viernes, 30 de mayo de 2008

Strange Days

Cae pesada la lluvia en la madrugada romana. Días extraños como estos no podían sino traer noches inusuales como esta. Primero unos días frescos de calor primaveral, luego el viento africano portando consigo un calor sofocante, cercano a los 35 grados, luego las nubes, y posteriormente la lluvia.

Todo en menos de una semana. Se respira una singular sensación de final, de clausura, como si se estuviera en una bisagra temporal, como si llegara a su fin algún capítulo de una novela anónima. Extraña particularmente porque estamos a fines de mayo.


En la noche solitaria, la lluvia arrastra el polvo de una era extinta, cual si quisiera señalar el comienzo de otra inquetante. Es un poco lo de siempre, la sensación de lo inoxerable, esa extraña sensación de algo no volverá a ser como solía, a pesar de no ver moverse nada más que las hojas del calendario. Lo que parecía no poder llegar a ocurrir, ha comenzado. Aquello que no se quizo ver como posibilidad, finalmente sucedió. Confiábamos en que los italianos hablan más de lo que hacen, y que en este país existe una enorme distancia entre discruso y práctica.

Sin embargo, e inspirado en su triunfo electoral, comenzaron los ataques y golpizas a inmigrantes por parte de los grupos de extrema derecha. Primero, el ataque, quema y saqueo de campamentos gitanos, promovidos por la mafia, en Nápoles. Luego unos 20 neo-nazis atacaron a plena luz del día, en un barrio de Roma, numerosas tiendas de inmigrantes, golpeando duramente a uno de Bangladesh, y amezando a los colectivos sociales que funcionan ahí.

Un par de días después, cuatro neo-facistas con palos y cadenas a un par de estudiantes de izquierda, que retiraban unos afiches de este grupo en una, siendo repelidos por una veintena de estudiantes quienes destozaron su automóvil.

Todo ante la mirada negligente de los medios, que insisten en hacernos creer que son "hechos sin connotación política", y ante la indiferencia de la población. Pero, ¿qué se podía esperar? EL clima no solo trajo viento del África y lluvia del Atlántico, sino también algunas tormentas de xenofobia. Donde para recomendar un barrio para vivir, se dice normalmente "es tranquilo, no hay extra-comunitarios"; donde se aplican leyes que criminalizan a los inmigrantes; y donde se elige como alcalde a un "ex-fascista"; donde se bautiza una calle con el nombre de un antiguo anti-semita. En un escenario como ese, no podía extrañar la emergencia de grupos neo-nazis, que se dediquen a golpear inmigrantes, a destruir sus negocios, o a atacar a estudiantes de izquierda. Lo triste, es que a nadie le importa un "cazzo".

¿Yo? Como tantes veces, en soledad frente a la pantalla del computador. Meditabundo sin llegar a focalizarme en un pensamiento concreto. A fuera la lluvia amainando. La ciudad en silencio. En el cielo los primeros truenos. La madrugada dando sus primeros pasos en busqueda de un nuevo día, mientras la canción Strange Days va llegando a su fin.

2008

martes, 27 de mayo de 2008

Fragmentos inconexos - 1

Enero de un año cualquiera



Que calor sofocante. Aún no son las once de la mañana. El brillo enceguecedor del sol viene acompañado de un aire inmóvil, pesado e incontrarrestable. El viento tan común por estos lados, también parecía estar descansando de un fin de año agotador e interminable. Mucha agua, santo remedio de algunas señoras con varias décadas encima, era lo único que atinaba a ingerir.


Esta vez no era la resaca tradicional, la falta de sueño o el típico cansancio pos-trasnoche de varios días, era mas bien un cansancio estructural, un agotamiento completo. Después de mucho bregar por el mundo, entrado y a la plenitud de los veintitantos, el cuerpo le exigía unas vacaciones. ¿La estrategia?, vegetar como un reptil cobijado a la sombra de un árbol a ver pasar los días con absoluta negligencia, con un botella de agua en la mano, y un malestar general a cuestas.


La tarde inexorablemente llegando a su fin, acarreando consigo la urgencia de comer algo. Nadie en casa. La perra durmiendo feliz en un living que ya no mostraba las señas del “vendaval” de fin de año, que hace dos días parecía querer dejar marcas imperecederas en el parquet. El teléfono durmiendo como todo lo demás en el letargo de este largo fin de semana.


