lunes, 7 de abril de 2008

El viaje que nunca existió - 2

Con cierto apuro, cuyo halo lejano despierta una tímida sonrisa por aquí, han de haber dejado las inmediaciones del Nahuel Huapi en dirección al atlántico. A cruzar la linealidad infinita de la pampa, probablemente por la ribera del Lago Gutiérrez, tomando la ruta 258, rumbo a Esquel. San Carlos de Bariloche debe haber lucido maravillosa, con su aire estival y su plaza con perros San Bernardos. Pese a la depresión que asola al país, algo de su habitual encanto debe permanecer incólume. Sus tentadoras chocolaterías, heladerías artesanales y restaurantes, el permanente gusto por la vida al aire libre, los automóviles, el deporte y las mujeres hermosas, que por aquellas tierras no escasean.

Frente al carro imaginario se debe abrir la pampa abrumadoramente despoblada, inmensa, dibujando una inalcanzable línea más allá lo imaginable. Por doquier, pequeños arbustos amarillentos increíblemente similares entre sí, la fuerza de un viento indomable que corre libre por las extensiones interminables de la soledad y cúmulos dispersos, que tienden a perderse por el este en las fauces del Atlántico.


Primero hasta Esquel, a casi 300 km al sur, luego tomar una diagonal de mil kilómetros hasta alcanzar la línea del mar, a velocidades constantes, de no más de 95 km por hora, para no arriesgar el rendimiento de combustible. El jeep empeñado, como un caballo ciego, en su inagotable marcha en línea recta, mientras la pampa continúa impertérrita, como un escenario petrificado, haciendo caso omiso a la rabietas, sueños, planes y canciones de quienes se afanan en tocar la costa este de Sudamérica.


Los esperaría Comodoro Rivadavia, probablemente llegarían a posar su cansancio a una villa de veraneo cercana, saldrían a recorrer un poco si el ánimo así lo indicase. Quien sabe, tal vez conocerían a alguien o irían a tomar y comer algo por ahí, para partir prontamente al día siguiente rumbo al estrecho de Magallanes, hasta arribar al atardecer a Punta Arenas.


Despertar. Otra vez aquí, saliendo de la monotonía grisácea del frío matinal. Curvas, bosques de pinos, camiones madereros, caseríos ínfimos, y otra vez el sol del interior, luego de la cortina de cerros, contrastando con la pálida sepultura que cubre Concepción cada mañana al salir de ella. Es difícil concebir esta ausencia absoluta de nubes y frescura a sólo 10 minutos de la tristeza invernal que domina la atmósfera desierta de la ciudad, desde que llegó aquel día, esperado como pocos por casi un año entero.


Concebido en las mentes ávidas de cuatro que se rigen por la lógica de “3 sí y 1 no”, cuando aún no acababan de volver de un raid por el norte, allá por febrero de un año que parece haber nunca pasado. Todo un año inútil esperando, imaginando, planificando, sacando cálculos y juntando dinero, y de pronto el tiempo se contrajo. El día que parecía no legar jamás se hizo presente, arrastrando otros planes, con más problemas que soluciones, sin responder a gran parte de las expectativas que habíanse cifrado como prerrequisito de su arribo.


Y nada. La realidad elocuente y árida pudo más. Para sueños está la adolescencia. El viaje que nunca será llevado a cabo comenzó sin él, en un día de verano en el cual un extraño dejo de tristeza instaló la humedad invernal de la melancolía, desplazando la alegría despreocupada de los días de sol. Como suele suceder, las nubes alimentan la nostalgia de lo que nunca se ha tenido, y aun así se perdió para siempre.


Continuará (2002)

1 comentario:

F dijo...

"... Y aunque no deserté de esta batalla con mis monstruos, aunque no cedí a la tentanción de reingresar a un observatorio como un guerrero a un convento, aveces lo hize vergonzosamente, refugiándome en las idéas: a medio camino entre el furor de la sangre y el convento"
Así entonces pienso que todo ya existió oscilando entre la renuncia y el deseo...