Soy un animal de rutinas, no hay caso. Tras el afán de simplificar ciertos aspectos de la vida, pues hay otros que poseen una complejidad a ratos abrumadora, hay cierto orden de cosas que realizo mecánicamente sin siquiera deterne a pensar. Siempre ha sido más o menos así, siempre sentado en el mismo banco en el colegio y la universidad, siempre siguiendo el mismo trayecto a casa, esperando siempre el bus en el mismo paradero, yendo siempre al mismo café, y así sucesivamente.
Pues bien, considerando que el volumen de la empresa que supone la conquista de Roma es de una envergadura monumental, necesito de todos y cada uno de mis recursos para llevarla a cabo. Así, de un inicio medio caótico, sobrepoblado de estímulos, imágenes y problemas, pasamos lenta, pero progresivamente a elaborar un esbozo de rutina, si se le puede llamar asi, luego de 3 o 4 días.
Suena el despertador, ahora suena pues me compré un teléfono, constituyendo la única compra junto con el diccionario, que he hecho hasta ahora. Pero bueno, suena el teléfono con una extraña voz que dice “é l'ora di alzarsi, sono le sette e quindici”, salgo de la cama. Enciendo la luz del baño, me ducho. En poco más de 15 minutos estoy limpio y vestido. Cojo las llaves de la pieza, y bajo a tomar desayuno. Saludo a la madre superiora, que me mira con curiosidad. Todos los días igual, un vaso de jugo de naranja, una porción de nutella, un café espresso y un pan gordo y extraño, que como con queso crema suizo, con mantequilla de la Provincia de Süd Tirol (fronteriza con Austria) o con una mermelada, que más parece jalea.
Pues bien, considerando que el volumen de la empresa que supone la conquista de Roma es de una envergadura monumental, necesito de todos y cada uno de mis recursos para llevarla a cabo. Así, de un inicio medio caótico, sobrepoblado de estímulos, imágenes y problemas, pasamos lenta, pero progresivamente a elaborar un esbozo de rutina, si se le puede llamar asi, luego de 3 o 4 días.
Suena el despertador, ahora suena pues me compré un teléfono, constituyendo la única compra junto con el diccionario, que he hecho hasta ahora. Pero bueno, suena el teléfono con una extraña voz que dice “é l'ora di alzarsi, sono le sette e quindici”, salgo de la cama. Enciendo la luz del baño, me ducho. En poco más de 15 minutos estoy limpio y vestido. Cojo las llaves de la pieza, y bajo a tomar desayuno. Saludo a la madre superiora, que me mira con curiosidad. Todos los días igual, un vaso de jugo de naranja, una porción de nutella, un café espresso y un pan gordo y extraño, que como con queso crema suizo, con mantequilla de la Provincia de Süd Tirol (fronteriza con Austria) o con una mermelada, que más parece jalea.
Luego del desayuno subo, me lavo los dientes, me pongo la chaqueta. Bajo. Dejo las llaves en el mostrador, y salgo a la calle. Camino siempre por el medio, porque en estas tierras tienen la costumbre de estacionarse en la vereda, o medio metidos en la vereda. En realidad se estacionan en cualquier parte, incluso en las más increíbles. Camino unas 4 cuadras pequeñas y cruzo una calzada de la calle para esperar el tranvía en un andén. El travía está situado entre las dos calzadas, al medio. Me subo al carro, a veces valido el ticket, otras veces no, y me bajo en Largo Argentina, en el lugar donde mataron a Julio César y está plagado de gatos.
Rodeo el cuadrado de las ruinas de los gatos y camino presto rumbo a la Piazza Venezia, la misma donde daba sus discusos Mussolini. Ahí cometo el mismo error todos los días, en vez de cruzar en dirección al Altar de la Patria (que más parece una vieja “Máquina de Escribir”), paso de largo, y debo torcer el camino una cuadra más adelante, apareciendo frente a la columna que está en uno de los extremos del Foro de Trajano.
