Es una peculiar costumbre, lo que un ojo medianamente observador advierte, a poco andar, entre las històricas calles de tan renombrada ciudad. Determinadas esquinas, siempre en una posiciòn que obliga al transeùnte a levantar la mirada, lucen no sin cierto orgullo y a menudo con barroca ostentaciòn, figuras religiosas que tienen por funciòn "velar" por cada una de las vìas del centro històrico. Costumbre centenaria, aquella de encomendar a un santo o una virgen el destino del entramado de calles de la otrora capital del imperio.
lunes, 6 de agosto de 2012
Roma
Es una peculiar costumbre, lo que un ojo medianamente observador advierte, a poco andar, entre las històricas calles de tan renombrada ciudad. Determinadas esquinas, siempre en una posiciòn que obliga al transeùnte a levantar la mirada, lucen no sin cierto orgullo y a menudo con barroca ostentaciòn, figuras religiosas que tienen por funciòn "velar" por cada una de las vìas del centro històrico. Costumbre centenaria, aquella de encomendar a un santo o una virgen el destino del entramado de calles de la otrora capital del imperio.
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