martes, 27 de mayo de 2008

Fragmentos inconexos - 1

Enero de un año cualquiera



Que calor sofocante. Aún no son las once de la mañana. El brillo enceguecedor del sol viene acompañado de un aire inmóvil, pesado e incontrarrestable. El viento tan común por estos lados, también parecía estar descansando de un fin de año agotador e interminable. Mucha agua, santo remedio de algunas señoras con varias décadas encima, era lo único que atinaba a ingerir.


Esta vez no era la resaca tradicional, la falta de sueño o el típico cansancio pos-trasnoche de varios días, era mas bien un cansancio estructural, un agotamiento completo. Después de mucho bregar por el mundo, entrado y a la plenitud de los veintitantos, el cuerpo le exigía unas vacaciones. ¿La estrategia?, vegetar como un reptil cobijado a la sombra de un árbol a ver pasar los días con absoluta negligencia, con un botella de agua en la mano, y un malestar general a cuestas.


La tarde inexorablemente llegando a su fin, acarreando consigo la urgencia de comer algo. Nadie en casa. La perra durmiendo feliz en un living que ya no mostraba las señas del “vendaval” de fin de año, que hace dos días parecía querer dejar marcas imperecederas en el parquet. El teléfono durmiendo como todo lo demás en el letargo de este largo fin de semana.


Es sábado, dos de enero, las sombras alargándose anuncian la pronta llegada del ocaso. Da vueltas por la casa. Alguna cama a medio hacer, algún vaso olvidado con restos inidentificables tras las cortinas, el atardecer anaranjando las paredes. Sobre el computador una hoja impresa por quien sabe quien.


1999

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