Cruzo los pocos metros antes de que aparezca la reja, atravieso un puente sobre otro monton de ruinas, y llego a la via dei Fori Imperiali. Aprovecho de saludar a Trajano y a Julio César que están ahí esperando con el brazo en alto, recibir los saludos de su pueblo. Especialmente este último, en cuya base esta escrito PATRI PATRIAE. Pocos metros más adelante, se tuerce el camino a la izquierda, justo en una plaza de inmigrantes sin hogar y mendigos, doblo en una torre de piedra, y me interno en una callecita estrecha y adoquinada para llegar a la Universidad.
Rodeo el cuadrado de las ruinas de los gatos y camino presto rumbo a la Piazza Venezia, la misma donde daba sus discusos Mussolini. Ahí cometo el mismo error todos los días, en vez de cruzar en dirección al Altar de la Patria (que más parece una vieja “Máquina de Escribir”), paso de largo, y debo torcer el camino una cuadra más adelante, apareciendo frente a la columna que está en uno de los extremos del Foro de Trajano.
Cruzo los pocos metros antes de que aparezca la reja, atravieso un puente sobre otro monton de ruinas, y llego a la via dei Fori Imperiali. Aprovecho de saludar a Trajano y a Julio César que están ahí esperando con el brazo en alto, recibir los saludos de su pueblo. Especialmente este último, en cuya base esta escrito PATRI PATRIAE. Pocos metros más adelante, se tuerce el camino a la izquierda, justo en una plaza de inmigrantes sin hogar y mendigos, doblo en una torre de piedra, y me interno en una callecita estrecha y adoquinada para llegar a la Universidad.
En la U trato de conectarme a la red inalambrica, e inevitabelemente nunca lo logro. Si salgo a eso de la 1 o 2 de la tarde, camino unos 100 metros rumbo al almacén, compro un pan con prosciutto (jamón crudo a la italiana) y algún queso, y me siento a comerlo en las escalinatas de una fuente ubicada a la vuelta de la esquina. Si salgo antes, camino por la callecita adoquinada, hasta aparecer en las cercanías, de la la Iglesia Santa María la Mayor, una construcción monumental. Voy siempre al mismo ciber café, y me conecto al rededor de una hora. Nuevamente, si salgo entre 1 y 2, me como un Kebbab enorme que hace un turco a cuadra y media por 3.5 Euros. Si llegue y salí más tarde, me aguanto.
Luego deshago parte del camino andado, rumbo a la parada del Tranvía número 8, en largo Argentina, pero tomando un atajo, en una bajada pronunciada de adoquines, paso frente a una estación de los Carabinieri, y empalmo bien abajo con la vía Cavour. Miro algunas tiendas, ropa, recuerdos, artículos deportivos, postales, librerías, entre otras. Llegando al final de la calle, a la izquierda tengo el Coliseo y al frente el Foro Romano, giro a la derecha, en la misma placita de los mendigos e inmigrantes sin hogar, nuevamente saludo a Julio César (pobre, ni cacha que lo van a matar unas cuadras más adelante) y a Trajano. Admiro las ruinas iluminadas, y cruzo frente a la “Máquina de Escribir”, esta vez no cometo el error y tomo la vía directa, paso frente a la Iglesia San Marcos, a la librería Rinascita (donde compré el diccionario) y llego al Area Sacra (las ruinas pobladas de gatos, donde está la escalera en la cual mataron a Julio Cesar).
Nuevamente tomo el tranvía de vuelta. Uno 20 minutos má tarde desciendo en Ospedale San Camillo. Cosa extraña, Hospital se dice Ospedale (sin H), pero el símbolo es una H (acca, en italiano). En fin. Como ya es de noche, 7 u 8 de la tarde, entro a una Tavola Calda, una pizzería de esas que venden las pizza por kilo, y me como cualquiera, son todas ricas. Antes de ayer probé una con anchoas, definitivamente excelente, ayer una con carne, tres días atrás una con aceitunas sevillanas (pero no eran lonjitas finitas, eran trozos de media aceituna cada uno). Cada una de esas, entre 150 y 250 gramos, por 1.7 euros, 2.5 euros o algo así. Nada mal. De las pizzas, una cuadra despues pasó al ultimo café del día, y de ahí donde las monjas. Así todos los días desde hace 5 días.
