Sentado, con una leve curvatura en la espalda. Concentrado en la pantalla del computador, y preso de sus audifonos, no presta atención al café que hierve en la cocina. - ¡João il Caffé! - le gritaron desde el comedor. - Minchia - exclamó.
Lo de siempre. Se sirve una taza pequeña, ofrece a los demás, sin una buena acogida, pues el aroma a café ligeramente quemado no es muy grato. Menos para quienes se han criado en medio de un culto al café, los padres del espresso.
La mañana avanza con tranquilidad. Está helado, humedo. El roció aún baña la superficie de la calle, aunque algunos rayos de sol salen a alegrar el día, sin lograr entibiarlo. El aire, levemente pesado, denota que la noche anterior se estuvo fumando en este departamento.
Camina lento, un par de pasos, haciendo sonar las pantuflas contra el mármol del piso. Abre el refrigerador. El sonido seco de una gota cayendo en el lavaplatos recién desocupado, se confunde con el ruido de la goma de la puerta del refrigerador separándose de su cuerpo, como si fuera una ventosa.
Saca su acostumbrado yoghurt de frutillas de Vipiteno, en el Süd-Tirol. Sirve un vaso de jugo de naranja, limón y zanahoria, y pone a tostar dos panes. Junta las cosas en una bandeja, y se dirije al comedor. Su pareja de amigos está terminando de desayunar. La mañana parcialmente nublada, se desenvuelve con rápida normalidad. Por ahí uno leyendo las noticias, mientras ella se entretiene ensimismada en su Vaio, detrás de sus particulares anteojos blancos.
Lo de siempre. Se sirve una taza pequeña, ofrece a los demás, sin una buena acogida, pues el aroma a café ligeramente quemado no es muy grato. Menos para quienes se han criado en medio de un culto al café, los padres del espresso.
La mañana avanza con tranquilidad. Está helado, humedo. El roció aún baña la superficie de la calle, aunque algunos rayos de sol salen a alegrar el día, sin lograr entibiarlo. El aire, levemente pesado, denota que la noche anterior se estuvo fumando en este departamento.
Camina lento, un par de pasos, haciendo sonar las pantuflas contra el mármol del piso. Abre el refrigerador. El sonido seco de una gota cayendo en el lavaplatos recién desocupado, se confunde con el ruido de la goma de la puerta del refrigerador separándose de su cuerpo, como si fuera una ventosa.
Saca su acostumbrado yoghurt de frutillas de Vipiteno, en el Süd-Tirol. Sirve un vaso de jugo de naranja, limón y zanahoria, y pone a tostar dos panes. Junta las cosas en una bandeja, y se dirije al comedor. Su pareja de amigos está terminando de desayunar. La mañana parcialmente nublada, se desenvuelve con rápida normalidad. Por ahí uno leyendo las noticias, mientras ella se entretiene ensimismada en su Vaio, detrás de sus particulares anteojos blancos.
2008, continuará
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