jueves, 20 de marzo de 2008

Cuidado con los Centuriones

Cuando uno llega a estas tierras, y da la rápida una e inevitablemente vuelta por los lugares "imán", uno se asombra rapidamente de varias cosas. Primero, y evidentemente, soprenden los lugares en sí, la imponencia del Coliseo, la extensión del Foro, la monumentalidad del Vittoriano, la sutiliza de la fontana di Trevi, y así sucesivamente; y al cabo de unos días no se puede sino reconocer que esta ciudad guarda sitios maravillosos y fascinante repartidos por todas partes.

Paralelamente, llaman la atención la infinidad de cosas que se venden: postales, poleras, ceniceros, réplicas, dibujos, calendarios, lápices, encendedores, tazones, delantales de cocina, calzoncillos, sostenes, pareos, prendedores, aros, bufandas, poñolines, crucifijos, rosarios, libros, folletos, gladiadores, adornos inútiles, soldados de juguete, gorros, jockeys, polerones, juguetes, y muchas otras cosas; todo con alguna referencia a Roma, el Imperio Romano o el Vaticano.

Llama la atención también quienes los venden, generalmente hindúes, pakistaníes, bangladesíes o cingaleses, quienes parecen ser quienes más saben de Roma y su historia, a tal punto que cuando cae la primera gota de agua, ellos saben exactamente de donde sacar multitud de paraguas, y parecen estar siempre preparados para vender cualquier cosa, con una gran e insistente sonrisa.

Es imposible, a su vez, sustraerse del espectáculo que ofrecen las largas delegaciones de "asiáticos de ojos rasgados", que acá son siempre japoneses aunque vengan de China o Corea; de gringos de Estados Unidos que para los italianos son siempre "americanos". Llama la atención como los acarrean, en buses o a pie, como el curso de un jardín de la mano de la Tía Guía Turístico.

Y como no, unos de los fenomenos más llamativos, son los Centuriones. Unos guatones decadentes, generalmente altos, que merodean por el Coliseo y la via dei Fori Imperiali, sacándose fotos con los turistas, fumando y rascándose la panza. Son y parecen actores en escena, y los turistas suelen sacarse fotos con ellos, jugando a la parodia del Galdiador en decadencia.

Sin embargo, a pesar de todo ello. Uno no alcanza ni a vislumbrar toda la suciedad que se oculta bajo la maravilla económica de la industria del turismo de masas. Cada vez que vemos una delegación de "americanos" o "japoneses", olvidamos que son llevados por una acompañante, que deliberadamente lleva a los turistas a determinados negocios, donde previamente ha negociado una comisión lucrativa por cada compra que haga su "grupo", sin importar la calidad de la comida, el servicio o los recuerdos. Y como buena actividad en el país del Padrino, todo esto se hace de palabra, sin regulación, impuestos o legalidad, es decir, en "negro". Todo se basa en las relaciones de respeto y confianza.

Claramente, tampoco notamos, que esta acompañante debe subordinarse a un personaje que está por encima en la escala de status, y que hace y dice lo que se le viene en gana: la Guía Turístico. Aquella que recibe entre 350 y 500 (al menos) por un par de horas explicando la historia del Coliseo o algún otro sitio histórico, y quienes, obviamente no permiten que ninguna otra se entrometa en su territorio. Existen unas cuantas autorizadas y listo. De esta forma, si por desconocimiento uno hace de guía improvisado, misteriosamente aparece la policía y se lleva una gran multa, que puede andar en unos 2 mil Euros.

Evidentemente, tampoco notamos como se pelean las guías entre ellas, y como están atentas a denunciar a los neofitos que tratan de profitar del lucrativo negocio sin permiso. Pero ellas no son las únicas. Están los "fotógrafos oficiales", quienes no permiten a ningún guía o acompañante que saquen fotos a los grupos, y les cobran 8 Euros a cada turista, por las "fotos oficiales".

Y por su supuesto están los Centuriones, aquellos gorditos simpaticones que hablan fuerte y de modo vulgar, que juegan entre ellos y parecen en estado de ebriedad permanente. Gorditos que en general lucen como recién sacados de alguna prisión, y varios de ellos efectivamente anduvieron por ahí. Al no poder encontrar otro trabajo se calzaron el trajecito romano, para cobrarle dos euros a cada incauto "americano" o "japonés", por una foto frente al Coliseo, o frente a cualquier piedra.

Pero la cosa no es tan simple. Si uno mañana decide calzarse las medias, ponerse el casquito y la armadura, para jugar al soldado romano, va a aprecer algún gentil y robusto sujeto de 1:90 para invitarte a abandonar rápidamente el lugar, pues ese "territorio" ya tiene dueño. Del mismo modo, es impensable no darle los 2 euros al centurión, a menos que uno quiera recibir como mínimo un "rosario" de improperios en italiano y algún manotazo de parte de un iracundo y desgarbado legionario.

En resumen, todo es una mafia. Los acompañantes que te llevan donde ellos quieren aunque sea pesimo, por una comisión. Las guías que funcionan como mafía, quienes se mezclan con la mafía de los vendores callejeros, los fotografos o la mafía de los centuriones. Quienes dicen que solo defienden se trabajo. Pero ¿qué es un monopolio, sin mayor regulación formal, basado en relaciones de confianza y donde para entrar, debes ser autorizado por un "capo", sino una Mafia?

Ahora bien, si hablamos de mafia del turismo, podemos mirar a los pies del Vesubio. La mafía de los porteros y vigilantes de Pompeya, es otra historia, bastante más sabrosa y peligrosa aún, pero ya hablaremos de ella más adelante, cuando andemos por Nápoles.

Marzo, 2008.

2 comentarios:

J. dijo...

siempre me encuentro con sorpresas en tu blog... y esta vez es una sorpresa muy impensada. es el lado B del turismo, el lado feo, amargo. ¿quién lo iba a pensar? yo por lo menos no. tenía esa imágen de un turismo mucho más organizado y ordenado, pero por lo menos ahora, creo que me equivoqué.

muchos saludos.

F dijo...

Y sí, todo desapareció, la historia completa, quizás en que lugar habrá quedado suspendido el relato...
Solo me queda resumir. Y para ello basta decir, que me declaro "culpable", paseando absorta y perdida entre esa suma de paredes repletas de historia, de piedras y oro, queriendo comprender mas, ir mas allá de la imaginación y el esfuerzo de la traducción... y fuí ansiosa y necesitada de la explicación a husmear del español erudito de una guía... pero no, no se pudo, raudos me corrieron y espantarón con un italiano enfurecido...