Berlín es una de las ciudades del mundo sobre las que más se ha escrito, que más se han destruido y donde más se ha construido en el último tiempo. De hecho, es todo un riesgo aventurarse plasmar 2 líneas con sentido sobre las impresiones que despierta la capital de Alemania, sin caer en los clásicos lugares comunes de la nacismo, la guerra fría y el renacimiento de la ciudad.
De todos los lugares comunes que abundan, uno de los más sugestivos es la idea de que Berlín es pobre, pero sexy. De acuerdo a lo señalado por su alcalde en 2004, en una entrevista: "Berlin ist arm, aber sexy." (Berlín es pobre, pero sexy) ¿Qué tan pobre es Berlín?, para cualquiera que haya sido criado en una metrópolis de América Latina, esa frase suena casi a un insulto. Puede que sea más pobre que Londrés, París o Munich, pero pobre no es en absoluto. Veamos solo, como están las ciudades de al rededor. En comparación con la situación del resto de la ex-RDA, Berlín goza de una situación esplendorosa.
Donde si le he de encontrar razón al alcalde es que Berlín es una ciudad sexy. Una ciudad atractiva, que dista mucho de los niveles de elitismo e inmovilidad que se pueden encontrar en otras grandes capitales europeas. Acá en cambio da la sensación de una ciudad vivida, dinámica, contradictoria, con áreas grises y otras verdes, con gente en las calles, paseando en los parques, en bicicletas por las avenidas, una ciudad aún en construcción, con edificios abandonados, ocupados o a mal traer. Una ciudad con proyectos inacabados, con memoriales, pero sin temor a destruirla y rehacerla una y otra vez. Un lugar donde es posible sorprenderse con bastante facilidad. Donde encontramos, por ejemplo, el graffitti de la foto, invitando a los italianos a reaccionar.