jueves, 22 de mayo de 2008

Fragmentos al costado del camino

Que injusto sería culpar a un esquivo destino de algo tan superfluo como no haber pasado un verano inolvidable, mas aun al considerar que no sufrió desgracia alguna, ninguna clase de accidente, ni un robo menor, ningún pasaje revendido, ni peleas con nadie. Nada. Quizás he ahí el problema, no hubo nada. Nada excitante. Nada espectacular. Nada fuera de lo común que contar. Salvo aquello que sólo dos vieron y que quizás hubiese sido mejor no verlo jamás, sobre todo porque nunca quedó muy claro que fue lo que ocurrió, y no se volvió a hablar de ello. Lo cual desde aquella noche gélida les pesa enormemente sobre las espaldas, y posiblemente en parte amargó el resto de verano que les quedaba. Pero ni tanto, porque Pucón quedó esta vez a varios días y kilómetros de distancia, y finalmente ni se acordaron de tan confuso y desagradable incidente.


Viendo un poco hacia atrás, solo unos pocos días, es posible darse cuenta, con fingida resignación, que el destino sabio, repentino y cruel, ofreció una serie de oportunidades, escasas pero contundentes y exactas, de tan sólo un instante. Las cuales requerían del valor suficiente como para cruzar alguna pequeña frontera, o como para hacer alguna locura menor, o simplemente, la valentía de dejar de actuar preocupándose de las reacciones de terceros y comenzar a dejar andar los pasos. Dejarse arrastrar por el impulso de los propios y verdaderos deseos, permitiendo al fin y al cabo, que surja uno mismo, tal como está siendo en ese minuto. Fantástico y deficiente a la vez. Dándose cuenta de cuan reprimido y opresor se es al mismo tiempo, y cuanto se le teme al libre albedrío.


Supongo que se necesita demasiada valentía y voluntad para dejarse llevar, para vivir sin miedo a vivir, sin miedo a perder lo que se ha logrado, abandonando poses y siendo simplemente sin preguntarse mucho quién se es. Dada esa pequeña condición, la ausencia de valor, no se aprovecharon ninguna de las pocas oportunidades que se ofrecieron. En el tiempo que se perdía poniendo esta u otra careta, o mientras se practicaban posturas acorde a las circunstancias, las oportunidades se disipaban, perdiéndose en lo más profundo del olvido, como si nunca hubiesen existido.


Podría comenzar un largo relato por cada una de esos momentos, que se observaron en torno en aquellos días, basta mencionar a modo de ejemplo, algunas historias que se contaron por ahí. Decía uno recién llegado del litoral central, sobre una hermosa y delgada joven, perfectamente bronceada, que tomaba el sol a escasos metros de ellos, día tras día, : "... estuvo esperando, varios días, que dejara de observarla de reojo como si no me importara, abandonara mi pose mezcla de Pacific Blue y de vividor en receso, y que me acercara a hablarle cuando se quedaba sola a escasos 5 metros mirándome directamente a los ojos, tal como yo lo hacía fingiendo lo contrario. Sin importar si estaba peinado, si había practicado lo que le iba a decir, o como iba a actuar, ya que aquellos momentos sólo duraban unos minutos. Al fin cuando me decidí a actuar, esperé sentado en la playa, jugué horas a las paletas con un súbdito del chino Ríos, observe la caída del sol, y ella simplemente no bajó, yo al día siguiente volví a Santiago”.


Otro, como enojado con sigo mismo, contaba historias fabulosas sobre su colección de imbecilidades, en especial la brutalidad que hizo en el Cuzco con una mujer increíble, como nunca había conocido antes, destruyendo con el don de la palabra inoportuna lo que se ofrecía casi como una fantasía hecha realidad en un sitio mágico. Mientras seguía indignado en su recuento, lo interrumpía un tercero, peleándose el primer lugar de las oportunidades perdidas, con un “incidente” con su primer gran amor adolescente, con sus escasos 13 años, el cual fue una demostración paradigmática de la estupidez masculina, aunque en su caso, lo exculpa la falta de experiencia, y así siguieron varias más.


Repentinamente el paso veloz de un Fíat convertible amarillo lo hizo volver desde el pantano de los recuerdos. El viento sigue aquí, la gringa continua afanada en su helado, del Nissan azul ni señas. El paso de grupitos de jóvenes muy animadas los distrae un rato, a ambos lados gente comiendo helado, caminando, esperando cualquier cosa.


No puede dejar de pensar que quizás cuando quiso ir a la otra playa pero se dejó convencer que ésta estaba más vacía, lo cual finalmente resultó falso; o todas las veces que quiso ir a caminar solo, y no lo hizo; o cuando quería doblar en una esquina y seguía de largo para acompañar a su amiga a buscar alguna perdida tienda de artesanías; o cuando la acompañó a Villarrica a buscar más artesanías siendo que lo único que quería era quedarse en el pueblo para ver si encontraba a alguien conocido; quién sabe, tal vez el destino le estaba reservando algo increíble, siempre que fuera capaz de ser quien tomase la iniciativa, aun a riesgo de caer mal o pasar por antisocial.


Quizás esa vez que se quedó esperando a que todos terminaran de ducharse, vestirse, comer y arreglarse, cuando lo único que quería era salir temprano para ver si de una vez por todas lograba conocer a aquella curiosa mirada que trataba de decirle algo que no se atrevió a oír, y que acompañaba una hermosa sonrisa con la cual estuvo coqueteando, a través de la vitrina de una de las tiendas de artesanías que le hicieron conocer. A la que finalmente volvió con todos los demás pasada la media noche, cuando ya la habían cerrado, sólo quedaban melancólicas las luminarias del mostrador, que permitían ver sutilmente un puñado de candelabros metálicos y una que otra lámpara de vidrio.


Quién sabe si de haber salido sólo esa vez, siguiendo lo que la inquietud despertada ordenaba, la historia no se hubiese escrito de otra forma. Evidentemente no existe forma lógica de saberlo, sólo puede seguir conjeturándolo mientras espere pacientemente que se dignen pasarlos a buscar.


1998


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