Era ella. Sola, en medio de la creciente oscuridad. La siguió, en silencio, apurando un poco su marcha pero sin atreverse a ir rápidamente a su encuentro. Un extraño temor le impedía abrir la boca para llamarla. El anonimato, la oscuridad, la falta de resolución, todos cómplices para evitar verse obligado a tomar la iniciativa. Saliendo de la facultad por la parte superior, en dirección al “Plato” (un edificio de aulas con forma de nave espacial), se acercaba a cada segundo un par de centímetros.
La tenía ahí, a dos metros. Ella viró hacia el teléfono público, a un costado de la cafetería. Él sin atreverse a nada siguió su marcha, con una profunda sensación de estupidez, hacia la biblioteca. Esta vez afloró, inexorablemente, la pétrea inmovilidad de su alma. El temor al ridículo, la timidez más intensa, la molesta sensación de no estar manejando las situaciones y ser sólo una triste hoja arrastrada por el viento, el cual, a cada segundo acarreaba nubes aún más oscuras sobre el cielo de Concepción.
Sin atinar a comprender su actitud, pasaron demasiado rápido los breves minutos que le dio la vida para revertir lo que siempre ha parecido inevitable. Pensó en volver a buscarla. Pero la actuación que traía preparada, se había desmoronado. Si apenas podía aguantarse él, qué habría podido decirle. - Hola, sabes que te seguí, pero me dio miedo hablarte, y salí arrancando como un imbécil. - Pudo haber sido, quizás lo hubiese encontrado tierno. Pero su imagen de hombre despreocupado, y desenvuelto hubiese quedado colgada en la colección de los más ridículos fraudes.
En sus oídos retumbando la canción “Wake up”. En sus manos un cigarrillo, y en su semblante una seriedad desacostumbrada. El niño que cruzó sin mirar a la salida del puente. El bus doblando por el otro lado, al que apenas le hizo el quite. El bendito poste que partiéndose en la base pudo frenar la carrera del vehículo, evitando una tragedia mayor. Todo en un abrir y cerrar de ojos. El líquido fluido de su sangre, mezclándose con las primeras gotas de lluvia, sobre el pavimento helado. Las sirenas. Los vidrios repartidos por todas partes. Las luces centellantes, relampagueando en sus parpados mientras daba su último respiro. La certidumbre de que la vida, no es más que la suma de pequeñas momentos, segundos inevitables y casualidades incomprensibles. Sobre el puente, un embotellamiento enorme.
(1998)
1 comentario:
y que todo pueda tener una consecuencia tan enorme y quizas no sea un accidente de auto, sino, alguna otra cosa, y entonces, pensar se haga amargo, bien amargo, como en las peliculas.
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