Debía apurarse, tenía clases de francés en 15 minutos. De pronto, recordó que su automóvil estaba aparcado en la universidad, sin pensarlo mayormente tomó un taxi rumbo al centro. Si bien, estaba a sólo 10 cuadras del Instituto, no tenía intención de retrasarse. A siete minutos de entrar a clases, y a media cuadra de la entrada, justo en la escalinata de acceso al Alianza Francesa, se detuvo. Una amplia confusión de sensaciones, ideas, la imagen de aquella joven mujer deambulando por su conciencia, y una rara necesidad de volver a verla. Todo junto fundiéndose en un impulso irrefrenable. Rápidamente, echó marcha atrás deshaciendo sus pasos, rumbo a la universidad.
- Que importa perder un día de clases -, pensó. El reloj marcaba las 6:50 PM. Sobre su cabeza, la tarde moribunda dejaba a aparecer algunas nubes, desde la profundidad del océano. Caminaba apurado, sin pensar. Preso absoluto de una misteriosa energía, el tradicional autocontrol comenzaba a quebrarse. Sin pensar en la tontera que estaba haciendo, siguió caminando con franca resolución. Tomar un bus, para bajarse y volver caminando casi al mismo punto de donde salió, no es muy inteligente. Eso sin considerar que va a perder clases, y que no le consta que ella siga en la universidad. Da igual, más que un capricho era una necesidad. Por extraño que le pareciese había tomado una decisión hace un par de horas, alterando su frágil equilibrio interno, y debía hacer algo para recobrarlo.
La ambigüedad de su encuentro, le dejó la incomoda sensación de haber quedado en nada. - No fue nada en realidad, o fue mucho, no lo se -. Esa inquietud, lo arrastró, irreflexivamente de vuelta a los prados, ahora ensombrecidos por el atardecer, de la universidad. Sin saber realmente por qué, la alegría de su optimismo inicial se iba pudriendo en la misma medida que las nubes del ocaso cubrían los últimos rincones despejados. - ¿Quién era el sujeto con quien se sentó en el pasto? -, justo en el momento que él abandonada la facultad por el costado contrario. Comenzaba a correr un desagradable viento frío.
La Casa del Arte a la vista, ya estaba aquí. - Piensa en una excusa -, se dijo. - Obvio, vienes a buscar el auto que dejaste estacionado en la Facultad de Economía, nada más natural. Impecable. Si la ves, la llevas para su casa, total, según te dijo, ambos viven en San Pedro. Perfecto. - Siguió caminando, algo más tranquilo. A un ritmo lento, pausado, cómo si lo de él fuese la falta de preocupaciones y tuviese todo bajo control, caminó por el borde de la universidad, pegado a la calle, hasta la altura de la biblioteca.
Estaba asustado. Se sentía aún más imbécil que hace un par de horas. Era tarde, lo más probable es que se haya ido a su casa, sin embargo debía dar una vuelta por los ya oscuros pasillos de la facultad para salir de la duda. Como el absurdo ritual de un maniático. Nadie caminando. Apenas un par de luces prendidas en algunas oficinas y en la entrada de los baños. Cuando se acercaba a la escalinata de la entrada principal, titubeó. La sombra de una mujer salía del baño.
2 comentarios:
me encanta esa mania tuya de dejar en la duda, de seguir lo que escribes como un ritual maligno... porque maligno es. casi todos los dias pasó al laboratorio de la facultad a ver mi correo y a ver si has seguido contando la historia.
saludos, acá las cosas van mejorando y los mechoneos son el paisaje de cada dia en la ufro.
Nuevamente cedo mi palabra... a los grandes...
"Para actuar es necesario, por tanto, que no nos figuremos con facilidad las personalidades ajenas, sus penas y alegrías. Quien simpatiza, se detiene..."
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