lunes, 18 de febrero de 2008

Sobre caballos, colores y batallas


Cuenta la historia (o la leyenda), que en la primavera del año 1800, un pequeño, valiente y astuto general francés, junto a su gran ejercito de 40.000 hombres, cruzó los Alpes en 5 días, en dirección al Piamonte (Italia), antes que los deshielos abrieran los pasos cordilleranos, para sorprender a sus enemigos austríacos.

Se cuenta también, que en aquellos duros y fríos días atravezando cerros, montañas, quedabras y desfiladeros, las tropas consumieron cerca de 800 kilos de carne, 22.000 botellas de vino y casi una tonelada y media de queso, en la Hostería del paso San Bernardo (el mismo lugar donde crearon los perros San Bernardo), y que se habrían ido sin pagar la cuenta (la cual la habría terminado de pagar en 1984, Mitterrand). Pero sin lugar a dudas, aquelló que más remarca la historia, es que el gran conquistador de Europa, habría seguido los pasos de Aníbal, no sobre grandes y míticos elefantes o tranquilo sobre un fogoso corcel como lo habría hecho Carlomagno cuando se hizo coronar en Milán, sino sobriamente sobre el humilde lomo de una mula.

Pues bien, se cuenta que luego las tropas francesas habrían derrotado a los austríacos en una zona llamada Marengo, en las cercanías de Alessandria, obligándolos a abandonar el norte de Italia. En honor a tan contundente victoria, el conquistador (por ese, entonces Primer Cónsul), decidió que el caballo con el cual había peleado dicha batalla, un pequeño y fuerte ejemplar de raza árabe que había traído consigo de sus correrías en Egipto, se llamaría Marengo.

Dicha actitud, no era de extrañar, pues cuentan por ahí que al pequeño general le agradaba bautizar a sus caballos con nombres de las batallas que iba ganando, así aparece un corcel de nombre Austerlitz, o bien, con nombres de grandes personajes de la antiguedad, existiendo en sus caballerizas, un Tamerlán, un Cirio, un Nerón y un Visir, este último lo habría acompañado hasta su muerte en Santa Helena.

Pues bien, considerando la relevancia de su triunfo sobre los de la casa de Habsburgo, el futuro emperador de los franceses decidió que debía retratar semejante gesta épica de cruzar los Alpes nevados, comicionándole a un afamado pintor de apellido David que se hiciera cargo del proyecto. Con una pequeña salvedad, reemplazaría la humilde dignidad de la mula, por el orgullo de un caballo. Se cuenta, que como no le agrada posar, le dijo al pintor:

¿Posar? ¿Para qué? ¿Cree que los grandes hombres de la Antigüedad de quien nosotros tenemos imágenes posaron?

Y le habría contestado David:

- Pero Ciudadano Primer Cónsul, le pinto para su siglo, para los hombres que le han visto, que le conocen, ellos querrán encontrar una semejanza.

- ¿Semejanza? No es la exactitud de los rasgos, una verruga en la nariz lo que da la semejanza. Es el carácter el que dicta lo que debe pintarse...Nadie sabe si los retratos de los grandes hombres se les parece, basta que sus genios vivan allí. - Habría sido la elocuente respuesta de conquistador.

Pues bien, se dice que, gracias a la reanudación de relaciones diplomáticas, durante el tradicional intercambio de regalos que tenía con el entonces rey Borbón de España, Carlos IV, los gestos de buena voluntad se multiplicaban, yendo de España a Francia 16 caballos y unos cuantos cuadros de Goya, mientras que en sentido opuesto viajaban pistolas de versalles, trajes de la última moda de París y joyas para la reina. En este contexto, el embajador francés habría pedido una versión de la pintura para ponerla en el Palacio Real.

Esta brillante idea, habría iluminado al "pequeño corso" y habría decidido realizar 3 versiones más de cuadro. Finalmente se habrían pintado 5 versiones del general cruzando los Alpes (aunque hay quienes dicen que solo fueron 4), para lo cual se habrían usado dos caballos, uno de los cuales era el querido Marengo que tantas satisfacciones había dado.

No obstante, dicen también por ahí, al otro lado de los Pirineos, que el caballo elegido para posar para tan importante proposito no era sino un tal Jornalero, uno de los caballos regalados por el Rey Español. No es de extrañar, si en aquella brava península hasta Colón dejó de ser genovés para ser catalán.

En fin, algunos cuentan que el dichoso Marengo era blanco (el caballo Blanco de Napoleón), otros que era de un gris oscuro azulado (similar al marengo), y hasta que era castaño. No es extraño semejante confusión de colores, considerando que tenía algo así como 130 caballos distintos para su uso personal. Sin embargo, se sabe que aquel que se supone que es el del cuadro famoso, alcanzó la edad de 38 años, era uno de sus favoritos, acompañándolo desde las piramides a Waterloo, donde fue capturado por los ingleses, quienes aun hoy conservan su esqueleto en el National Army Museum.

1 comentario:

F dijo...

Pero que lucidez la de aquel francés, pensar la semejanza como una idea y no un reflejo exacto de la realidad...
Tantos, que con casi un siglo de distancia, creían ser vanguardistas o revolucionarios artistas...