Luego deshago parte del camino andado, rumbo a la parada del Tranvía número 8, en largo Argentina, pero tomando un atajo, en una bajada pronunciada de adoquines, paso frente a una estación de los Carabinieri, y empalmo bien abajo con la vía Cavour. Miro algunas tiendas, ropa, recuerdos, artículos deportivos, postales, librerías, entre otras. Llegando al final de la calle, a la izquierda tengo el Coliseo y al frente el Foro Romano, giro a la derecha, en la misma placita de los mendigos e inmigrantes sin hogar, nuevamente saludo a Julio César (pobre, ni cacha que lo van a matar unas cuadras más adelante) y a Trajano. Admiro las ruinas iluminadas, y cruzo frente a la “Máquina de Escribir”, esta vez no cometo el error y tomo la vía directa, paso frente a la Iglesia San Marcos, a la librería Rinascita (donde compré el diccionario) y llego al Area Sacra (las ruinas pobladas de gatos, donde está la escalera en la cual mataron a Julio Cesar).
Nuevamente tomo el tranvía de vuelta. Uno 20 minutos má tarde desciendo en Ospedale San Camillo. Cosa extraña, Hospital se dice Ospedale (sin H), pero el símbolo es una H (acca, en italiano). En fin. Como ya es de noche, 7 u 8 de la tarde, entro a una Tavola Calda, una pizzería de esas que venden las pizza por kilo, y me como cualquiera, son todas ricas. Antes de ayer probé una con anchoas, definitivamente excelente, ayer una con carne, tres días atrás una con aceitunas sevillanas (pero no eran lonjitas finitas, eran trozos de media aceituna cada uno). Cada una de esas, entre 150 y 250 gramos, por 1.7 euros, 2.5 euros o algo así. Nada mal. De las pizzas, una cuadra despues pasó al ultimo café del día, y de ahí donde las monjas. Así todos los días desde hace 5 días.
11 de noviembre 2007
4 comentarios:
...quizas todo ello se debe a la rutina, la repetición... Aun así mas me impresiona la capacidad que tienes de recordar...
Me recuerdas a un personaje.... (solo una cercanía... ser como él, seria una locura) seguro lo conoces. Vuelvo a las citas: "Ireneo empezó por enumerar, en latín y español, los casos de memoria prodigiosa registrados por la Naturalis historia: Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos; Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio; Simónides, inventor de la mnemotecnia; Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez"...
... mmm. Borges, la verdad no tengo tan buena memoria como Funes (afortunadamente), y lejos estoy de ser como el gran Rey Persa, pero le presto atención a veces a ciertas cosas, se me graban, como una película, y naturalmente me viene eso de asociar cosas, lugares, personas, situaciones, historias ...
Funes no solo tenía la dicha de la memoria, sino la desdicha de no poder olvidar. Supongo que todos queremos en ocasiones de deshacernos de algun recuerdo. La rutina, quizás ni se hacía posible, con tanta información dando vueltas las combinaciones podrían ser infinitas, y en ella no poder detenerse mas en ningun sitio sin dejar de asociar. Y.. tal véz pudo ser al contrario, que justamente al existir tanto contenido, necesitase de un algo que le marque el día, un pulso, una pausa concertada, un tiempo que evitara el estar siempre divagando sin poder decir basta, un recorrido el café silencioso, el asiento de la plaza en su hora, con su luz... la rutina, que le permite recordar y mantener sus gustos y disgustos... durante unos instantes.
pues ya no quedan palabras... y soy mujer de costumbres (mala cosa)... nunca aprendo y siempre cometo los mismos errores.
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