Es sábado, dos de enero, las sombras alargándose anuncian la pronta llegada del ocaso. Da vueltas por la casa. Alguna cama a medio hacer, algún vaso olvidado con restos inidentificables tras las cortinas, el atardecer anaranjando las paredes. Sobre el computador una hoja impresa por quien sabe quien.


1999

jueves, 22 de mayo de 2008

Fragmentos al costado del camino

Que injusto sería culpar a un esquivo destino de algo tan superfluo como no haber pasado un verano inolvidable, mas aun al considerar que no sufrió desgracia alguna, ninguna clase de accidente, ni un robo menor, ningún pasaje revendido, ni peleas con nadie. Nada. Quizás he ahí el problema, no hubo nada. Nada excitante. Nada espectacular. Nada fuera de lo común que contar. Salvo aquello que sólo dos vieron y que quizás hubiese sido mejor no verlo jamás, sobre todo porque nunca quedó muy claro que fue lo que ocurrió, y no se volvió a hablar de ello. Lo cual desde aquella noche gélida les pesa enormemente sobre las espaldas, y posiblemente en parte amargó el resto de verano que les quedaba. Pero ni tanto, porque Pucón quedó esta vez a varios días y kilómetros de distancia, y finalmente ni se acordaron de tan confuso y desagradable incidente.


Viendo un poco hacia atrás, solo unos pocos días, es posible darse cuenta, con fingida resignación, que el destino sabio, repentino y cruel, ofreció una serie de oportunidades, escasas pero contundentes y exactas, de tan sólo un instante. Las cuales requerían del valor suficiente como para cruzar alguna pequeña frontera, o como para hacer alguna locura menor, o simplemente, la valentía de dejar de actuar preocupándose de las reacciones de terceros y comenzar a dejar andar los pasos. Dejarse arrastrar por el impulso de los propios y verdaderos deseos, permitiendo al fin y al cabo, que surja uno mismo, tal como está siendo en ese minuto. Fantástico y deficiente a la vez. Dándose cuenta de cuan reprimido y opresor se es al mismo tiempo, y cuanto se le teme al libre albedrío.


Supongo que se necesita demasiada valentía y voluntad para dejarse llevar, para vivir sin miedo a vivir, sin miedo a perder lo que se ha logrado, abandonando poses y siendo simplemente sin preguntarse mucho quién se es. Dada esa pequeña condición, la ausencia de valor, no se aprovecharon ninguna de las pocas oportunidades que se ofrecieron. En el tiempo que se perdía poniendo esta u otra careta, o mientras se practicaban posturas acorde a las circunstancias, las oportunidades se disipaban, perdiéndose en lo más profundo del olvido, como si nunca hubiesen existido.


Podría comenzar un largo relato por cada una de esos momentos, que se observaron en torno en aquellos días, basta mencionar a modo de ejemplo, algunas historias que se contaron por ahí. Decía uno recién llegado del litoral central, sobre una hermosa y delgada joven, perfectamente bronceada, que tomaba el sol a escasos metros de ellos, día tras día, : "... estuvo esperando, varios días, que dejara de observarla de reojo como si no me importara, abandonara mi pose mezcla de Pacific Blue y de vividor en receso, y que me acercara a hablarle cuando se quedaba sola a escasos 5 metros mirándome directamente a los ojos, tal como yo lo hacía fingiendo lo contrario. Sin importar si estaba peinado, si había practicado lo que le iba a decir, o como iba a actuar, ya que aquellos momentos sólo duraban unos minutos. Al fin cuando me decidí a actuar, esperé sentado en la playa, jugué horas a las paletas con un súbdito del chino Ríos, observe la caída del sol, y ella simplemente no bajó, yo al día siguiente volví a Santiago”.


Otro, como enojado con sigo mismo, contaba historias fabulosas sobre su colección de imbecilidades, en especial la brutalidad que hizo en el Cuzco con una mujer increíble, como nunca había conocido antes, destruyendo con el don de la palabra inoportuna lo que se ofrecía casi como una fantasía hecha realidad en un sitio mágico. Mientras seguía indignado en su recuento, lo interrumpía un tercero, peleándose el primer lugar de las oportunidades perdidas, con un “incidente” con su primer gran amor adolescente, con sus escasos 13 años, el cual fue una demostración paradigmática de la estupidez masculina, aunque en su caso, lo exculpa la falta de experiencia, y así siguieron varias más.


