Cae la noche sobre los brumosos cielos de la ciudad de la eterna primavera. Nos aprestamos a subir 4.500 metros de altitud en sólo unas horas. Hemos dado comienzo al lento regreso a nuestro punto de partida. Atrás quedó la expectación de lo desconocido, el temprano deslumbramiento de la increíble aridez de todo cuanto nos rodeaba, cuando las energías aún permanecían intactas.
Días que ya no volverán. Con sus interrumpidas conversaciones que jamás llegaron a algún puerto, extraviadas en la sequedad de un tiempo efímero. Presas de su imposibilidad, condenadas a una muerte prematura. Días de vistas maravillosas, de sorprendentes rincones y animales donde pareciere no haber sino perpetua esterilidad. Sus personajes fabulescos sacados de conversaciones ajenas, como aquel ruso que solitario venía viajando desde Moscú a España, de donde pasó a Nueva York, luego a México y de ahí a Perú, para terminar recalando 40 días más tarde en San Pedro de Atacama, y junto a él cuantas otras historias que fueron deambulando entre nuestro peregrinar por el norte. Hasta llegar aquí, lejos, donde escasea el aire y abunda el silencio.
En este confín gélido y limpio, más cercano al cielo que a cualquier otra cosa. El brillo del sol reflejando ancianos volcanes gigantescos sobre el azul del algo, adornados de cúmulos que fácilmente podrían traer nieve, granizo o lluvia, ante la indiferencia cancina de rebaños de llamas y manadas de vicuñas.
Sentados, a ver pasar la mañana de una noche heladísima, sobre pircas o mesones, junto a lauchones orejudos, pájaros cometocino, gaviotas andinas, unas ranas minúsculas y negras, y con la vista puesta en taguas que a lo lejos parecen luchar por despegar del agua para sacudirse del rocío enceguecedor de la mañana.
Los momentos tienden a desvanecerse en una carencia de eventos singulares, perdiendo importancia el paso de las horas. El mundo, en silencio, apenas interrumpido por aleteos lejanos, nos brinda uno de sus hermosos minutos de paz. Perdiendo relevancia, definitivamente, todo lo demás, cual si quisiera hacernos saber que lo verdaderamente importante es bastante más simple de lo aparente, y que muchos de nuestros afanes no tienen más sentido que la absurda manía humana de despilfarrar el tiempo.
(continuará) 2003
2 comentarios:
Una vez habiendo me metido un poco en tu vida... en el inflexible y diario husmeo de tus relatos, puede ser, que esta gran frase te haga sentido.
"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un instante"...
F. No puedo sino estar de acuerdo con la frase...
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