sobre el origen de las cosas - 1

En un lejano día de verano, probablemente similar a este, me fui de la casa de mi madre, a buscar un hogar, hace ya 13 años. Embalé a la rápida mis cosas, dejé unos cuantos libros, un cerro de revistas de fútbol, el escritorio abandonado, las paredes rayadas y partí, ante la mirada indiferente de mi gato. Recién comenzaba 1995, se respiraba una extraña sensación de incredulidad, como si no fuera posible romper el estrecho cerco tendido por la desesperanza adolescente. Aún así partí, más por voluntad que por convicción.


No comprendía aún, que en determinadas circunstancias basta un simple acto de perserverancia para torcer el rumbo a la vida, por muy inmóvil que parezca. El problema es nunca sabemos hacia donde nos llevará, y probablemente siempre será hacia regiones distintas de las que imaginamos. Pero al menos es bueno tener claro, que es posible derrotar a la inercia de la vida, con solo un poco de empuje y coraje.


Aquel lejano día de febrero, cuando aún no atinaba a asimilar el aluvión de cosas que se venían sucediendo. Con la vista medio nublada, y el ánimo algo atemorizado. Ese día decidí, sin saber muy porqué, que era hora de dejar todo este lastre atrás, para siempre, y partir a construir una vida real.


Armé las valijas, cargué de cajas la camioneta Mazda azul de mi tío, y partimos al sur. En silencio, medio distraído, viendo pasar los kilómetros, los campos, las ciudades y las regiones, con cierta ansiedad. Sin embargo, ese nudo en la boca del estómago con el cual salí se fue desvaneciendo, a medida que iba cayendo el ocaso sobre la carretera, y de a poco se fue tejiendo una conversación espontánea. Había comenzado un nuevo capítulo, con una extraña sensación de temor controlado, pero decidido a buscar la vida, a construir una para mí. En ese entonces 500 kilómetros bastaban para empezar de cero.


(continuará)

lunes, 18 de febrero de 2008

Sobre caballos, colores y batallas


Cuenta la historia (o la leyenda), que en la primavera del año 1800, un pequeño, valiente y astuto general francés, junto a su gran ejercito de 40.000 hombres, cruzó los Alpes en 5 días, en dirección al Piamonte (Italia), antes que los deshielos abrieran los pasos cordilleranos, para sorprender a sus enemigos austríacos.

Se cuenta también, que en aquellos duros y fríos días atravezando cerros, montañas, quedabras y desfiladeros, las tropas consumieron cerca de 800 kilos de carne, 22.000 botellas de vino y casi una tonelada y media de queso, en la Hostería del paso San Bernardo (el mismo lugar donde crearon los perros San Bernardo), y que se habrían ido sin pagar la cuenta (la cual la habría terminado de pagar en 1984, Mitterrand). Pero sin lugar a dudas, aquelló que más remarca la historia, es que el gran conquistador de Europa, habría seguido los pasos de Aníbal, no sobre grandes y míticos elefantes o tranquilo sobre un fogoso corcel como lo habría hecho Carlomagno cuando se hizo coronar en Milán, sino sobriamente sobre el humilde lomo de una mula.

Pues bien, se cuenta que luego las tropas francesas habrían derrotado a los austríacos en una zona llamada Marengo, en las cercanías de Alessandria, obligándolos a abandonar el norte de Italia. En honor a tan contundente victoria, el conquistador (por ese, entonces Primer Cónsul), decidió que el caballo con el cual había peleado dicha batalla, un pequeño y fuerte ejemplar de raza árabe que había traído consigo de sus correrías en Egipto, se llamaría Marengo.

Dicha actitud, no era de extrañar, pues cuentan por ahí que al pequeño general le agradaba bautizar a sus caballos con nombres de las batallas que iba ganando, así aparece un corcel de nombre Austerlitz, o bien, con nombres de grandes personajes de la antiguedad, existiendo en sus caballerizas, un Tamerlán, un Cirio, un Nerón y un Visir, este último lo habría acompañado hasta su muerte en Santa Helena.

