Sentado. Inmóvil. La ya clásica mirada en un horizonte que parece diluirse en el fresco y transparente mosaico del mediodía. Gente caminando sin apuro aparente. Sol. Brisa. Lo de siempre ahí por septiembre. Está inquieto. Ciertos malos hábitos recurrentes, cosas que no atinan a suceder y una paciencia cada vez menor.
En momentos que la vida amenaza con tornársele asfixiante, recurre a la vieja costumbre de sentarse en el pasto, apoyado en algún árbol de cara al sol, simplemente a ver pasar el día. Exhausto, ávido de momentos sutiles y agradables, como si quisiera cargar baterías para seguir viviendo, tiende su cuerpo a la sombra de un viejo abeto. Evitando, de paso, la tensión que provoca el tomar alguna clase de decisión.
Al igual que en los últimos años, fluye espontáneamente, atento a las señales de la vida, pero con la más completa falta de planificación. Nada se organiza, simplemente se sueña con la esperanza de ver los anhelos cumplidos algún día. Nunca ocurre, por lo demás, aunque esté de sobra recordarlo.
Cuanto puede llegar a suavizar a una tarde exasperante un brillante momento de sol, una breve brisa, la eterna inmovilidad primaveral y el armónico sonido de unas notas musicales (Atom - Heart - Mother ; recomendable, en particular la canción “If”), pensó mientras se desparramaba en el suelo.
Por todos lados los reflejos sobre el agua, palafitos luminosos que mágicamente parecen sostener la cuidad a ambos lados del río. Sombras confusas, luces de industrias remotas, el hastío instalado, la circulación detenida en medio del puente. Todo se funde a las 7:45 de la tarde en medio de un embotellamiento infinito.
Mas allá de los últimos cerros y las más lejanas luces, se dibujan formas extrañas, presagiando grandes tormentas y desastres que nunca ocurren. Amenazan traer grandes cantidades de agua y mucho viento, en un sinfín de matices oscuros que a cada momento van mutando, casi como si estuvieran vivas.”
1 comentario:
...De pronto me encuentro con dos personas, dos letras de existencia... absortas, cansadas, entre la nebulosa del tiempo, y la intesidad del afuera, que poco concilian en la inmensidad de esa vida, que se va en un minuto. Dos que se agotan, pero que no dejan de buscar un signo que respiro, de vida, el suspiro que limpia... que levanta, y que luego abandona al abeto agradeciendo ese nuevo horizonte...
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