miércoles, 5 de noviembre de 2008

Un día en la vida - 4

Cierra la ventana. Un leve gesto de preocupación se dibuja en su rostro, el mismo que de un modo u otro se puede observar desde hace varios días. Las noche, sin luna, descansa fria y tranquila, como si esperase algo.

La quietud es apena interrumpida por ruidos intermitentes de pajaros lejanos. Inevitablemente le vienen a la cabeza imágenes de infinidad de noches similares. Extrañas, frias, solitarias, e inmóviles. Noches de otro tiempo, cuando el mundo era otro, y la vida era distinta.

Siguiendo su porfía llegó donde jamás pensó que podía hacerlo. Cada vez más lejos, se multiplican las posibilidades ir cada vez más allá, hasta perderse. Sin embargo, persiste una multitud de cosas que parecen no haber cambiado en absoluto, y que lo atan a su lugar de origen.

Más allá de la caducidad de ciertos fanes, o del cambio de planes; de la decoloración de algunos sueños, del enmohecimiento de algunas ideas, o de la oxidación de la voluntad. Aquellos elementos que 20 años atrás descansaban en la base que generó todo el movimiento posterior, continuán presentes inalterablemente. Puede resultar extraño, pero sustancialmente de ello no ha resuelto nada.

Se ha movido cuanto ha podido, ha caminado por toda clase de senderos, ha cambiado cosas de lugar, se ha desplazado, ha vuelto sobre sus pasos, ha envejecido, se ha hastíado, ha iniciado situaciones finalizando otras, ha construido y destuido, se ha entregado y ha tomado a cambio. No obstante, todo el aparente cambio, no ha hecho sino dejar las cosas sutancialmente en el mismo estado. Podrá haber conocido muchas canciones, pero vuelve una y otra vez a escuchar una y otra vez las mismas melodías de antaño.


noviembre, 2008

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