Pues bien, considerando la relevancia de su triunfo sobre los de la casa de Habsburgo, el futuro emperador de los franceses decidió que debía retratar semejante gesta épica de cruzar los Alpes nevados, comicionándole a un afamado pintor de apellido David que se hiciera cargo del proyecto. Con una pequeña salvedad, reemplazaría la humilde dignidad de la mula, por el orgullo de un caballo. Se cuenta, que como no le agrada posar, le dijo al pintor:

¿Posar? ¿Para qué? ¿Cree que los grandes hombres de la Antigüedad de quien nosotros tenemos imágenes posaron?

Y le habría contestado David:

- Pero Ciudadano Primer Cónsul, le pinto para su siglo, para los hombres que le han visto, que le conocen, ellos querrán encontrar una semejanza.

- ¿Semejanza? No es la exactitud de los rasgos, una verruga en la nariz lo que da la semejanza. Es el carácter el que dicta lo que debe pintarse...Nadie sabe si los retratos de los grandes hombres se les parece, basta que sus genios vivan allí. - Habría sido la elocuente respuesta de conquistador.

Pues bien, se dice que, gracias a la reanudación de relaciones diplomáticas, durante el tradicional intercambio de regalos que tenía con el entonces rey Borbón de España, Carlos IV, los gestos de buena voluntad se multiplicaban, yendo de España a Francia 16 caballos y unos cuantos cuadros de Goya, mientras que en sentido opuesto viajaban pistolas de versalles, trajes de la última moda de París y joyas para la reina. En este contexto, el embajador francés habría pedido una versión de la pintura para ponerla en el Palacio Real.

Esta brillante idea, habría iluminado al "pequeño corso" y habría decidido realizar 3 versiones más de cuadro. Finalmente se habrían pintado 5 versiones del general cruzando los Alpes (aunque hay quienes dicen que solo fueron 4), para lo cual se habrían usado dos caballos, uno de los cuales era el querido Marengo que tantas satisfacciones había dado.

No obstante, dicen también por ahí, al otro lado de los Pirineos, que el caballo elegido para posar para tan importante proposito no era sino un tal Jornalero, uno de los caballos regalados por el Rey Español. No es de extrañar, si en aquella brava península hasta Colón dejó de ser genovés para ser catalán.

En fin, algunos cuentan que el dichoso Marengo era blanco (el caballo Blanco de Napoleón), otros que era de un gris oscuro azulado (similar al marengo), y hasta que era castaño. No es extraño semejante confusión de colores, considerando que tenía algo así como 130 caballos distintos para su uso personal. Sin embargo, se sabe que aquel que se supone que es el del cuadro famoso, alcanzó la edad de 38 años, era uno de sus favoritos, acompañándolo desde las piramides a Waterloo, donde fue capturado por los ingleses, quienes aun hoy conservan su esqueleto en el National Army Museum.

sábado, 16 de febrero de 2008

El cuento que nunca debió escribirse - 3

Al volver la vista atrás, pasados tan sólo unos breves segundos. Pisando el mismo suelo que ha caminado por años, la vio. Echada su humanidad, toda de azul con negro, sobre el pasto con aparente despreocupación. Le pareció extrañamente atractiva, pese a su pose de niña rebelde y distante, tan común en aquella lejana universidad.


Sin detenerse, volvió la vista al frente y continuó su caminata desganada, con el firme propósito de aburrirse con la explicación de las teorías de Karl Popper. Subió la escalinata pétrea de ingreso al hall de acceso deteniéndose sin saber por qué. No quería entrar, de eso no cabría duda alguna, pero ¿qué hacer?. Se sentó, un instante, en el suelo con los pies colgando hacia el jardín. Desde ahí se podía observar a todo aquel que visitara estos rincones.


Nadie aparecía. Únicamente permanecía la joven de periodismo y su puesta en escena, como si quisiese imbuirse cierta aura de profundidad e independencia, a unos 30 metros de distancia. La incomodidad de no saber que hacer lo hacía sentir ridículo, como si a alguien estuviera juzgando desde lejos. Decidiendo ingresar a clases, luego de 5 o 10 eternos minutos. En aquel instante ella se puso de pie. - Voy a esperar que se vaya, para ver como camina -se dijo- de ahí entro.


