lunes, 26 de abril de 2010

La pasión por la antigüedad

Roma es una de aquellas ciudades cuyo despliegue monumental logra camuflar sus infinitos rincones. Pequeños trozos de ciudad, más o menos anónimos, que permiten disfrutarla verdaderamente, escondiendo historias, pequeñas grandes pasiones y vestigios de buenos momentos. Hasta que cae la noche y comienzan a relevarse algunos aspectos de su naturaleza contradictoria.

Esta,

por ejemplo, es una de esas noches en que todo parece dispuesto para sentarse a escribir. Afuera el calor del día se ha convertido en una noche fresca y silenciosa. Una de aquellas noches solitarias que en otros tiempos abundaban y se disfrutaban tanto. La taza de té, como de costumbre, sobre el posa vasos azul, en los oídos música nueva despertando sensaciones antiguas.


El mundo, preso de una quietud poco frecuente, parece haberle concedido una pausa. Solo se siente el suave trinar de las golondrinas, que decidieron anidar en la persiana externa de su ventana; y más allá el pasar lejano de los últimos trenes de la jornada, como invitándolo a dejarse llevar. Con los ojos fijos en la pantalla y pasando la mano por la barba, se pregunta como hacer para plasmar en la lengua de Dante, lo que no logra ni siquiera describir en la de Cervantes.



abril 2010

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