sábado, 8 de noviembre de 2008

En todo comienzo subyace el germen del final - 2

Es ya medianoche. Silenciosa, la urbe se apresta a un día muy agitado en unas horas más. Los árboles, plenamente enverdecidos alegrando los cada vez más frecuentes días despejados. Los semáforos repiten incansablemente su rutina tricolor, como una puesta en escena sin público, en el abandono de calles desiertas, como si tuviese alguna relevancia.

Noche aún oscura. Sin frío ni viento. En medio él, sosteniendo una de tantas conversaciones con su ausencia. Monólogos interrumpidos por el vacío. Conversaciones de existencia irreal, sin otra respuesta que la nada. De pie, la mirada clavada en la oscura silueta de los árboles. Se respira una tensa calma. Lucha por no endosar frases e intenciones a quien no abre la boca; por no dejar fluir conversaciones imaginarias. ¿Cómo hacer para no autoconvencerse de la elocuencia de la falta de eco? Cual si no hubiese más que una construcción mental germinada en su cerebro.

Cada día que se evapora del mar del tiempo abre, entre estas escasas cuadras, un abismo incomprensible. Está ahí, a sólo un taxi de distancia, pero ya irrecuperablemente lejos, casi como si jamás hubiese existido. Que asombrosamente cíclica es la vida. Debe haber algo que no alcanzo a resolver la vez anterior para que, apenas pasado un año, se encuentre en una situación similar. Ciertos patrones se repiten invisiblemente una y otra vez.

Espera prestar algo más de atención esta vez. Personalidades opuestas, circunstancias disímiles, condiciones muy distintas y sin embargo el mismo resultado adverso. Un extraño complejo de Ariadna invertido. Ellas evadiendo, alejándose a vidas completas de la suya y él expulsado, al margen, al olvido, fuera de las tablas, como si el contrato hubiese caducado, o la temporada llegase a su fin. Sentado sobre la arena de una playa conocida, fumando el enésimo último cigarro, con la mirada perdida en el horizonte y los ojos pidiendo una explicación.

2003

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