El frío calando en serio. Un despertar silencioso. La promesa de un desayuno abundante y una larga jornada por delante. Ante mi un anónimo patio interior, ordenado y quieto, como muchos otros en Weimar. Pequeña y tranquila ciudad de provincia, que vio pasearse por sus salones a Goethe y Schiller, florecer la más importante corriente arquitectónica del modernismo de estas tierras e fundarse en su viejo teatro remodelado la república alemana de entre guerras, apelando a su tradición intelectual y pacifista. Aquel débil interregno republicano, que sucumbió ante el autoritarismo y el peso de la historia. La misma que vio construir el Campo de Concentración Buchenwald a pocos kilómetros de distancia y que vio pasar tropas soviéticas por sus calles, quedándose por décadas. Sin poder aun despertar de su largo letargo, la ciudad se apresta a un nuevo gélido día, en silencio y orden. Como siempre.
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