viernes, 7 de noviembre de 2008

Un día en la via - 5

Todo aquí, en la extraña quietud de la noche de un día agitado. Luego de un par de puertas cerrándose en su cara, y de ciertos plazos vencidos, arrastra el polvo de media ciudad bajo sus pies cansados. Como si qusiera lavar las marcas de sus pasos en los antiguos adoquines, se precipita un sobre la ciudad una tormenta feroz, arrastrando todo lo posible, retumbando e iluminando por doquier. En todas direcciones, arremolinádose, gruesos goterones azotados por la furia del viento, en torno a gaviotas desorientadas y cuervos incrédulos.

Quizás uno haría tantas cosas con 10 años de menos, como sugería un tal Silvio 30 años atrás, pero por mucho que uno se resista el paso del tiempo es inexorable. El continuo estado entre la promesa de un futuro en que las cosas resultan y un presente inmóvil. Como si la personas que esperas te llama por fin para visitarte, y siempre ocurriera algo de último minuto que le impidiera hacerlo. Sigues esperando, repitiendo rutinas, escribien, planificando y buscando el modo de hacer que la vida tome nuestro paso.

Luego viene, se acerca, te hace un guiño, y cuando crees haberlo logrado se vuelve a alejar y te deja sentado sin comprender que diablos ha sucedido, boquiabierto al costado del camino. Es cansador, pero quizás ello sea parte de la gracia de la vida. Quizpas no sea el tiempo de que las cosas se le den facilemente. Tal vez la recompensa será más grane de todo lo que se ha invertido.

Quien sabe, es posible incluso, que luego de esta inmovilidad petrea las cosas tomen un giro inesperado y nada vuelva a ser como solía. Por lo pronto, continúa la mecánica repetición de rutinas para darle sentido a los días. Quizás el viejo, y mal comprendido Federico tenía razón y "la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre."

2008

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