No comprendía aún, que en determinadas circunstancias basta un simple acto de perserverancia para torcer el rumbo a la vida, por muy inmóvil que parezca. El problema es nunca sabemos hacia donde nos llevará, y probablemente siempre será hacia regiones distintas de las que imaginamos. Pero al menos es bueno tener claro, que es posible derrotar a la inercia de la vida, con solo un poco de empuje y coraje.
Aquel lejano día de febrero, cuando aún no atinaba a asimilar el aluvión de cosas que se venían sucediendo. Con la vista medio nublada, y el ánimo algo atemorizado. Ese día decidí, sin saber muy porqué, que era hora de dejar todo este lastre atrás, para siempre, y partir a construir una vida real.
Armé las valijas, cargué de cajas la camioneta Mazda azul de mi tío, y partimos al sur. En silencio, medio distraído, viendo pasar los kilómetros, los campos, las ciudades y las regiones, con cierta ansiedad. Sin embargo, ese nudo en la boca del estómago con el cual salí se fue desvaneciendo, a medida que iba cayendo el ocaso sobre la carretera, y de a poco se fue tejiendo una conversación espontánea. Había comenzado un nuevo capítulo, con una extraña sensación de temor controlado, pero decidido a buscar la vida, a construir una para mí. En ese entonces 500 kilómetros bastaban para empezar de cero.
(continuará)
1 comentario:
yo también me fui de la casa para cambiar muchas cosas.. aveces vuelvo, pero en realidad no vuelvo nunca.
la historia es un poco distinta, pero me gustó tu forma de ver la tuya.
no importa que nunca subas este comentario.
Publicar un comentario