Repentinamente el paso veloz de un Fíat convertible amarillo lo hizo volver desde el pantano de los recuerdos. El viento sigue aquí, la gringa continua afanada en su helado, del Nissan azul ni señas. El paso de grupitos de jóvenes muy animadas los distrae un rato, a ambos lados gente comiendo helado, caminando, esperando cualquier cosa.


No puede dejar de pensar que quizás cuando quiso ir a la otra playa pero se dejó convencer que ésta estaba más vacía, lo cual finalmente resultó falso; o todas las veces que quiso ir a caminar solo, y no lo hizo; o cuando quería doblar en una esquina y seguía de largo para acompañar a su amiga a buscar alguna perdida tienda de artesanías; o cuando la acompañó a Villarrica a buscar más artesanías siendo que lo único que quería era quedarse en el pueblo para ver si encontraba a alguien conocido; quién sabe, tal vez el destino le estaba reservando algo increíble, siempre que fuera capaz de ser quien tomase la iniciativa, aun a riesgo de caer mal o pasar por antisocial.


Quizás esa vez que se quedó esperando a que todos terminaran de ducharse, vestirse, comer y arreglarse, cuando lo único que quería era salir temprano para ver si de una vez por todas lograba conocer a aquella curiosa mirada que trataba de decirle algo que no se atrevió a oír, y que acompañaba una hermosa sonrisa con la cual estuvo coqueteando, a través de la vitrina de una de las tiendas de artesanías que le hicieron conocer. A la que finalmente volvió con todos los demás pasada la media noche, cuando ya la habían cerrado, sólo quedaban melancólicas las luminarias del mostrador, que permitían ver sutilmente un puñado de candelabros metálicos y una que otra lámpara de vidrio.


Quién sabe si de haber salido sólo esa vez, siguiendo lo que la inquietud despertada ordenaba, la historia no se hubiese escrito de otra forma. Evidentemente no existe forma lógica de saberlo, sólo puede seguir conjeturándolo mientras espere pacientemente que se dignen pasarlos a buscar.


1998


martes, 20 de mayo de 2008

Fragmentos al costado del camino

Dos días enteros lleva soportando este viento atroz, tibio y polvoriento, con la esperanza de que sólo será pasajero. Este pueblo de mierda se está volviendo insoportable. Por cada agujero que encontró a su paso, el viento hizo entrar partículas de polvo, hojas y papeles. Ducharse suele ser un esfuerzo estéril, y pasear por las acogedoras callecitas de Pucón puede convertirse en un suplicio, o en deporte aventura, tratando de adivinar en que dirección va a venir el próximo aletazo de aire empolvado para, ilusamente, mantener el pelo en un sitio razonable, en vez de arremolinarse y volar en todas direcciones.


Finalmente se da por vencido. Tal vez semejante ventolera vino, cual mensajera del destino, para decirle que su tiempo aquí ya acabó, y cual hoja moribunda que se deja arrastrar debe echarse a volar con el viento. Al fin y al cabo nada de lo tan obstinadamente deseado se cumplió, ni el mejor verano de su vida, ni algún breve e intenso romance con una persona increíble, de esas que sólo existen en vacaciones, que se enamorara profundamente de su simpática existencia, y mil y una boludeses romanticonas más.


Ni encontrarse con los viejos amigos de cuando vivía en Santiago, ni nada de eso. No fue el peor, ni mucho menos, anduvo por muchos caminos, recorrió algunos lugares, otrora geniales, pero no hubo magia. Fue chato, vacío, hizo falta un poco de la sobredosis de fantasía que le invadió poco después de las elecciones parlamentarias, pero nada de lo esperado ocurrió.



Sigue aquí, empolvándose a 15 km del volcán Villarrica, comiendo un helado artesanal de chocolate con almendras y crema con café, en la Hostal O’Higgins, en medio entre el popular Pucono y la Pastelería Suiza, aprovechando además de observar la cándida ineptitud de una gringa que demoró 15 minutos en elegir dos sabores para un helado, saliendo a la calle risueña, alegrando en parte su desabrido semblante con un andar infantil que hacía relucir sus redondeces, bastante contundentes por lo demás.


Son ya las tres de la tarde. Decidido a partir hoy mismo, sigue esperando la llegada del Nissan azul que les tiene que alejar de este infierno de polvo. Todo el tiempo que ocupa recorriendo la vereda, aguardando el arribo del auto, piensa en la enorme cantidad de expectativas que se había cifrado para este verano. Uno más, en los vacíos años noventa, el cual ya comenzó de lleno el inicio de su ocaso, o como diría mi cada vez más extraño padre “la perspectiva del otoño.


