viernes, 20 de febrero de 2009

El lobo y la luna

Andando en soledad, con la extraña sensación que la acostumbrada inmovilidad de su mundo se enfrenta de lleno a lo inevitable, un joven lobo adulto deshace un camino bien conocido por la fría oscuridad del bosque en busca de algún claro donde echarse a dormir. Cae pesada la noche, envolviendo cada pequeño rincón en la densidad de la penumbra. Su cuerpo delgado evidencia en su falta de vitalidad, el cansancio de largas jornadas deambulando sin propósito.


Anda solo, a oscuras, aprovechando el frío para mantenerse despierto, siempre al filo de caer desfallecido. Sin embargo, continúa tercamente buscando un lugar idóneo donde echar a descansar sus huesos. Lleva meses deambulando por los bosques interminables que se extienden al norte de la estepa congelada, más allá de los negros cenagales, donde uno extraños seres cubiertos de pieles extraen un líquido negro de las entrañas de la tierra, desde curiosos árboles de ramas entrelazadas sin hojas, cual si fuese su único alimento.


Sin otra intención aparente, que dejar andar sus patas una tras la otra, camina más por inercia que por convicción, pero con una idea fija en su mente, encontrar un buen lugar donde abandonarse hasta que tenga energías de nuevo para seguir adelante.


Una fuerza desconocida, instintiva, lo anima a seguir adelante, aún contra la resistencia de sus debilitados miembros, para alcanzar aquello que apenas intuye. Su vida, desde que se hartó de luchar contra las grandes manadas de lobos por un espacio en los tibios valles que serpentean desde los montes a las llanuras del sur, carece de más motivo que seguir errando en las sombras aguardando la muerte de la última esperanza.


El invierno en franca retirada, replegándose cada vez más al norte, cual si buscara refugio en los negros bosques que se extienden más allá del horizonte, hasta caer de golpe sobre los acantilados que marcan el fin del mundo. El cielo, eternamente cubierto por densas nubes grises, lentamente va dejando esporádicos espacios libres donde se asoma intrusa, de tanto en tanto, la luna a contemplar sin comprender el andar lento del lobo errante. Carente de fuerzas siquiera para lanzar un amago de aullido, hambriento y cansado, el lobo se deja caer sobre un pequeño claro, entre dos grupos de gruesos y añosos árboles a los pies de una quebrada, bajo la palidez fría de la luna que con seriedad lo cubre con su luz argentina como queriendo cobijarlo.


2004

domingo, 15 de febrero de 2009

Triciclos


... La vida en Achao es tranquila. En el primer contacto con ella por estas latitudes insulares se respira cierta sensación de atemporalidad. Como si el olvido se obstinase en mantener el idílico clima de un pasado lejano. Con el pasar de los días, escondido en medio de un invierno omnipresente y embriagado de una atmósfera remota y nostálgica esta primera impresión no hace sino reforzarse.

Junio, del año 2000

martes, 10 de febrero de 2009

Un giorno come tanti

Tranquilo. Paciente. Es un amanecer grisáceo, húmedo y frío. Tal como lo indica su carácter, hace la fila en silencio, a la intemperie, para pedir un número, que le permetirá luego poder ser atendido. En torno suyo, miradas cansadas, con sueño, quizás desesperanzadas.

La fila circundada por rejas avanza veloz, ante la atenta mirada de aburridos agentes de policía. Por ahí algún recién llegado mueve la cabeza, como si comprendiense que sucede a su alrededor, balbuceando palabras en un idioma extraño. Otros, mordiéndose la lengua para no exteriorizar su rabia, miran desconfiados.

Intentado dar la mejor impresión, hablando del mejor modo posible, el idioma recién aprendido, se enfrentan uno a uno ante la apática actitud de quienes cargan con el peso de trabajar ahí. Por un sueldo mediocre, en un contexto desagradable, realizan una labor mecánicamente repetitiva, que está a años luz de lo que soñaban, cuando comenzaban a hacer sus primeras armas en el cuerpo de policía.

Una extraña mueca se dibuja en muchos rostros, como si la resignación estuviese en constante disputa con la esperanza, y todo dependiese de la voluntad de un funcionario. El frío desagradable de una mañana húmeda, se condice con el desgano que recibe a quienes llegan ahí sin saber a quien más acudir. Es una situación indigna. Personas que no han hecho nada más que decidir probar suerte en otra parte del mundo, tratados como sopechosos de algo. En una zona de frontera a espaldas del esplendor de la ciudad.

Sentado. Con su número en el bolsillo, y un libro en la mano. Pasa el tiempo leyendo teorías sobre el derecho a la ciudad y el uso del espacio público, mientras en los confines olvidados de la urbe seres frustrados deben lidiar con la desesperación de un grupo de desgraciados atrapados por meses y años en una trama burocrática, ante la total indiferencia de todos los demás.

2008

viernes, 6 de febrero de 2009

Latas de Valparaíso

Desde el momento en que los vestigios del paso del tiempo adquieren una sospechosa actualidad, en el cual, el fruto de la carencia y la ingeniosa respuesta a la precariedad, como resultado del abandono y el negligente olvido, pasan a convertirse en objeto de "culto", es momento de preguntarse si hay algo que huele mal en todo esto.

Cuanto parece gustarnos Valparaíso, con sus historias, personajes extraños, cerros, rincones, casas en posiciones increibles, colores renacidos, y tiendecitas de diseño, cafés, bares y restaurantes recién instalados, a quienes no vivimos en ella. Lo admito, me gusta a mi también.

Pero en contrapartida, que poco parecen gustarnos el ruido de la ciudad, el desorden, el aroma a puerto decadente, el comercio ambulante, la suciedad de las calles y la proliferación de jóvenes de aspecto "sospechoso". En potras palabras, los porteños y su mala costumbre de vivir como les place en su ciudad, sin respetar las reglas que nos gustaría imponerles.

Cómo dijo alguien por ahí, que lindo sería Valparaíso sin los porteños. Quizás sea una adaptación de la idea italiana que se escucha de vez en cuando en el centro norte de la bota itálica, "la cosa che non mi piace di Napoli sono i napolitani ..."

Pues en el fondo, quizás no nos guste tanto Valparaíso, y tan solo nos agrade la escenografía que ofrece, la cual querríamos trasplantar a otro lugar o congelar en el tiempo como museo al aire libre, pero sin la gente que la habita, que la ensucia, que la vuelve insegura, que querría modenizarla ante a nuestro estupor.


La misma que fatiga bajando y subiendo cerros cotidianamente, para servirnos cuando la vamos a visitar. La misma gente que lentamente, va vendiendo sus casas en la "ciudad museo", para encaramarse cada vez más lejos cerro arriba, y que baja a la ciudad "espectáculo" a ver si puede aprovechar algunos de los beneficios que ofrece "el culto a las latas de Valparaíso".

Quizás solo interese crear un espacio vaciado de contenido (y de habitantes) donde se ejecuta la representación de una época extinta, que se ofrece como producto al turismo de masas.