lunes, 27 de octubre de 2008

La costumbre del vacío - 9

Por alguna misteriosa razón que aún no alcanza a desentrañar, cada vez que cree haberse librado, por fin, de la presencia de su ausencia, vuelve ella a reafirmar bruscamente su soledad. Sin importar cuantos días desaparezcan inútiles frente a él, ni cuantos kilómetros insista en recorrer en busca de algo incapaz de llenar este vacío, ni cuantas mujeres pierdan su tiempo a su lado, aquel espacio en el que no está permanece inalterable, inmenso.

Cuanta fragilidad. Basta con una mirada, para desarmar su afán de olvidarla. Sigue ahí, a una llamada de distancia, a un par barrios de su habitación, y a vidas enteras de la suya. La nostalgia cíclica de la posibilidad de haberla tenido a su lado es suficiente para que nada vuelva a cobrar sentido.

Sin pretender librarse de la desgastadora inercia del tiempo perdido, con un hilo remoto de confianza en el porvenir que se niega a morir, continúa aquí. Inmóvil. Fumando. Inútil. Sin ánimo ni energía. Esperando a que las cosas cambien, se decida a aparecer o se desvanezca. Nada cambia, nada ocurre. Todo se revuelve, los días se gastan cual si no existiesen, Las estaciones siguen su andar continuo, indiferentes, envejeciéndole. Finalmente, la totalidad prsea de un movimiento que lo deja todo igual.

2003

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