jueves, 6 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 3

Como suele ocurrir, las horas se le hicieron minutos rellenando el espacio inútil, dejado por un ir y venir de miradas eternas, con palabrería vacía e irrelevante. Podía percibirse a kilómetros la sensación de alivio que lo inundaba. Lentamente el temor a ser rechazado violentamente se disipaba en cada sorbo helado de su café. En fin, son pocas las personas a quienes les puede desagradar ser cortejadas por algún alegre desconocido a quien ven de vez en cuando, para dar sentido a una solitaria tarde aburrida. ¿Quién no necesita alimentar su ego?.


El reloj aceleradamente marcaba las 5 de la tarde, las sombras alargadas dejaban en evidencia el incesante paso del tiempo. Se sentía todo un conquistador, ajeno a cualquier otra consideración posible. A ella el peso de la incredulidad, o la falta de energía, no la dejó actuar con un mínimo de decisión, por un segundo lo evaluó, pero finalmente se cansó de sólo pensar en correr el riesgo.


Ambos se pusieron de pie, casi como si estuvieran de acuerdo, y deshaciéndose en inexplicables justificaciones y palabras corteses de despedida, se marcharon. Había muchas cosas que hacer, era tarde y ninguno se atrevió a pronunciar alguna palabra que rompieran el frágil equilibrio entre la seducción y el anonimato. Ninguno se atrevió a tomárselo en serio. Sabían que volverían a cruzar sus miradas alguna vez en los prados universitarios, y cualquier insinuación podía dar lugar a más de alguna incomodidad.


Aquello sólo podía existir en el frágil reino de los sueños. Cada uno tenía demasiada vida real que vivir, como para darse tiempo de creer en cuentos de hadas. Es hermoso un paréntesis con un amor platónico tomándote un café, siempre y cuando sea asumido como realidad virtual. Fue bello, sutil, atemporal, pero faltó mayor dosis de valor para ser atrevidos, al fin y al cabo sólo se vive una vez, y cada día que pasa las oportunidades escasean más.


Frío. Vidrios empañados. Ruido de bocinas. El ronroneo de un motor en mal estado. 8:00 PM. Lentamente la hilera infinita comienza a moverse. A lo lejos en la entrada el puente luces rojas acompañan el ruido de las sirenas. En su regazo, multitud de papeles colgando desordenados en un par de cuadernos. El mundo parece haberse despertado, de pronto muchos ruidos se hicieron presentes.


Cada segundo la oscuridad haciéndose más profunda, a medida que comienzan a caer las primeras gotas, las últimas del invierno. La imposibilidad de hacer otra cosa que no sea esperar a seguir la corriente de vehículos que avanzan lentamente hacia el sur, alimenta la sensación de que son pocas las cosas sobre las que realmente se tiene alguna influencia. El resto es sólo la ilusión de decidir verdaderamente algo, o de tener la capacidad de cambiar el rumbo de las cosas.


Se siente atrapada. Inmóvil. Inútil. Nada que hacer. Quizás deba olvidar este día, y esperar a cruzarse con el tipo de la cafetería otra vez. Esboza una sonrisa. Al otro lado del vidrio que sostiene su desanimo, un automóvil destrozado contra un poste, repartió millones de cuadraditos de vidrio sobre el pavimento. Junto a él, a los pies de un oficial de carabineros, un cuerpo inerte cubierto por un capa negra, le recuerda la fragilidad de cada momento.


(Continuará) 1998

1 comentario:

F dijo...

Que ironía la de la vida.... aveces parece injusta...