La lentitud de sus femeninos pasos, hacían pensar en otra alma confundida y aburrida pululando por entre una mañana moribunda en la universidad. Quizás quería sentirse observada, saber que no pasaba desapercibida, y por ello sus pies llevaban a cabo un ritual tan lento. Había notado desde hace un rato la presencia del aburrido joven sentado, y tal como hacen algunas mujeres embargadas por la necesidad de reafirmarse, se propuso inconscientemente la tarea de seducirlo, un poco al menos.


Nada muy elaborado, pero inicialmente efectivo. Caminata sinuosa y periódicamente miradas largas con una breve sonrisa, hasta notar un interés verdadero. En su vegetativa posición al tipo sentado solo se le pasó por la cabeza que ella se marchaba sin reparar aun en su presencia. Para ser sinceros, el hecho de si ella se daba cuenta de su existencia o no, le tenía sin cuidado, simplemente se inventaba juegos absurdos para no tener que volver a escuchar si el discurso metafísico tiene o no sentido, o si el discurso científico es aquel susceptible de ser refutado, y el sinfín de matices que el profesor los llamaría a descubrir.


(Continuará) 1999

jueves, 14 de febrero de 2008

Parentesis


Antes de seguir adelante. Antes de continuar contando cualquier historia de amores irrelevantes, o desilusiones que ya nadie recuerda. Antes de seguir desvariando, y dejando ir las palabras ... como hojas arrastradas por el viento ... antes de cualquier otra cosa debo hacer un paréntesis. Como si fueran los comerciales en una historia sin estructura ni ritmo claro ...

Del mismo modo que imagino algunos de ustedes habrán visto hermosas casas en las que están seguros que jamas vivirán; o se han enterado de la existencia de hoteles en los que saben que no alojarán; o habrán visto pasar bellas mujeres que evidentemente nunca repararán en vuestra existencia; o sabrán de vacaciones que nunca tendrán ; restaurantes en los que jamás irán a cenar ; de trajes que nunca se pondrán ... y así tan cosas más. Pues bien, de esa misma forma he visto hoy un auto que tengo la certeza absoluta que jamas conduciré ... , y no es que yo sea el tipo más tuerca del mundo, pero semejante pedazo de máquina no puede dejar indiferente a nadie ...

Un metro 16,5 centímetros de alto ; 1 metro 90 centímetros de ancho ; 4,3 metros de largo ; un motor de 5.000 cc ; con 10 cilindros en V (90°) ; con una velocidad máxima de apenas 315 km/hora ; pasa de 0 a 100 4,2 segundos ; con 500 CV a 7.800 RPM ; con un rendimiento de combustible de 2,4 litro por kilómetro en ciudad y 1,7 en carretera.... y un valor en el mercado de autos usados, desde 90 millones (más o menos) de pesos chilenos un modelo 2006.

En fin .. la foto, la tome a rápida y de weon. No se porque, pero me puse nervioso, el auto solo ahí, estacionado en un barrio popular de la Periferia de Roma, con harta oficinas públicas y empresas, rodeado de Fiat 500 o Lancia Ypsilon, como si fuera muy normal dejar un Lamborghini en la calle.

2008

miércoles, 13 de febrero de 2008

El cuento que nunca debió escribirse - 2

- Trate de no acelerarse. Ese es el problema de la gente, no saben esperar, lo quieren todo altiro. Pero bueno, volviendo a lo otro. Hay días que a uno se le graban en la memoria, con lujo de detalles, casi como si fuera una película que uno ve una y otra vez hasta memorizarla.

- ¿ A que se refiere ? específicamente.

- Escuche - Le decía, mientras cerraba los ojos en una mueca de concentración.

La mañana se presentaba, a eso de las 11 horas, algo despoblada por los pasillos exteriores de la facultad. Un sol agradable evaporaba rápidamente los últimos vestigios del rocío matinal. Epistemología se confabulaba con la falta de sueño e insistían en cerrarle los ojos, mientras el profesor persistía en su tono sereno, pausado y ceremonioso. “Voy al baño” le dijo a una amiga sentada en el costado izquierdo de él, junto al ventanal, aun sabiendo ambos que no era cierto.

