... El día se abre como tantos otros. Apacible y despejado. Con una suave brisa que al mediodía torna la atmósfera aún más placentera. Perdido en la inmensidad del parque, apenas se escucha el rumor incansable de la ciudad que lo rodea.
Personas deambulan con tranquilidad entre las hojas arrastaradas por el viento. Sonido pajaros cantando, murmullo lejano de personas paseando, rumor de árboles , crugir de hojas. Pareciera que la vida se ha dado una pausa, y echa a descansar.
De pronto la quietud interrumpida por un ferrocarril de fantasía, todo blanco con reflejos y letras doradas. Como si fuese sacado de un Disneyland en decadencia, abarrotado de turistas deslavados, que se resisten a echar andar sus pies pero que no renuncian a presionar con sus dedos el obturador de las cámaras. El graznido seco de los cuervos y el aletear de las palomas que huyen a su paso, parecen expresar su desagrado.
En un segundo vuelve la tranquilidad. El paso cancino de los pensionados que se cuentan historias que jamás ocurrieron, el rumor leve de los árboles balanceandose al ritmo del viento suave, el crujido mínimo de las bicicletas. Los paseantes a ritmo lento. La brisa acariciando el rostro. Todo en torno, como si estuviese en otro lugar, en un apacible día como tantos otros.
2008
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