martes, 21 de octubre de 2008

La costumbre del vacío - 8

El azote tosco de una árida ventolera del desierto norteño como marco permanente ha quedado tempranamente en el olvido. Añadiendo un par de nuevas arrugas a la prematura vejez de su cuerpo. Nuevamente, bajo la mirada cansada de la luna en decadencia, comienzan a agotarse las reservas energéticas acumuladas durante largas semanas deambulando por la enorme diversidad de rincones que guarda muda la sequedad infinita del desierto.


El iluso amago de una historia verdadera se deshizo entre la inmensidad sin nombre, borrada por el viento incesante. En cierta medida se siente trasplantado a un momento que no parece pertenecerle en absoluto, como si el alma hubiese despertado de un letargo imperceptible en una era ajena. Extrañamente el acostumbrado vacío de la pérdida, ha dejado lugar a la limpieza de un cuaderno en blanco, esperando escribir sus líneas con lápices que aún no han sido creados.


Ahora la labor de la paciencia no consiste en aguardar el final, como de costumbre, sino por el contrario crear los medios para construir un comienzo. Carente de estructuras, proyectos y planes, en el espacio vacío que queda al otro día del final, quizás sea tiempo de reinventar una rutina, imaginar un futuro y empezar a trabajar para llegar a él.


Cuantos damnificados queden de este cambio de era, no tiene ninguna importancia, ya no constituye un lastre ni una carga, de hecho no son más su responsabilidad. Indiferente a los restos botados al costado de tanto camino recorrido, ha llegado a un momento donde se abre todo un horizonte, sin sentimiento alguno de culpa. Es extraño, no hay duda, pero el tiempo lo situó en un lugar donde ya no prolifera, como antaño, la corrosiva costumbre de la autoflagelación. Las recriminaciones parecen parte de una historia antigua, carente de realidad. De ahora en más, algo de materialidad, frío pragmatismo y largarse a vivir la vida por el mundo.


Los sueños de amores inconclusos y futuros irrealizables, se quedaron prendados de algún valle solitario junto a las sombras alargadas de un atardecer eterno. Quien sabe, tal vez por fin pueda comenzar a andar sin esa molesta sensación de haber errado el camino. No por nada los senderos y las bifurcaciones distractoras han terminado, fundiéndose en un llano interminable, en una planicie perpetua. Apenas el último eslabón de una adolescencia rancia sobrevive aún a la contundencia del fin. Como un fósil adherido a una roca dormida.


2003

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