domingo, 25 de enero de 2009

Una mañana en el mundo

Tombstone shadow” en los oídos fatigados. La inercia de un fin de año agotador, arrastrándole hasta Los Ángeles en busca de algún descanso. La necesidad de un respiro, torna imperativo abandonar la capital regional.


El día se abre precioso. Una mañana perdida en la fugacidad de los primeros días de un diciembre cualquiera, en un fin de siglo cualquiera, se colma de luz. Poco falta para que el reloj de las 10. Las plantaciones forestales alineadas uniforme y sutilmente, encaramándose en laderas y quebradas, dando cierta sensación de orden y europea inmovilidad.


Sobre las cabezas un cielo celeste rasgado por delgados cirros blancos en lo más alto, parece feliz de ver la destellante luminosidad matinal. Todo aquí, en medio de ninguna parte, rumbo a las tierras mas allá del salto que se quedó sin agua por la sequía, es luz. El sol quiso, hoy, salir con más bríos que de costumbre, cegando en parte las somnolientas miradas que se han asomado tímidas a recibir un día que amaneció aceleradamente.


Oleadas de luz jugueteando en un interminable ir y venir de sombras y colores, interrumpen la brumosa parquedad de pacientes bosques de pinos, que pareciese quisieran preservar su atesorada oscuridad de fin de mundo, de la implacable caricia cálida de una primavera de esas que pasan tan rápido como eternas parecen haber sido.


Desde la infancia, mucho tiempo pasó hasta poder volver a detenerse y observar entre bosques, el andar de una primavera así, tan verde y seca como un verano, tan corta como un domingo de Marzo, tan vertiginosa y quieta a la vez. Todo luce en fotográfica inmovilidad. Un momento eterno, plasmado en tan sólo un instante, visible únicamente desde un bus en marcha, da una impresión de petrificación. Cual si desde hace siglos no se modificara un árbol, no se moviera una rama, esperando el paso de estos viajeros de entre sueños.


Todo ahí. Aguardando. Prados, gentes perpetuas, colinas amarillentas, pinos opacos y de mal humor golpeados por aletazos de luz, álamos alegres vigilando el paso de los días, una carretera interminablemente corta. Música invadiendo la intimidad de sus oídos. Casas, cabañas, chozas, pocilgas, gallineros ruinosos, el recuerdo triste de un antiguo bosque nativo, la esperanza de un verano inolvidable que aún no comienza, pero que se esfuerza por hacerse presente, el canto de gorriones y zorzales. Todo ahí. Todo eterno.

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