Noviembre, al medio día.
No es errado suponer que el sitio al que debe llegarse buscando la esencia de lo que se era no debiera estar lejos del lugar donde se consumó la fuga. Lo problemático surge cuando, al volver a abrir los ojos hacia atrás, se constata que tal lugar dejó de existir hace ya demasiado. Mientras enceguecidos en sus afanes mundanos, irreflexivamente, sólo se piensa en llegar lo más alejado posible del punto de partida. Sin querer, ni saber como hacer para volver algún día.
Considerando el particular sentido del humor de la vida, en estos momentos, cuando resulta imposible obviar la presencia predominante del vacío, parece no quedar más alternativa que buscar entre los vestigios de lo que alguna vez los expulsó. Atisbos, sombras silenciosas, alguna luz, un recuerdo empolvado, una razón, por mínima que esta sea, que le de algo de sentido al hecho de seguir, tras cada nuevo montón de días inútiles, viviendo en este mundo. Si en un inicio fue huir para rehacerse, una vez rehecho o al menos de pie, necesariamente se ha de volver a la raíz para ver donde ir luego.
Pero deteniéndose a analizar. A pensar un poco, ya saben, a desentrañar los enredos de su desempeño en esta vida, finalmente qué le ha dejado el paso de un cuarto de siglo por el mundo, sino la amarga sensación de haber desaprovechado la gran mayoría de sus días.
Se han vivido, tal vez, los 25 años más infructuosos que se puedan vivir. Llegando al estado de sentir el paso de los días con indiferencia, alimentando el desapego bajo la inercia plana del tiempo perdido. Cada nueva mañana levantarse, como suele hacerse, para repetir una y otra vez una rutina que ayude a estructurar el paso de las horas. Viendo desvanecer, con total displicencia, lo poco de real que va quedando dentro. Obsesionado con la mecánica manía de seguir esperando encontrar el espacio extinto donde se forjó hace ya incontables años algo verdadero. Pero sin hacer nada concreto para lograrlo, más allá de buscar refugio, escuchando los sonidos más bellos en las cada vez más breves cavernas de soledad.
Aún se conserva la certidumbre de que la belleza es lo único capaz de devolverlos al lugar donde el espíritu asfixiado consigue salir a mirar el mundo. Si bien, esta vez, la belleza no vino con ella, al menos alcanzó para remover un poco la paciencia inconmovible de la estructura pétrea de su andar por la tierra. Dejó entrar tibios rayos de luz sobre el lomo de su alma dormida. Un breve arrebato de belleza, como un flash en la noche, se coló intruso, justo por la abertura donde la tristeza rompió el cerco.
2001