Sea como fuere el hecho es que ya entramos a la última semana de febrero, ya pasó el festival de Viña del Mar, así como el recital de U2 al cual no pudó ir y que parece tan lejano, o el histórico triunfo de Chile sobre Inglaterra en Wembley, con un golazo de antología. Ya pasaron los calores más agobiantes, los días eternamente perezosos, las horas lentas y despreocupadas, las noches junto al mar o al lago, dejando olvidadas, sepultadas en sus arenas oscuras una a una sus esperanzas de ver materializados ciertos sueños que, aunque evolucionados, siguen siendo aquellos que arrastra desde mi más estúpida y tierna infancia.



- 1998 -

lunes, 12 de mayo de 2008

La costumbre del vacío - 5

Ayer la vio. Estaba desordenadamente hermosa, con el cansancio plasmado en su rostro pequeño, a penas camuflado por un escaso maquillaje. Sabía que estaría ahí, en algún rincón de su estrecha universidad. Aun cuando la ansiedad se hacía intolerable y una corriente helada, cercana al pánico, le impedía pensar en otra cosa e intentar actuar con naturalidad, no podía sino tratar de verla.


Aunque jamás supiese que andaba por ahí, un abrir y cerrar de ojos, una imagen, un segundo le era suficiente. Más que eso un exceso. Sus ojos nerviosos la siguieron largo rato. Sin palabras ni puestas en escena. Sin formalismos vacíos, sólo sentía la necesidad enormemente dañina de volver a ver su sonrisa alegrando al mundo a su alrededor.


De pronto se vació el vestíbulo, salió de la sala de exposiciones, esbozando una intrigante sonrisa al verlo. Levantó su mano y caminó sin apuro a saludarlo. Él, a duras penas balbuceo un par de obviedades, mientras intentaba encontrar sus ojos con la mirada. Fue un enorme segundo eterno, una luz irrelevante de felicidad iluminando la superficie gris de su corazón. Más efímero imposible.


Sin querer, como suele suceder, uno a uno los días se desvanecieron hasta volver impensable concebir al mundo del mismo modo. Cuando la inmovilidad alcanzó tal grado que parecía imposible que llegase a ocurrir algo. Ocurrió. El mundo giro. El tedio y la desesperanza, faltos de la fuerza de toda novedad, se disolvieron invisibilizándose en la cotidianeidad. De pronto la lluvia cesó. El sentido no atinó a aparecer, pero al menos el sinsentido guardo silencio, se aburrió de hacerse notar.


Mecánicamente, carente de toda pasión la vida continuó, como un ritual descontextualizado, su rumbo sombrío. De este modo sucedió que pasaron los días, hasta desembocar en una ambigua ausencia de contexto. Lentamente los sentimientos extintos se reemplazaron por conductas esperadas, la desesperanza superada por un pragmatismo frío. Todo resultado de la más profunda hecatombe del espíritu.


De aquello casi dos meses. Pese a lo improbable que lucía, el efecto narcótico del paso del tiempo, fue sepultando en confusas nubes de olvido, el dolor que alguna vez llegó a hacerse insoportable. Un ciclo completo concluido. Algunas heridas cicatrizadas, no sin dejar sus marcas indelebles en la corteza del espíritu. Ya no duele como antaño, el alma dejo de sangrar la incolora y corrosiva sensación de amargura.


Sin embargo, ya nada es igual a lo que varias estaciones atrás llegó a ser. La esperanza murió en manos de la elocuencia de la realidad. Con la frialdad de un sobreviviente salió a recibir la primavera, caminando entre prados desiertos. Cada nuevo y helado atardecer viendo al mundo ofrecer a otros las oportunidades que una vez no supo aprovechar.


2002

viernes, 9 de mayo de 2008

La costumbre del vacío - 4

IV

Un frío rayo de sol lo despierta. Sabe que la constante presencia de su ausencia le nubla el sentido de la esperanza. No está en condiciones de decir qué quiere hacer, dónde quisiera ir, cómo le gustaría vivir los próximos años, pero sabe que no puede seguir igual. La perdida de la esperanza de estar con ella desparramó el corrosivo líquido de la incertidumbre y el desaliento por la superficie de sus días. El breve paso de ella por su vida dejó abierto un espacio vacío que se va enanchando paulatinamente hasta inmovilizarlo. A lo único que puede tender es a la contemplación en silencio. Cargar un poco de energía y así poder seguir, al menos, repitiendo mecánicamente una rutina sin sentido, con la única intención de no desvariar.


