Salen juntos. En silencio. Se miran intermitentemente, como buscando algo. No dicen nada. Sonríen. Lucen levemente incómodos. Es extraño andar uno al lado del otro cual si viviesen otras vidas. Se despiden torpemente, sin saber que decir. Se va por la dirección contraria a la de ella, caminando rápido. Son casi las 5:30, su amiga lo va a matar.
Pensamientos difusos, inconexos, risas infantiles, imágenes, sentimientos intensos, sensaciones intranquilizantes, todo mezclado en su mente mientras recorre la diagonal entre su facultad y la biblioteca a pasos cada vez más largos. Quiere volver, ir donde ella, debe andar por ahí aún. Sigue de largo. Cada vez más rápido, casi corriendo. No quiere pensar. No puede evitarlo. Se detiene en el foro mirando la hora en el campanil, con una exhausta risa en su rostro. Da igual. Sube las escalinatas, prende un cigarro, y pierde su mirada sobre la entrada del Arco de Medicina.
Intenta articular un par de pensamientos coherentes. No lo logra. Baja corriendo. Si bien se siente como un idiota, al menos es como un idiota feliz. Se detiene un segundo. Mira alrededor. Una amplia sonrisa se dibuja en su rostro. Increíblemente, la esperanza comienza a transformarse en convicción. El sol en descenso alargando las sombras de la tarde imperceptiblemente, hasta cubrir toda la salida de la universidad. Apura la marcha, y se dirige raudo al departamento de su amiga, donde sabe lo esperan para colgarlo. Nada importa.
Suena el citófono. La puerta de acceso al edificio se abre con violencia. El ascensor se demora más que de costumbre en subir los 6 pisos, así le parece al menos. Su sonriente cara de niño cometiendo una cándida travesura, contrastaba notablemente con la seriedad iracunda que lo recibe, luego de casi tres de espera. Sobre la tosca superficie del comedor, un individual, y sobre él un frío plato de comida.
- Ya comí. Si quieres, puedes calentarte la comida – Le dijo visiblemente molesta sin dirigirle la mirada.
- Ya, gracias. – Haciendo caso omiso de su enfado evidente.
Torpemente, haciendo gala de su falta de sutileza, intentó justificar su retraso contándole su reciente aventura. Cual si constituyese la osadía más relevante del mundo. Desconocedor absoluto de la psicología femenina, se extrañó cuando en vez de recibir una cálida comprensión, la molestia de su buena amiga derivó en toda clase de muestras de indignación, mezclnándose en un celoso sermón unilateral sobre la falta de respeto.
¿Y por una mujer a quien ni siquiera conoce?. Inaceptable. Como si cualquier mujer fuese más importante que ella, la única que de verdad ha manifestado algún nivel importante de preocupación hacia él. Sin atinar a comprender como funcionan los intrincados recovecos del pensamiento femenino, se marchó visiblemente confundido, una hora más tarde. No sin antes, beber un café, y lavarse los dientes.
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