Ayer la vio. Estaba desordenadamente hermosa, con el cansancio plasmado en su rostro pequeño, a penas camuflado por un escaso maquillaje. Sabía que estaría ahí, en algún rincón de su estrecha universidad. Aun cuando la ansiedad se hacía intolerable y una corriente helada, cercana al pánico, le impedía pensar en otra cosa e intentar actuar con naturalidad, no podía sino tratar de verla.
Aunque jamás supiese que andaba por ahí, un abrir y cerrar de ojos, una imagen, un segundo le era suficiente. Más que eso un exceso. Sus ojos nerviosos la siguieron largo rato. Sin palabras ni puestas en escena. Sin formalismos vacíos, sólo sentía la necesidad enormemente dañina de volver a ver su sonrisa alegrando al mundo a su alrededor.
De pronto se vació el vestíbulo, salió de la sala de exposiciones, esbozando una intrigante sonrisa al verlo. Levantó su mano y caminó sin apuro a saludarlo. Él, a duras penas balbuceo un par de obviedades, mientras intentaba encontrar sus ojos con la mirada. Fue un enorme segundo eterno, una luz irrelevante de felicidad iluminando la superficie gris de su corazón. Más efímero imposible.
Sin querer, como suele suceder, uno a uno los días se desvanecieron hasta volver impensable concebir al mundo del mismo modo. Cuando la inmovilidad alcanzó tal grado que parecía imposible que llegase a ocurrir algo. Ocurrió. El mundo giro. El tedio y la desesperanza, faltos de la fuerza de toda novedad, se disolvieron invisibilizándose en la cotidianeidad. De pronto la lluvia cesó. El sentido no atinó a aparecer, pero al menos el sinsentido guardo silencio, se aburrió de hacerse notar.
Mecánicamente, carente de toda pasión la vida continuó, como un ritual descontextualizado, su rumbo sombrío. De este modo sucedió que pasaron los días, hasta desembocar en una ambigua ausencia de contexto. Lentamente los sentimientos extintos se reemplazaron por conductas esperadas, la desesperanza superada por un pragmatismo frío. Todo resultado de la más profunda hecatombe del espíritu.
De aquello casi dos meses. Pese a lo improbable que lucía, el efecto narcótico del paso del tiempo, fue sepultando en confusas nubes de olvido, el dolor que alguna vez llegó a hacerse insoportable. Un ciclo completo concluido. Algunas heridas cicatrizadas, no sin dejar sus marcas indelebles en la corteza del espíritu. Ya no duele como antaño, el alma dejo de sangrar la incolora y corrosiva sensación de amargura.
Sin embargo, ya nada es igual a lo que varias estaciones atrás llegó a ser. La esperanza murió en manos de la elocuencia de la realidad. Con la frialdad de un sobreviviente salió a recibir la primavera, caminando entre prados desiertos. Cada nuevo y helado atardecer viendo al mundo ofrecer a otros las oportunidades que una vez no supo aprovechar.
2002
2 comentarios:
"Con las pasiones uno no se aburre jamás; sin ellas, se idiotiza."
solo aprovecho este espacio para saludarte... desde la nostalgía de un frío día de otoño... es increible como pasan los días... los años, volando... como un suspiro... cariños y que sigas siendo cada día más feliz
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