Sabe bien que nunca será lo que ya no fue. E incluso, parece estar seguro de que jamás fue quien alguna vez esperó que fuera. Pero, ¿qué puede hacer?. Removió su estúpida actuación despreocupada hasta lo más profundo, desnudándola, no ante el mundo al que bien poco le importa, sino frente a él. Fue el más despiadado espejo de su estupidez. Paradójicamente él la ama y ella lo detesta. Él vive pensando en encontrarla en cada esquina, y ella espera no volverlo a ver.


Lentamente ha ido acostumbrándose a los días sin la presencia de la esperanza de un futuro hermoso. Hasta han ido apareciendo algunos rayos de sol entre las nubes oscuras. Pero de pronto aparece, inesperada, su nombre resuena en boca de otros como una daga clavándose silenciosa en su abdomen. Todo da vueltas, su suave figura rondando en su mente, el recuerdo de los días que nunca pasaron. Todo lo que iba a ser y nunca ocurrió. Su ausencia tan presente como siempre. Luego invade burlona y sarcástica sus sueños, para que no quepa duda que ni siquiera le está permitido dormir en paz.


En algún lugar la vida se debe estar riendo de su falta de contundencia. Con el etéreo paso de un perfume leve, un par de voces por aquí y por allá, y de súbito se derrumba. Vino se paseo, pensó en quedarse y antes de atinar a hacer algo se evaporó, dejando sólo el espacio vacío que nunca pensó seriamente en llenar. Así simplemente. A pesar de lo aparente continúa pensando en ella cada día. La ama, y quién sabe, quizás nunca deje de hacerlo. Adherida como está a cada rincón de su existencia cotidiana no puede sino aprender a cargar con el lastre de haberla perdido sin nunca haberla tenido.


Los meses lentamente abren la perspectiva de la primavera. La molesta presencia chillona del despertador consigue por fin arrebatarlo de las garras de sus sábanas. Despierta. Ligeramente mal humorado. Sabiendo sin reconocerlo que no tiene relevancia levantarse o no. Que el ritual matinal de saltar de la cama, ducharse, vestirse y desayunar no tiene mucho sentido, pero de todos modos es mejor llevarlo a cabo. Hoy se le hace más difícil arrimarse al mundo.



2002

miércoles, 7 de mayo de 2008

La costumbre del vacío - 3

III

Despierta un día cualquiera, con la sensación de haber vuelto al mismo punto. Afuera, la ventolera continua inalterable. La vida se tuerce en una espiral en la que cada nuevo paso da la impresión de haber sido dado en un sendero ya conocido. Cuando la vida quería volver echarse a andar, el peso de la misma atmósfera aplastante, trajo el tedio de vuelta. Cual si ya todos los días hubiesen sido vividos de antemano, o se enfrentase a una exasperante esterilidad. Nada nuevo emerge de tiempos como el actual. Quizás lo único diferente sea la constatación permanente de la falta de originalidad. Decide salir a la calle.


Que agotador. La vida puede resumirse en la puesta en práctica de matrices agotadas, repetidas una y otra vez, con la esperanza de algo innovador que remueva de raíz lo que aparece como petrificado. Pero nada. El frío sigue calando hasta los huesos. Ella continúa navegando en su conciencia a eras enteras de su cotidianeidad. Inmóvilmente esquiva. Inalcanzable y próxima a la vez. La bella promesa de algo imposible de cumplir. La ciudad no le ofrece nada, camina sin más destino que dejar andar los pasos. Más allá de alguna esperanza, el sinsentido amargando cualquier afán.


Los días pasan inexorables. Vacíos. Del tedio de un verano encerrado pasó a la rutina de un invierno frío casi sin notarlo, bajo el sino de la expectativa incumplida. Como el eterno proyecto que nunca se concreta, o el gol que se niega a llegar. Pareciese que existen corrientes subterráneas que tienden a impedir doblarle la mano al destino.


El tedio instalado. Envenenando manantiales con su aliento gris. Se refleja en su mirada enrarecida el aburrimiento de no ver, pese al barullo formado, algún resultado. En esta oportunidad se necesita algo más que simple ansiedad adolescente. El peso de los años ya se siente sobre el lomo como un pequeño lastre adherido a la estructura ósea de su cuerpo. Afortunadamente aún no se hace insoportable, sin embargo es un lastre al fin y al cabo. Como una molesta mochila o una tímida joroba.


