jueves, 17 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 7

Un nuevo día. El hiriente brillo del sol por la mañana, parece querer quemarle la retina. Son recién las 7:30 y apenas puede mantener lo ojos abiertos, enceguecido por la luz. Cabizbajo y somnoliento se arrastra de la cama a la cocina. En una mano un café cargado y dulce, en la otra un cigarro. Se tiende sobre la cama, esta vez no está atrasado como de costumbre. Afuera, lloran los cachorros de la perra de la casa vecina, se escucha el pasar de los automóviles y las bocinas de los microbuses como atizándolo a salir pronto a la calle. La reunión es a las 9:30, y ya ha perdido media hora donde vueltas inútiles. En vez de estar perdiendo el tiempo en urgencias sin importancia debería estar despertando viendo la majestuosidad de las torres del Paine, sin otra ocupación que perderse en su contemplación, sacar fotografías y recorrer sus senderos.


Algo confuso. De un sitio aún inconcebible, me quieren extirpar de la vitalidad de este frío rincón del planeta. El mar sin violencia, pero con asombrosa energía sumerge de cuanto en cuando las negras arenas de este confín. Abrigada al amparo húmedo de la tierra oscura, una rústica construcción de piedra laja y techo de paja alberga el sueño de alguien a quien llaman “Odín”, que no atina a despertar. La brevedad de un invernal día boreal llega rápidamente a su fin. En el lejano horizonte, dibujado por suaves y tristes lomas verdes, el destello de un atardecer rosado y damasco se pierde en la negrura de nubes densas que ofrecen un final inminente. Sobre la playa, enterrando suavemente sus pies descalzos en la arena, ella viene a mi encuentro. Simple y jovial. Silenciosa y decidida, me toma de la mano con una sonrisa infantil y me sumerge en la oscuridad confusa del oleaje manso. Y el ruido siempre ahí. Constante. Indeterminado. Repetitivo, Alejándolo de este gélido paraje de ensueños.


Abre lo ojos. Son las 8:30. El sol, hiriente como siempre, encegueciéndolo. Está sudado. La mañana recién inaugura otra jornada de trabajo y ya es sofocante. Está atrasado. Salta de la cama, se ducha, afeita y viste, mecánicamente en quince minutos sin pensar en lo que está haciendo, por simple costumbre. La mente en blanco, como si buscara volver a quedarse dormido. Toma un café y parte resignado a la calle. El autobus demora tan sólo el instante eterno en que por fin logra despertar en llegar al centro.


La sala de reuniones está más vacía que de costumbre, se alegra. Luce cansado. No se preocupa, sabe disimular bien. Otros, sin embargo, a vidas enteras de él, donde debiera estar sentado en silencio y con la mirada perdida, cargándose de energía en el frío magnetismo de la torres del Paine. Entrega el reporte de su grupo de trabajo, las comunas de Santa Bárbara, Yumbel y Antuco, están casi cubiertas, y han avanzando más que ningún otro grupo. Palabras al oído. Sonrisas. Lee la satisfacción de su joven jefa en una leve agitación de sus manos y una sutil expresión de su rostro. Su mente en otra parte, tal como ha estado desde que comenzó el viaje que jamás será llevado a cabo. Pero, ¿qué hacía ella en mis sueños? – piensa.


Continuará (2002)

3 comentarios:

F dijo...

"El futuro nos tortura, y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente."

Juan Carlos Santa Cruz Grau dijo...

Bella cita de Flaubert ... de hecho, es la misma que uso mi profesor jefe en Segundo Medio para definir a nuestro curso en el anuario del colegio. Es extraño como vuelven ciertas cosas.

F dijo...

Efectivamente las cosas retornan... pero nunca como lo fueron en el pasado... ahí esta la diferencia...
Aprender a rescatar ese pasado como lo que fué... y no volverá a ser.. y hacer del presente un lugar menos ambiguo...