Púsose sin apuro de pie, con absoluta normalidad entre miradas indiferentes. Todo parecía ser tan calmado, casi irreal. Tan solo el ruido seco de la puerta batiente se atrevió a violentar esta anónima mañana de octubre. Descendió las escaleras con una calma que a fines de los noventa resulta envidiable. Esbozó algunos bostezos, uno que otro suspiro de aburrimiento, nada extraño en él. Se refregó los ojos y acomodo el moño del pelo sin detener su lenta marcha en dirección a la cafetería.

Antes pasó al baño a justificar el recreo que se había tomado, pues aunque relajado, se sentía como si estuviera siendo observado. De pie sin destino alguno, ya con un chocolate en la mano, comenzó a caminar careciendo de rumbo fijo, en búsqueda de algún pretexto que lo hiciera tomar la decisión de no volver a clases. La lentitud de sus pasos y la infantil concentración en el chocolate lo acercaron a una joven mujer,...


- Una bella dama siempre ha sido una buena excusa- Le interrumpieron.


- Sí, puede ser. Pero el hecho es que aquel era un rostro conocido, de esos que ves a diario pero con quienes con cruzas ni una palabra. Era una de aquellas mujeres que deambulan frecuentemente por aquellos confines, y sí que las habían por entonces. Se saludaron desabrida y mecánicamente a distancia, como queriendo marcar la distancia, y él siguió su rumbo. Se requería algo más que un rostro bello de una de las muchas mujeres que habitaban esa facultad para servirle de pretexto. Algo más real, más tangible.


(Continuará) 1999

sábado, 9 de febrero de 2008

El cuento que nunca debió escribirse - 1

- ¿ Está lloviendo ?

- Mmm…, parece. ¿Por qué ?


- No por nada, es que extrañaba tanto la lluvia...


- Sí..., hace tiempo que no llovía. Pero..., sígame contando.


- Mire, si hubiese que buscar una palabra que diera cuenta de la atmósfera que reinó en el último enero del siglo XX, en mi vida, ésta se ubicaría en la intersección de los vocablos: decepción, indiferencia y resignación.


- ¿ Por qué ?, si se puede saber.


- No sé... - Exhalando el humo del cigarro en una mezcla de suspiro. - Supongo que darse cuenta, cuando ya todo resulta irremediable, de la ceguera obtusa, cual niño irreflexivo que se niega a reconocer lo evidente; y de la multitud de errores por consiguiente cometidos, que ya no viene al caso resolver, aunque suene triste, es lo que denominamos experiencia. Buscando en la negligencia de un “no se volverá a repetir” o “sé aprender de mis errores” un consuelo tan necesario como ficticio.


- Sabe, no le estoy entendiendo. Podría tratar de ser un poco más claro. A fin de cuentas la idea es comunicarse no confundirse.


- Ha de tener una dosis mayor de paciencia. - Llevándose el vaso a la boca, cual si hiciera una pausa, mientras de fondo el murmullo de las conversaciones se confundía con la música - Espere. Como le iba diciendo, demás estar recalcar que no queda nada por hacer. Octubre ya había quedado en el pasado, bien atrás, como si nunca hubiese existido y diciembre está cada día menos presente. Todo fue impulsivo, explosivo, vertiginoso. Cual si se tratase de un huracán de primavera, llegado tras una prolongada sequía reflotada a fines de Abril y muerta por septiembre.


- ¿ No estará siendo demasiado metafórico ?.


- Calma. Además está re claro, hasta un niño lo entendería. Por lo demás resulta más sencillo referirme a las cosas de la vida de esta forma.


- Entiendo, entiendo, continue. - Dijo, con cierta impaciencia.


- Bueno, corrían sin apuro los días perezosamente similares de octubre. Siempre con una leve brisa acariciando la comodidad de unas tardes soleadas de primavera aceleradamente floreada, que ya por agosto quería convertirse en verano. Por entre senderos y prados de la universidad el amor quiso hacerse presente para coronar, pese a su cansancio de hoy en día, la alegre vitalidad de tanta luz y vida. Luego de cientos de reveses por doquier, cupido eligió, desafortunadamente a un par de seres humanos poco preparados para tal misión. Pero, ha de recordarse que siempre le han gustado los casos difíciles.


