sábado, 16 de febrero de 2008

El cuento que nunca debió escribirse - 3

Al volver la vista atrás, pasados tan sólo unos breves segundos. Pisando el mismo suelo que ha caminado por años, la vio. Echada su humanidad, toda de azul con negro, sobre el pasto con aparente despreocupación. Le pareció extrañamente atractiva, pese a su pose de niña rebelde y distante, tan común en aquella lejana universidad.


Sin detenerse, volvió la vista al frente y continuó su caminata desganada, con el firme propósito de aburrirse con la explicación de las teorías de Karl Popper. Subió la escalinata pétrea de ingreso al hall de acceso deteniéndose sin saber por qué. No quería entrar, de eso no cabría duda alguna, pero ¿qué hacer?. Se sentó, un instante, en el suelo con los pies colgando hacia el jardín. Desde ahí se podía observar a todo aquel que visitara estos rincones.


Nadie aparecía. Únicamente permanecía la joven de periodismo y su puesta en escena, como si quisiese imbuirse cierta aura de profundidad e independencia, a unos 30 metros de distancia. La incomodidad de no saber que hacer lo hacía sentir ridículo, como si a alguien estuviera juzgando desde lejos. Decidiendo ingresar a clases, luego de 5 o 10 eternos minutos. En aquel instante ella se puso de pie. - Voy a esperar que se vaya, para ver como camina -se dijo- de ahí entro.


La lentitud de sus femeninos pasos, hacían pensar en otra alma confundida y aburrida pululando por entre una mañana moribunda en la universidad. Quizás quería sentirse observada, saber que no pasaba desapercibida, y por ello sus pies llevaban a cabo un ritual tan lento. Había notado desde hace un rato la presencia del aburrido joven sentado, y tal como hacen algunas mujeres embargadas por la necesidad de reafirmarse, se propuso inconscientemente la tarea de seducirlo, un poco al menos.


Nada muy elaborado, pero inicialmente efectivo. Caminata sinuosa y periódicamente miradas largas con una breve sonrisa, hasta notar un interés verdadero. En su vegetativa posición al tipo sentado solo se le pasó por la cabeza que ella se marchaba sin reparar aun en su presencia. Para ser sinceros, el hecho de si ella se daba cuenta de su existencia o no, le tenía sin cuidado, simplemente se inventaba juegos absurdos para no tener que volver a escuchar si el discurso metafísico tiene o no sentido, o si el discurso científico es aquel susceptible de ser refutado, y el sinfín de matices que el profesor los llamaría a descubrir.


(Continuará) 1999

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