La jornada se abre con cierto grado de indefinición, propio de la primavera. No bien si hará frio o calor. Se impondrá el sol o se terminaraá de cubrir de nubes. A la misma hora de siempre, y luego de revisar rutinariamente si portaba la billetera, las llaves, el celular y algunas monedas, salió de su departamente con desición.
Sin pensar, mecánicamente, bajó velozmente las escaleras, salió a la calle y se dirigió a comprar el ticket del autobus donde la Tabaccaia. Recién cuando vio irse en la lejanía al 63, tomó conciencia que no todo sucede simplemente por el hecho de repetir rutinariamente los pasos. Quizás en Suiza sí, pero en Italia, claramente no.
Una pequeña ventolera, su bus alejándose, un pequeño gentío agolpándose en la pareda, y un bus con otro recorrido acercándose. ¿Qué hacer? Las opciones son, dejarlo pasar y esperar el próximo 63 que debería pasar en 15 minutos más; o bien, coger este, cambiar la ruta y entregarse un poco a la improvisación.
Quizás impulsado por un día que ya se asomaba extraño, optó por lo segundo, sin aún tener claro donde bajarse para hacer el transbordo. En 20 minutos ya estaba desenciendo en la Estación Termini, donde tomó el metro; y 10 minutos más tarde estaba saliendo por las escalas subterráneas en "Circo Massimo", a los pies del edificio de la FAO.
Caminó unos pasos. Se paró frente a la parada del autobus intentando dilucidar si alguno lo acercaba a destino. Error. Debía caminar un buen trecho. Justo antes de termianr su faena, sintió el golpe frio de una gruesa gota de lluvia sobre su cabeza recién rapada. - Minchia -, se dijo, con evidente acento sudamericano, mirando al cielo. Una robusta masa de nubes negras se movía sobre su humanidad, mientras lejos en el horizonte, extendía un cielo azul, y nubes blancas.
En pocos segundos, los esporádicos goterones se multiplicaron rápidamente, como si se tratase de una reacción en cadena, cual si la nube sobre su cabeza hubiese explotado. Antes de que termianara de cruzar la calle, en dirección al río, ya estaba absolutamente empapado. Caminaba con obstinada determianción, buscando refugio al abrigo de los árboles, mientras se repetía una y otra vez. - Debí esperar el 63.
- Mayo 2008, continuará -
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