III
Despierta un día cualquiera, con la sensación de haber vuelto al mismo punto. Afuera, la ventolera continua inalterable. La vida se tuerce en una espiral en la que cada nuevo paso da la impresión de haber sido dado en un sendero ya conocido. Cuando la vida quería volver echarse a andar, el peso de la misma atmósfera aplastante, trajo el tedio de vuelta. Cual si ya todos los días hubiesen sido vividos de antemano, o se enfrentase a una exasperante esterilidad. Nada nuevo emerge de tiempos como el actual. Quizás lo único diferente sea la constatación permanente de la falta de originalidad. Decide salir a la calle.
Que agotador. La vida puede resumirse en la puesta en práctica de matrices agotadas, repetidas una y otra vez, con la esperanza de algo innovador que remueva de raíz lo que aparece como petrificado. Pero nada. El frío sigue calando hasta los huesos. Ella continúa navegando en su conciencia a eras enteras de su cotidianeidad. Inmóvilmente esquiva. Inalcanzable y próxima a la vez. La bella promesa de algo imposible de cumplir. La ciudad no le ofrece nada, camina sin más destino que dejar andar los pasos. Más allá de alguna esperanza, el sinsentido amargando cualquier afán.
Los días pasan inexorables. Vacíos. Del tedio de un verano encerrado pasó a la rutina de un invierno frío casi sin notarlo, bajo el sino de la expectativa incumplida. Como el eterno proyecto que nunca se concreta, o el gol que se niega a llegar. Pareciese que existen corrientes subterráneas que tienden a impedir doblarle la mano al destino.
El tedio instalado. Envenenando manantiales con su aliento gris. Se refleja en su mirada enrarecida el aburrimiento de no ver, pese al barullo formado, algún resultado. En esta oportunidad se necesita algo más que simple ansiedad adolescente. El peso de los años ya se siente sobre el lomo como un pequeño lastre adherido a la estructura ósea de su cuerpo. Afortunadamente aún no se hace insoportable, sin embargo es un lastre al fin y al cabo. Como una molesta mochila o una tímida joroba.
Las cuadras bajo sus pies se suceden por inercia. El aburrimiento cada vez más presente. La certidumbre de que los años lo alejaron del origen de la esperanza, le dala sensación de estar abandonado a la deriva entre un tiempo extinto y una vida vacía. Inútil. Perdido en un tiempo inmóvil. Vagando en medio de días congelados, de eras petrificadas, en la era del aburrimiento. Sintiendo tan sólo como el polvo va cubriendo sus escasos recuerdos.
Se detiene por fin, en una plaza desierta. Siente sin inmutarse como baja por su rostro una de las gruesas lágrimas que alguna se solidificaron en su garganta formando finas estalactitas grises. Su mirada, ni siquiera atina a extraviarse en algún horizonte imaginario. Simplemente se ha secado, ha apagado los restos de luz infantil que aún le daban vida.
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