- Comprendo, una desilusión amorosa. Amigo mío, demasiada ceremonia para un asunto tan simple. Pero, por favor siga adelante.


(Continuará)

1999

jueves, 7 de febrero de 2008

El nacimiento de las rutinas


Soy un animal de rutinas, no hay caso. Tras el afán de simplificar ciertos aspectos de la vida, pues hay otros que poseen una complejidad a ratos abrumadora, hay cierto orden de cosas que realizo mecánicamente sin siquiera deterne a pensar. Siempre ha sido más o menos así, siempre sentado en el mismo banco en el colegio y la universidad, siempre siguiendo el mismo trayecto a casa, esperando siempre el bus en el mismo paradero, yendo siempre al mismo café, y así sucesivamente.

Pues bien, considerando que el volumen de la empresa que supone la conquista de Roma es de una envergadura monumental, necesito de todos y cada uno de mis recursos para llevarla a cabo. Así, de un inicio medio caótico, sobrepoblado de estímulos, imágenes y problemas, pasamos lenta, pero progresivamente a elaborar un esbozo de rutina, si se le puede llamar asi, luego de 3 o 4 días.


Suena el despertador, ahora suena pues me compré un teléfono, constituyendo la única compra junto con el diccionario, que he hecho hasta ahora. Pero bueno, suena el teléfono con una extraña voz que dice “é l'ora di alzarsi, sono le sette e quindici”, salgo de la cama. Enciendo la luz del baño, me ducho. En poco más de 15 minutos estoy limpio y vestido. Cojo las llaves de la pieza, y bajo a tomar desayuno. Saludo a la madre superiora, que me mira con curiosidad. Todos los días igual, un vaso de jugo de naranja, una porción de nutella, un café espresso y un pan gordo y extraño, que como con queso crema suizo, con mantequilla de la Provincia de Süd Tirol (fronteriza con Austria) o con una mermelada, que más parece jalea.


Luego del desayuno subo, me lavo los dientes, me pongo la chaqueta. Bajo. Dejo las llaves en el mostrador, y salgo a la calle. Camino siempre por el medio, porque en estas tierras tienen la costumbre de estacionarse en la vereda, o medio metidos en la vereda. En realidad se estacionan en cualquier parte, incluso en las más increíbles. Camino unas 4 cuadras pequeñas y cruzo una calzada de la calle para esperar el tranvía en un andén. El travía está situado entre las dos calzadas, al medio. Me subo al carro, a veces valido el ticket, otras veces no, y me bajo en Largo Argentina, en el lugar donde mataron a Julio César y está plagado de gatos.

Rodeo el cuadrado de las ruinas de los gatos y camino presto rumbo a la Piazza Venezia, la misma donde daba sus discusos Mussolini. Ahí cometo el mismo error todos los días, en vez de cruzar en dirección al Altar de la Patria (que más parece una vieja “Máquina de Escribir”), paso de largo, y debo torcer el camino una cuadra más adelante, apareciendo frente a la columna que está en uno de los extremos del Foro de Trajano.


Cruzo los pocos metros antes de que aparezca la reja, atravieso un puente sobre otro monton de ruinas, y llego a la via dei Fori Imperiali. Aprovecho de saludar a Trajano y a Julio César que están ahí esperando con el brazo en alto, recibir los saludos de su pueblo. Especialmente este último, en cuya base esta escrito PATRI PATRIAE. Pocos metros más adelante, se tuerce el camino a la izquierda, justo en una plaza de inmigrantes sin hogar y mendigos, doblo en una torre de piedra, y me interno en una callecita estrecha y adoquinada para llegar a la Universidad.


En la U trato de conectarme a la red inalambrica, e inevitabelemente nunca lo logro. Si salgo a eso de la 1 o 2 de la tarde, camino unos 100 metros rumbo al almacén, compro un pan con prosciutto (jamón crudo a la italiana) y algún queso, y me siento a comerlo en las escalinatas de una fuente ubicada a la vuelta de la esquina. Si salgo antes, camino por la callecita adoquinada, hasta aparecer en las cercanías, de la la Iglesia Santa María la Mayor, una construcción monumental. Voy siempre al mismo ciber café, y me conecto al rededor de una hora. Nuevamente, si salgo entre 1 y 2, me como un Kebbab enorme que hace un turco a cuadra y media por 3.5 Euros. Si llegue y salí más tarde, me aguanto.

