sábado, 1 de marzo de 2008

La vida en un minuto - 1

Todo se reduce a una abrupta oscuridad. La de la tarde que repentina quiso ser noche, y la del espíritu que de alegría contagiosa se transformó en cosa de minutos en desesperanza. La mirada perdida. Un embotellamiento interminable que pereciere querer hacer colapsar la añosa estructura del puente viejo. Bocinas. Nubes amenazantes. Cansancio colectivo. Sentimientos confusos, cercanos a un día de furia. La noche nos calló de golpe, tal como los sucesos de la tarde en la conciencia. Aun no entiende su reacción. La primavera recién anuncia su próxima llegada y amenaza con ser tediosa.”


Sentado. Inmóvil. La ya clásica mirada en un horizonte que parece diluirse en el fresco y transparente mosaico del mediodía. Gente caminando sin apuro aparente. Sol. Brisa. Lo de siempre ahí por septiembre. Está inquieto. Ciertos malos hábitos recurrentes, cosas que no atinan a suceder y una paciencia cada vez menor.


En momentos que la vida amenaza con tornársele asfixiante, recurre a la vieja costumbre de sentarse en el pasto, apoyado en algún árbol de cara al sol, simplemente a ver pasar el día. Exhausto, ávido de momentos sutiles y agradables, como si quisiera cargar baterías para seguir viviendo, tiende su cuerpo a la sombra de un viejo abeto. Evitando, de paso, la tensión que provoca el tomar alguna clase de decisión.


Al igual que en los últimos años, fluye espontáneamente, atento a las señales de la vida, pero con la más completa falta de planificación. Nada se organiza, simplemente se sueña con la esperanza de ver los anhelos cumplidos algún día. Nunca ocurre, por lo demás, aunque esté de sobra recordarlo.


Cuanto puede llegar a suavizar a una tarde exasperante un brillante momento de sol, una breve brisa, la eterna inmovilidad primaveral y el armónico sonido de unas notas musicales (Atom - Heart - Mother ; recomendable, en particular la canción “If”), pensó mientras se desparramaba en el suelo.


Los postes se suceden con una lentitud interminable. Destellos cobrizos adormecen una oscuridad que repentina se dejó caer en una tarde que prematuramente se ha ensombrecido. Sobre su cabeza densos nubarrones insisten en que no olvidemos al invierno agonizante. Bajo los tacos de sus zapatos, un río enorme se desliza silencioso. El bus atraviesa lento, en medio de una procesión interminable de vehículos, la vieja y larga estructura del viejo puente rumbo a San Pedro.

Por todos lados los reflejos sobre el agua, palafitos luminosos que mágicamente parecen sostener la cuidad a ambos lados del río. Sombras confusas, luces de industrias remotas, el hastío instalado, la circulación detenida en medio del puente. Todo se funde a las 7:45 de la tarde en medio de un embotellamiento infinito.


Mas allá de los últimos cerros y las más lejanas luces, se dibujan formas extrañas, presagiando grandes tormentas y desastres que nunca ocurren. Amenazan traer grandes cantidades de agua y mucho viento, en un sinfín de matices oscuros que a cada momento van mutando, casi como si estuvieran vivas.”


(Continuará) 1998

1 comentario:

F dijo...

...De pronto me encuentro con dos personas, dos letras de existencia... absortas, cansadas, entre la nebulosa del tiempo, y la intesidad del afuera, que poco concilian en la inmensidad de esa vida, que se va en un minuto. Dos que se agotan, pero que no dejan de buscar un signo que respiro, de vida, el suspiro que limpia... que levanta, y que luego abandona al abeto agradeciendo ese nuevo horizonte...