jueves, 1 de mayo de 2008

La costumbre del vacío - 2

II

Despierta de súbito, ante la insistencia del teléfono. Sonríe. ¿Quién sabe? Tal vez ha llegado al punto en que ni siquiera sabe que es lo que verdaderamente siente. Diría que es amor. Nada más normal. Sin embargo, más que un sentimiento que brote hasta volverse insoportable contenerlo, es un vacío tal que le impide concentrarme en ningún otro asunto. Probablemente no hay sensación más desagradable en situaciones como ésta que la incertidumbre absoluta. Cuan molesto puede llegar a ser el constatar la incapacidad de abstraer, de dar vuelta una página que no alcanzó a escribirse, y comenzar a fijar las miradas en otros horizontes.


Mecánicamente se prepara desayuno, prende el televisor, y se tiende sobre la cama sin deseos de dedicarse a nada. Se siente inmóvil, atado entre una sensación inalterable y una fuerza profunda que lo obliga a olvidarla y dejarla en paz. Entremezclado en una espiral repetitiva y corrosiva de la que no atina a salir. Sin detenerse en ninguna estación, se entrega en un zapping interminable a la negligencia de dejar pasar las horas, hasta el almuerzo. Quizás la actitud más fácil de adoptar es la de sentarse a ver pasar las horas y los días hasta que por fin se borre del tiempo, y no sea más que el bello reflejo de un momento extinto. Pero que porfiada rebeldía, a la negligencia de la inmovilidad se le opone en cada ocaso la necesidad de oírla y los incontrolables deseos de verla.


¿Qué más se puede decir? Las horas avanzan aceleradamente, como enrostrándole su despilfarro. Afuera, en la inmensidad de la noche, la lluvia dio paso a una brisa fría venida del sur, que no basta para arrastrar por los caminos del mundo su necia necesidad de verla. La luna cansada asomándose entre las nubes parece mirarlo sin asombrarse. Al rededor nadie nota nada. La parquedad habitual disfrazada de irresponsabilidad infantil tras su máscara de risa fácil y palabrería absurda, no evidencia la serena amargura de haber empezado amarla sin siquiera saber quien es.


Entre un pensamiento y otro, la noche comenzaba a esfumarse, anunciando la llegada del alba, del mismo modo ante sus narices se le desvaneció la posibilidad de arrimarse a la belleza. Quizás alguien más lo notó, tal vez sólo fue uno de tantos castillos en el aire que se le derrumban, esparciendo sus escombros molestos por cada rincón de su breve existencia. Sea lo que fuere aún prefiere pensar que nunca es demasiado tarde.


Ella sigue ahí. Bella. Distante. Con su lejano aire de autosuficiencia. Él, ya ni sabe donde fue a parar su antigua certeza, la mirada confiada adornada con su eterna sonrisa amplia. En estos días, de viento, lluvia y frío, se esconde en cada rincón el aroma sutil de su ausencia. El espacio que nunca ocupó se torna enorme, con cada día que se consume en la monotonía el vacío crece cual si la nada abriese un espacio cada vez mayor en medio de su vida, imposible de cerrar. Justo ahí, en el sitio donde cunde el vacío y el silencio.


Puede sonar ridículo, pero siente el dolor de la perdida. Quizás la peor de todas. Sin nunca haberla tenido, la esperanza de tenerla se comenzó a extinguir. La alegría infantil de lo posible opacándose en la tristeza de lo que acaba sin comenzar. El invierno aún no se decide a aparecer formalmente por estas grises latitudes, y ya el viento frío del sur ha empezado a arrastrar en una hojarasca furibunda los días que no alcanzaron a ser vividos.


2002

1 comentario:

F dijo...

Que lindo... Parece ser que cuando las debilidades se observan y asumen, rápidamente en la espontaneidad y evidente certeza, pasan a ser fortalezas... y se ponen a nuestro favor, pues las miramos de frente... y luego es mas fácil hacernos cargo de cuanto se pone en frente...
La pregunta es cuándo estámos en condiciones de mirar esas debilidades, que dede suceder?