miércoles, 13 de febrero de 2008

El cuento que nunca debió escribirse - 2

- Trate de no acelerarse. Ese es el problema de la gente, no saben esperar, lo quieren todo altiro. Pero bueno, volviendo a lo otro. Hay días que a uno se le graban en la memoria, con lujo de detalles, casi como si fuera una película que uno ve una y otra vez hasta memorizarla.

- ¿ A que se refiere ? específicamente.

- Escuche - Le decía, mientras cerraba los ojos en una mueca de concentración.

La mañana se presentaba, a eso de las 11 horas, algo despoblada por los pasillos exteriores de la facultad. Un sol agradable evaporaba rápidamente los últimos vestigios del rocío matinal. Epistemología se confabulaba con la falta de sueño e insistían en cerrarle los ojos, mientras el profesor persistía en su tono sereno, pausado y ceremonioso. “Voy al baño” le dijo a una amiga sentada en el costado izquierdo de él, junto al ventanal, aun sabiendo ambos que no era cierto.

Púsose sin apuro de pie, con absoluta normalidad entre miradas indiferentes. Todo parecía ser tan calmado, casi irreal. Tan solo el ruido seco de la puerta batiente se atrevió a violentar esta anónima mañana de octubre. Descendió las escaleras con una calma que a fines de los noventa resulta envidiable. Esbozó algunos bostezos, uno que otro suspiro de aburrimiento, nada extraño en él. Se refregó los ojos y acomodo el moño del pelo sin detener su lenta marcha en dirección a la cafetería.

Antes pasó al baño a justificar el recreo que se había tomado, pues aunque relajado, se sentía como si estuviera siendo observado. De pie sin destino alguno, ya con un chocolate en la mano, comenzó a caminar careciendo de rumbo fijo, en búsqueda de algún pretexto que lo hiciera tomar la decisión de no volver a clases. La lentitud de sus pasos y la infantil concentración en el chocolate lo acercaron a una joven mujer,...


- Una bella dama siempre ha sido una buena excusa- Le interrumpieron.


- Sí, puede ser. Pero el hecho es que aquel era un rostro conocido, de esos que ves a diario pero con quienes con cruzas ni una palabra. Era una de aquellas mujeres que deambulan frecuentemente por aquellos confines, y sí que las habían por entonces. Se saludaron desabrida y mecánicamente a distancia, como queriendo marcar la distancia, y él siguió su rumbo. Se requería algo más que un rostro bello de una de las muchas mujeres que habitaban esa facultad para servirle de pretexto. Algo más real, más tangible.


(Continuará) 1999

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