Luego deshago parte del camino andado, rumbo a la parada del Tranvía número 8, en largo Argentina, pero tomando un atajo, en una bajada pronunciada de adoquines, paso frente a una estación de los Carabinieri, y empalmo bien abajo con la vía Cavour. Miro algunas tiendas, ropa, recuerdos, artículos deportivos, postales, librerías, entre otras. Llegando al final de la calle, a la izquierda tengo el Coliseo y al frente el Foro Romano, giro a la derecha, en la misma placita de los mendigos e inmigrantes sin hogar, nuevamente saludo a Julio César (pobre, ni cacha que lo van a matar unas cuadras más adelante) y a Trajano. Admiro las ruinas iluminadas, y cruzo frente a la “Máquina de Escribir”, esta vez no cometo el error y tomo la vía directa, paso frente a la Iglesia San Marcos, a la librería Rinascita (donde compré el diccionario) y llego al Area Sacra (las ruinas pobladas de gatos, donde está la escalera en la cual mataron a Julio Cesar).


Nuevamente tomo el tranvía de vuelta. Uno 20 minutos má tarde desciendo en Ospedale San Camillo. Cosa extraña, Hospital se dice Ospedale (sin H), pero el símbolo es una H (acca, en italiano). En fin. Como ya es de noche, 7 u 8 de la tarde, entro a una Tavola Calda, una pizzería de esas que venden las pizza por kilo, y me como cualquiera, son todas ricas. Antes de ayer probé una con anchoas, definitivamente excelente, ayer una con carne, tres días atrás una con aceitunas sevillanas (pero no eran lonjitas finitas, eran trozos de media aceituna cada uno). Cada una de esas, entre 150 y 250 gramos, por 1.7 euros, 2.5 euros o algo así. Nada mal. De las pizzas, una cuadra despues pasó al ultimo café del día, y de ahí donde las monjas. Así todos los días desde hace 5 días.

11 de noviembre 2007

sábado, 2 de febrero de 2008

Un día como tantos - 3

Todos los síntomas de esta tarde invitan a huir lejos de aquí, a correr hasta la tibia comodidad de la casa a disfrutar del invierno en la seguridad seca del calor de hogar. Pero algo más allá de este día y su tarde tan poco acogedora le impulsan a quedarse inmóvil, resistiendo estoicamente el frío, a observar como un anochecer se cierne sobre un día moribundo.


Papeles viejos arrastrados por la ventolera acompañan el andar lento e inevitable de gentes que se abandonan serenamente al aburrimiento, intentando escapar de la amenaza de una noche fría cerniéndose sobre sus vidas.


La universidad duerme, inmensa, sobre un lecho húmedo al amparo de los cerros y bosques cercanos, esperando despedir al último solitario invernal para poder entregarse en plenitud a los brazos de Morfeo. La universidad sufre aún su letargo de los ‘90s interminables e infructuosos, con esporádicos sueños de vida real y optimismo.


Algún lejano y escuálido rayo solar, el último quizás, corrió también a buscar refugio en algún rincón de la ciudad gris. Todo es frío y temprana oscuridad, verde oscuro y humedad gris. Colillas de cigarros decorando escalinatas y senderos bordeados de arbustos, aún orgullosamente verdes, fundiéndose en la confusión de las sombras, que se compadecen de la desnudez de los árboles resignados.


El frío llamado a la cordura por fin es escuchado y se decide a seguir viviendo. Casi como despertando de una hipnosis voluntaria vuelve al mundo, se sorprende de la oscuridad reinante y del helado aliento de un invierno que se anuncia insoportable. Las ganas de ver televisión tomando un café caliente, sentado en la alfombra a los pies de la cama, lo conducen rápido a la confortabilidad de su departamento.


FIN

1998



viernes, 1 de febrero de 2008