Las cuadras bajo sus pies se suceden por inercia. El aburrimiento cada vez más presente. La certidumbre de que los años lo alejaron del origen de la esperanza, le dala sensación de estar abandonado a la deriva entre un tiempo extinto y una vida vacía. Inútil. Perdido en un tiempo inmóvil. Vagando en medio de días congelados, de eras petrificadas, en la era del aburrimiento. Sintiendo tan sólo como el polvo va cubriendo sus escasos recuerdos.


Se detiene por fin, en una plaza desierta. Siente sin inmutarse como baja por su rostro una de las gruesas lágrimas que alguna se solidificaron en su garganta formando finas estalactitas grises. Su mirada, ni siquiera atina a extraviarse en algún horizonte imaginario. Simplemente se ha secado, ha apagado los restos de luz infantil que aún le daban vida.


2002

jueves, 1 de mayo de 2008

La costumbre del vacío - 2

II

Despierta de súbito, ante la insistencia del teléfono. Sonríe. ¿Quién sabe? Tal vez ha llegado al punto en que ni siquiera sabe que es lo que verdaderamente siente. Diría que es amor. Nada más normal. Sin embargo, más que un sentimiento que brote hasta volverse insoportable contenerlo, es un vacío tal que le impide concentrarme en ningún otro asunto. Probablemente no hay sensación más desagradable en situaciones como ésta que la incertidumbre absoluta. Cuan molesto puede llegar a ser el constatar la incapacidad de abstraer, de dar vuelta una página que no alcanzó a escribirse, y comenzar a fijar las miradas en otros horizontes.


Mecánicamente se prepara desayuno, prende el televisor, y se tiende sobre la cama sin deseos de dedicarse a nada. Se siente inmóvil, atado entre una sensación inalterable y una fuerza profunda que lo obliga a olvidarla y dejarla en paz. Entremezclado en una espiral repetitiva y corrosiva de la que no atina a salir. Sin detenerse en ninguna estación, se entrega en un zapping interminable a la negligencia de dejar pasar las horas, hasta el almuerzo. Quizás la actitud más fácil de adoptar es la de sentarse a ver pasar las horas y los días hasta que por fin se borre del tiempo, y no sea más que el bello reflejo de un momento extinto. Pero que porfiada rebeldía, a la negligencia de la inmovilidad se le opone en cada ocaso la necesidad de oírla y los incontrolables deseos de verla.


¿Qué más se puede decir? Las horas avanzan aceleradamente, como enrostrándole su despilfarro. Afuera, en la inmensidad de la noche, la lluvia dio paso a una brisa fría venida del sur, que no basta para arrastrar por los caminos del mundo su necia necesidad de verla. La luna cansada asomándose entre las nubes parece mirarlo sin asombrarse. Al rededor nadie nota nada. La parquedad habitual disfrazada de irresponsabilidad infantil tras su máscara de risa fácil y palabrería absurda, no evidencia la serena amargura de haber empezado amarla sin siquiera saber quien es.


Entre un pensamiento y otro, la noche comenzaba a esfumarse, anunciando la llegada del alba, del mismo modo ante sus narices se le desvaneció la posibilidad de arrimarse a la belleza. Quizás alguien más lo notó, tal vez sólo fue uno de tantos castillos en el aire que se le derrumban, esparciendo sus escombros molestos por cada rincón de su breve existencia. Sea lo que fuere aún prefiere pensar que nunca es demasiado tarde.


Ella sigue ahí. Bella. Distante. Con su lejano aire de autosuficiencia. Él, ya ni sabe donde fue a parar su antigua certeza, la mirada confiada adornada con su eterna sonrisa amplia. En estos días, de viento, lluvia y frío, se esconde en cada rincón el aroma sutil de su ausencia. El espacio que nunca ocupó se torna enorme, con cada día que se consume en la monotonía el vacío crece cual si la nada abriese un espacio cada vez mayor en medio de su vida, imposible de cerrar. Justo ahí, en el sitio donde cunde el vacío y el silencio.


Puede sonar ridículo, pero siente el dolor de la perdida. Quizás la peor de todas. Sin nunca haberla tenido, la esperanza de tenerla se comenzó a extinguir. La alegría infantil de lo posible opacándose en la tristeza de lo que acaba sin comenzar. El invierno aún no se decide a aparecer formalmente por estas grises latitudes, y ya el viento frío del sur ha empezado a arrastrar en una hojarasca furibunda los días que no alcanzaron a ser vividos.


2002